La crueldad es un haz que puede proyectarse hasta la barbarie. Puede ser la luz de un tiempo, de una época, de un pueblo. Y como ya adelantábamos en la anterior crónica que aquí publicamos de Marie Colvin, de tanto repetirse, de llevarse a cabo como estrategia, bien de «Liberación popular» o como «razón de Estado», ha acabado imponiendo la masacre como utensilio con el que se alimentan los países. El 11 de enero de 2009, en el Sunday Times, Marie Colvin escribía sobre el bombardeo a la ciudad de Gaza por el ejército israelí.
En la sala de emergencias del hospital Al Shifa en Gaza, el doctor Raed al Arayni, afrontaba su duodécimo día sin descanso, desconociendo que se iba a presentar todavía la peor pesadilla que pudiera imaginar.
Un ensangrentado niño traído a la sala de emergencias en brazos por un vecino. «¡Papá, Papá!», gritaba. «No reconocí a mi propio hijo, por las heridas que presentaba», recuerda Arayni. «Durante unos segundos no pude moverme, mis rodillas se quebraban. Apenas podía soportar ver a mi hijo a medio camino entre la vida y la muerte». Al correr se dio cuenta de que sus dos hijos, Hathifa, 7 años, Adidad Raliman, 5, yacían en su sala de emergencias, gravemente heridos. Con las lágrimas yaciendo por su rostro, Arayni comenzó a trabajar en Hathida, que tenía las peores heridas. Un trozo de metralla había atravesado su pecho, tenía la pierna derecha rota y la sangre manaba de sus heridas. Otro médico asistió a Abdul Rahman. Los nervios de su mano izquierda rota estaban dañados y no tenía sensibilidad en la mano. Consiguieron estabilizar a ambos.
«Tengo que agradecer a Dios que mis hijos no vinieran envueltos en trozos o con partes de su cuerpo amputadas, como lo que he visto llegando aquí en estos últimos días», dice Arayni al lado de Hathifa, mostrando un rostro exhausto de dos semanas con continuas operaciones. Durante doce días, este barbudo y delgado cirujano no ha podido tomar siquiera una siesta, apenas malcomer algo en el hospital.
Cuando los israelíes lanzaron un ataque masivo contra Hamás, el grupo extremista que gobierna Gaza, para impedir que lanzara cohetes contra las ciudades próximas a Israel, Arayni trasladó a su familia de su casa en Jabaliy, un campamento saturado de gente justo al norte de la ciudad de Gaza. Se refugió con la familia en el distrito más central de Fakhura, creyendo que sería más seguro.
El cirujano aparta de su pensamiento a sus propios hijos mientras los heridos llegan en tal cantidad que los suelos de los quirófanos resbalan a causa de la sangre. Hombres, niños y mujeres, todos ellos heridos, se amontonan en los pasillos mientras los cirujanos comandan la sala de recuperación.
El martes, Um Mustafa, su esposa, y los hijos subieron a la parte alta del edificio, desesperados en busca de aire fresco y luz, después de una semana a oscuras mientras los aviones y tanques israelíes disparaban misiles durante el día y la noche. Los niños jugaban mientras Um Mustafa bajaba las escaleras en busca de una botella de agua. Unos instantes después, todo el edificio se conmovió por un primer impacto al que siguió un segundo. Dos misiles habían impactado en el edificio contiguo que hacia las veces de escuela para niñas de las Naciones Unidas y que era hasta ese momento un refugio civil. Cuarenta personas, la mayoría mujeres y niños, fueron aniquilados.
Todavía persiste la controversia sobre el ataque a la escuela, una de las tres bombardeadas por los israelíes en 24 horas. Israel afirmó que militantes de Hamás habían disparado morteros desde cerca de la escuela. Los funcionarios de la ONU insistieron en que sus guardas de seguridad mantuvieron a los militantes de Hamás fuera de sus complejos y que habían dado al ejército israelí las coordenadas GPS de sus 23 escuelas, refugio para unos 15.000 habitantes de Gaza, para evitar tal tragedia.
Tan proto como Hathifa y Abdul Rahman fueron estabilizados , Arayni regresó a la sala de operaciones para hacerse cargo de los heridos por el bombardeo a la escuela. Cuando salió de su habitación el viernes, dejando a los niños al cuidado de su madre llorando, Abdul despertó de un sueño febril y comenzó a llamar a su padre. «Quiero a mi papá, ¿Dónde está? ¿Está herido?», lloró. Su hermana mayor, con el vendaje enredado todavía en su pecho porque es demasiado peligroso quitarlo, lo tranquilizó: «no, Abdu, está curando a otros niños heridos como nosotros».
Para el estándar de la última quincena en Gaza, los hijos de Araymi son afortunados. En el último recuento, 830 palestinos han sido asesinados y más de 3.000 heridos, de acuerdo a los responsables de salud de Gaza. El ministro de salud de Hamás asegura que un tercio de ellos son niños.
Las tropas israelíes se atrincheraron en las afueras de Gaza y en las casas palestinas que habían confiscado. Las fuerzas de Hamas han sido expulsadas de las calles, pero contraatacan con ataques de guerrilla desde túneles, desde los tejados y lanzando cohetes contra Israel.
