La prosa de Maxim Osipov parece un terrón de hielo bajo un sol limón. Los protagonistas de sus relatos se marchitan descomponiéndose en el extraño orden de la realidad. En su interior, una conciencia con vida aún aspira, aunque sea mediante espasmos violentos y fatales, a dejar de ser una fiera amaestrada en una jaula de hastío cotidiano. Los protagonistas de Osipov pueden ser de cualquier pueblo de las grandes llanuras en Rusia o de los extrarradios de las ciudades insignia hoy sin industria. Una ley ancestral del más fuerte, pero ahora ejercida por nuevos clanes, define el corpus de ese nuevo orden del país, del nuevo estado anímico que flota en el aire y que respira cada cual hasta que forma parte de su torrente sanguíneo. Osipov es ahora un poco más prófugo de cuando escribió los relatos que la editorial Libros del asteroide reúne en Piedra, Papel y Tijera. Ha dejado Rusia como consecuencia de la invasión ucraniana. ¿Vaticinaban sus relatos lo que ha ocurrido?
La mirada que traslada Osipov nos permite ponernos en la piel de los rusos del “total afuera”. La vida florece de la lluvia amarga venida de los más lejanos vientos. Esos protagonistas no pertenecen a la que podríamos pensar la silenciosa mayoría que nos imaginamos en la Rusia de hoy. Y nos hace dudar incluso de que exista, esa realidad caucásica, rubia, blanca, solo porque el estereotipo político bombardee con ella y su hegemonía noche y día.
Lo cierto es que Osipov, de una manera u otra, se ha convertido en un protagonista más de los relatos que empezó a escribir hace casi dos décadas. Y cierto es también que la ficción expresa mejor la realidad que el parte de sucesos. Aquí, en este punto, encontramos una cortina de lluvia que se ha transformado en nieve, tersa y maciza, una especie de “Ficción real”. Y una tercera verdad, esta quizá la mayor de todas, es que los protagonistas de esta ficción real son personas, de carne, hueso y alma, no en este preciso orden ni en igual proporción. Pero personas. No hay el más mínimo atisbo en Osipov de explicitar ninguna estructura o fuerza simbólica en el relato, aunque pululen en las vicisitudes elípticas de los protagonistas. El país y su cuerpo vivo de ciudadanos parece situarse en el mismo extrarradio de ese nuevo viejo orden tentacular que a su vez inserta en la vida cotidiana a sus hormigas obreras: oligarquillas, matones ahora respetables, miembros de la nomenklatura, un orden como venido de una ausente pero punzante jerarquía.
Los protagonistas de Osipov le miran no solo como autor sino como un médico que ejerce, con un desencantado vitalismo. ¿No es acaso esa la base de cinismo con la que afrontamos nuestras vidas desde primera hora del día hasta la frontera con el siguiente? Maksim Osipov nos abre la verja del campo y esconde en cierta medida la mano. Y nos quedamos con preguntas que nos llegan como si fueran un viento de piedras.
En estos tiempos de relatos lineales, el de Osipov curvea lo que quizá un lector occidental quiera estar esperando leer de un autor ruso. Este es quizá otro de sus méritos: comprender lo que ocurre a través del carácter verdadero, psicológico, emocional, cotidiano, de los protagonistas. El periodismo rechaza mancharse en semejante ciénaga por considerarla demasiado literaria y evocativa, poco materialista. Pues pesa más. El nubloso género de Osipov podría ser un diario impreso. Dice más, no de lo que sucede, sino de lo que existe.
Piedra, Papel y tijera. Maxim Osipov. Libros del Asteroide, 2022. 328 páginas. 23,95 euros.