Quien así firma, aludiendo al epíteto que la coalición entre la burguesía republicana y la burocracia política y sindical de 1936 embuchó a los revolucionarios que no obedecían a nadie más que a sí mismos, es Jaime Semprún (1947-2010) y Miguel Amorós.
Hay libros que se aprestan a romper la máxima esa que anima a no decir nunca innecesariamente cosas que, contadas, pueden desagradar a otros. Por ello, es necesario decirlo, aunque moleste a mitógrafos oficiales que santifican la transición a la democracia, que en este manuscrito la llaman transacción.
El espacio temporal que describen y enjuician empieza en los años 60 del siglo pasado, donde el desarrollo económico del franquismo había entrado en contradicción con las estructuras ideológicas «creando una atmósfera de frustación propicia a los sentimientos de desarraigo y a la insatisfacción, tal como las revueltas se encargaron de demostrar».
El resultado fue mayo del 68. «Una generación de jóvenes opuesta a la sociedad del consumo y el espectáculo que no podía ser encuadrada políticamente puesto que miraba más allá de la política». Más allá de los partidos integrados en ella.
Aspiraciones osadas. Expresar todo lo que había de ficticio. Todos los comienzos son indeterminados, no lo olvidemos. Tampoco que la práctica de las asambleas vuelve todo posible pero no asegura nada. Siempre la dominación del poder despierta y empieza a crear las formas alternativas para estar en contra de su propia dominación. Alternativas integradas, asumidas, desvigorizadas, sobre todo, en arte y cultura.
Otras manifestaciones aparecidas enlal época fueron la revolución portuguesa. La tensión italiana y la caida del régimen de los coroneles en Grecia.
En España el movimiento obrero «entraba en una fase autónoma, sin freno sindical y político que lo detuviese. La modernización de la eEpaña franquista no podía permtirse el lujo de unos soviet en progresión, por lo que sus máximos responsables dieron a la policía la orden de disparar contra los manifestantes. El 3 de marzo de 1976 en Vitoria marcaba el punto de inflexión del proceso. A partir de entonces los obreros tienen que pasar a la ofensiva o quedarse a la defensiva.
En Mayo cayó en las manos de Jaime Semprún y Amorós un dossier con panfletos y documentos relativos a los trabajadores vitorianos. La trasmutación de la dictadura franquista en parlamentarismo a la europea se iba produciendo a marchas forzadas. Los pactos de la Moncloa y el estatuto de los trabajadores son dos mojones de la época.
El papel de los sindicatos como control social democrático trajo la desaparición del escenario radical de las asambleas, bloquearon el debate teórico y enterraron la memoria de la lucha de clases de aquellos días con toneladas de historia oficial extendida por todos los medios. Por otro lado, con voces cada vez menos oídas, estaban los que exponían en pensamiento y activismo, que un movimiento social no debe entrar en eso que se llama «organizar las apariencias».
Así se estabilizó democráticamente el capitalismo español: » cara a la oleada de huelgas del invierno del 76, las múltiples fracciones de un régimen en desagregación y de una oposición en aglomeración se han visto obligadas a salvar juntas y sin perder tiempo la realidad del orden capitalista, cuyas futuras apariencias políticas se disputaban». Lo que para unos fue una grandísima renovación histórica, para otros aparece como una sórdida acumulación de regateos, apaños, golpes bajos y maniobras efectuadas en una atmósfera de demagogia y decrepitud.
Desde el primer gobierno de la monarquía, unos 100.000 trabajadores estaban en huelga, principlamente en Madrid, Catalunya y Euskadi. El movimiento se extiende a la vez que se radicaliza, poniendo en peligro, con la práctica de asambleas y la formación de piquetes de extensión de lucha, el legalismo de los burócratas sindicales y desbordando todas las organizaciones. En enero la huelga en Madrid cuenta con 320.000 huelguistas de la construcción, del metal y de servicios públicos principalmente. El ministro de relaciones sindicales pedirá una tregua a la que responde un acuerdo de USO – CCOO – UGT para encontrar «una salida negociable». En Vitoria, donde el movimiento de las asambleas de huelguistas había llegado ya al punto más allá del cual todo es revolución, las armas de la policía dijeron la última palabra. Los sindicatos no llamaron a ninguna huelga general.
En Vitoria hubo dos meses de organización autónoma de la lucha (entre asambleas cotidianas fábrica por fábrica y asambleas comunes dos veces por semana). Entre tanto y posteriormente, dentro de la economía española en crisis, el único sector cuya expansión acarrea una importante creación de empleos es el de la representación política y sindical.
Todo esto y más está recogido en este Manuscrito encontrado, quienes lo escriben buscan la superación de la economía capitalista y denuncian tanto a los enemigos exteriores de «LA CLASE» como a los de dentro: socialistas, comunistas, anarquistas (ver la críticaa los revolucionarios anarquistas, página 71), estalinistas. Y es que no quieren saber nada de cualquier intermediación para que la libertad sea vivida en diálogo antijerárquico. Son portavoces de un movimiento obrero que se reclama esencialmente marxista, reinventando las razones que la revolución tiene para no caer en «el aburrido paraíso de recuerdos petrificados».
Quien no cree en «el pueblo elegido» no puede creer en la «clase elegida». Es mi caso. Por eso no comparto opiniones como que «los proletarios no necesitan justificaciones porque no tienen la necesidad de convencer» (pag 84). Como tampoco creo en el determinismo de ninguna naturaleza, ni que el proletariado liquidará práctica y definitivamente todos los problemas que la sociedad de clases es actualmente incapaz de resolver, me sitúo en el campo del marxismo parcial. De Marx ausmo la crítica al capitalismo, pero no creo que el proletariado deba ser la vanguardia esclarecida augurada por Lenin. El antagonismo de clases no es tan claro, como avisaba Jaurés, lider socialista francés asesinado hace ahora 100 años. Y es que no todo es convincente en este buen libro que profundiza en el pensamiento político de izquierdas.