El norte de Gaza es un lugar yermo. Toda las manzanas de edificios de apartamentos de hormigón y los campos de refugiados de Jabaliya, Beit Hanoun y Beit Lahiya quedaron devastadas por las excavadoras militares. Los cooperantes avisan de un desastre humanitario. Portavoces de la ONU aseguran que dos tercios de los gazatíes están sin electricidad y la mitad no dispone de agua. Los alimentos y las medicinas escasean. El miércoles Israel cedió ligeramente y anunció que dejaría de bombardear entre las 13.00 y las 16.00 horas para permitir la entrega de suministros. Sin embargo, no mostró señales de poner fin a sus operaciones en el corto plazo. Desde la perspectiva israelí, se libra una batalla crucial, aupada por un apoyo popular casi unánime contra un enemigo comprometido hasta la destrucción y que ha continuado sus amenazas contra sus ciudadanos en el sur.
«Israel ha actuado, actúa y actuará únicamente de acuerdo a sus propias consideraciones, la necesaria seguridad de sus ciudadanos y su derecho a la auto defensa. Es Tzipi livni, la ministra de exteriores israelí y candidata del partido Kadima a ocupar la presidencia del país.
¿Cuán cerca está Israel de lograr sus objetivos? ¿Qué se ha logrado con el derramamiento de sangre? ¿Hay alguna señal de que se detendrá? Israel lanzó la Operación Plomo Fundido el 27 de diciembre, poco más de una semana después de que Hamás se negara a renovar una tregua de seis meses e iniciara ataques con cohetes contra el sur de Israel. Los objetivos eran acabar con el lanzamiento de cohetes y el contrabando de armas a través de túneles subterráneos en la frontera sur de Egipto y Gaza.
La aritmética política en Israel es amigablemente complicada, pero el efecto de la operación en Gaza se revela en la fortuna del partido laborista, liderado por Ehud Barak, ministro de defensa israelí. Hace dos semanas, antes del ataque, ocupaba el tercer o cuarto lugar en las encuestas con una estimación de solo 9 o 10 asientos en el parlamento (de 120 miembros). Después de la operación militar sus expectativas han subido a 16 asientos. Una victoria sobre Hamás podría permitir al partido laborista superar al bloque de derecha y establecer un pacto de gobierno con Livni. pero si Hamás puede clamar victoria será el Likud y sus aliados quienes aúpen a Netanyahu al sillón del primer ministro.
Los expertos israelíes coinciden en que el gobierno necesita una «clara victoria» y un cierto control en la franja sur de Gaza para retirarse con una apariencia de victoria y justificar el oprobio internacional. Para Hamás, por muy mermada que quede, la ecuación es mucho más simple. La victoria es sobrevivir.
Todo el mundo está esperando al presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. La semana pasada el presidente se mostró partidario de abrir contactos con Hamás. Sería la primera vez que lo hiciera un presidente norteamericano.
Para los ciudadanos de Gaza todo va a ser más difícil. De entre todos los sufrientes habitantes de Gaza, pocos como los que pertenecen al clan Samouni. La pasada semana cuatro niños de una familia numerosa fueron rescatados de los escombros en los que se había convertido su casa tras permanecer tres días y noches atrapados con los cuerpos de sus madres y parientes. A los trabajadores humanitarios les horrorizó la demacrada condición de los niños. Antes de poder sacarlos de los escombros, tardaron días tratando de obtener permiso de los israelíes para rescatarlos. Su terrible experiencia comenzó el domingo pasado, poco después de la invasión israelí. Las tropas ordenaron a las familias que se reunieran en una casa grande abierta mientras registraban el vecindario de Zeitoun. El lunes por la mañana, con unos 90 hombres, mujeres y niños dentro, tres misiles israelíes impactaron en la casa, según relatan los supervivientes.
Dieciséis murieron en el bombardeo – siete mujeres, seis niños incluido un bebé hallado bajo el brazo de su madre muerta, y tres hombres -. Ahmed Samouli, de 15 años, cuenta tumbado en la cama del hospital con un tubo en su nariz y los brazos aún ennegrecidos por la sangre y la mugre. «Algunas de las personas tenían las cabezas abiertas. La puerta se abrió. Una gallina entró y trató de picotear los sesos. Espanté a la gallina, me arrastré hasta la puerta y la cerré con mi pie».
En el hall del hospital se encuentran su hermano, Yaqub, 10 años, y su primo, Abdullah, 8, tan gravemente heridos que apenas pueden hablar. Otra prima está en cuidados intensivos.
Ayer nuevos horrores visitaron Gaza. ocho miembros de una familia, incluidos dos mujeres y dos niños fueron asesinados en Jabaliya, cuando un tanque israelí les disparó mientras disfrutaban del sol del invierno en el jardín de su casa. El vecino que las llevó al hospital lo hizo en el maletero de su coche porque sus cuerpos estaban destrozados. En medio de toda la incertidumbre sobre las intenciones de Israel y la búsqueda de un cese del fuego, la tragedia humana parece ser lo único que está garantizado.