Es difícil no admirar la prieta y mórbida obesidad de la ciudad desde el balcón repleto de plantas de marihuana de Víctor H. Nadie como él se ha refugiado en esas calles huyendo de la siempre feroz policía; como otros utilizó sus angostas anchuras para llenarlas de militantes y nuevas proclamas; en sus claroscuros queda con sus contactos. A sus 55 años y militante de diversas causas, Víctor H. vive las drogas para hacer cosas y no para colocarse ¿Rara avis? En su génesis, la drogas no tuvieron como camino el callejón mercantil de la oferta y la demanda ni la siembra en las esquinas de las ciudades on las esquelas de varias generaciones. Pensamiento y acción. Desconoce Víctor que el padre del éxtasis, Alexander “Shasha” Shulgin, falleció en California el 3 de junio de 2014. Pero el MDMA, como él prefiere llamarlo, ha sido la droga que “me ha ayudado a estar bien en todo momento, a levantarme bien al día siguiente”. Ahora que surge una praxis de autogestión, los poderes ceden en su particular lucha contra las drogas. Pero Víctor H. no cede, pues para él las drogas no tuvieron otro objetivo que hacer mejor la vida y quien no esté preparado para ello, no debe tener permiso para acceder a ellas.
A los 17 años Víctor H. probó un canuto. En esta ciudad peninsular que en 1976 se desperezaba del régimen franquista. Ya existían rutas de un maltrecho abastecimiento clandestino, pero regular. De inmediato surgieron las redes de información impresas entre quienes estaban «en el rollo«, cuya eclosión fue la revista Ajoblanco, un elaborado fanzine de autarquía vivencial. Víctor H. no estaba en el «rollo», sino algo desorientado en el «jaleo». En su ciudad surgían grupos deseosos de una organización contestaria estructurada: fines, tácticas y finalidades marcadas como guías Michelín revolucionarias. De otras laderas, eclosionaba un magma abertzale con una vanguardia armada por delante. Todo era una perfecta paradoja: la estructura decadente de un régimen, frente a otra estructura organizándose que tenía visos de acabar en decadencia. Víctor H. tuvo la suerte de contar con tiempo hasta verse en el fragor de las luchas y tomar partido por la ecologista que se libraba. En ese intervalo de tiempo «me aceptaban en los círculos donde se pasaba, y me respetaban en los que se organizaban cuadros y estructuras para ocupar la calle y llegar hasta el poder«.
Drogas ¿Por qué entonces? Quienes han escrito la «historia» contracultural echan mano de un paternalismo resabido: porque era algo nuevo y a los niños y a los animales les atrae lo nuevo y lo prohibido. «Nos vino desde una experimentación no sólo en EEUU en los 60, también en Europa. Se trataba de incorporar ciertas drogas para la mejora personal, leíamos libros clandestinos editados en los años 50. No era flipar por flipar sino descubrirse y conocerse y descubrir en ese viaje un placer«. Garantizar el acceso a la marihuana, mescalina, ayahuasca o MDMA, ¿Supuso una militancia en sí? «Pues al principio sí, hasta que nos dimos cuenta que podiamos autogestionarlo. Teníamos nuestros contactos que bajaban al moro y subían hachís. Bien, pero pronto creamos espacios para el cultivo de maría, por ejemplo, aprovechando un vacío legal que es el consumo, que no está penado, y ahí creamos primero clandestinamente y después en los 80 los clubs de consumo y autocultivo«.
Romper con la represión es la clave de la lucha contra el Poder en abstracto. Abrir las puertas cerradas de la mente quizá también. El mercado, inmenso, de la droga fue desde el principio por otros derroteros. Hablar de drogas desde entonces es hablar de mercantilización, de industria. La mismísima industralización de la que Víctor H. es hijo. La heroína fue la máxima expresión del mercado: barata, fácil de adulteración y de beneficio exponencial con un mercado inmenso de consumidores.
Víctor se pone en otro ángulo para expresar el síntoma de la producción industrial y el mercado. «Me viene un criajo del barrio y me dice, mira qué costo más bueno he pillado». Le digo, rasca y verás lo que hay ¿Por qué el hachís es tan malo? Pues porque todos los blanquitos quieren barato y gran cantidad«. Es la ley de la oferta y la demanda, desde hachís hasta pasta de dientes pasando por medicamentos y cualquier producto de primera necesidad. Las drogas sintéticas aún están más adulteradas. «El MDMA que yo tomaba no tiene nada que ver con el rula por ahí, en plan selectivo, y ya no digamos lo que se distribuye en discotecas y garitos«.
La elección entonces parece ser sacar la droga del mercado. «Es lo que tratamos de hacer con los clubs de autoconsumo desde hace años. Pero quizá sería necesario crear una federación de productores o científicos para el disfrute de otras drogas. No me vale eso de que todo el mundo tiene derecho a las drogas. Todo el mundo tiene «derecho» al alcochol y el alcohol es la droga más dañina que hay y que genera más muertes de carretera, violencia, etc. Lo que digo es: a lo que tiene derecho la gente es a gestionar su auto capacidad de experimentar las drogas, y drogas buenas, si no tienes autocapacidad, pues no».
¿Pero quién dictamina la auto capacidad de experimentar las drogas de cada cual? ¿Es preciso abogar por la vida administrada? Víctor H. va por sinuosos derroteros. Parece abogar por crear pequeños grupos conscientes y que éstos se busquen la vida: a medida que más consciencia tengan acabarán accediendo y gestionando lo que buscaban.
No tiene fin
la espléndida vida del mundo
no tiene fin su hermoso vivir
su hermoso respirar
sus hermosas criaturas sensibles
observando escuchando y pensando
riendo y bailando
suspirando y llorando
a través de las tardes sin fin
noches sin fin de amor y éxtasis
alegría y desesperanza
bebiendo y fumando
charlando cantando
en los Amsterdams sin fin
de la existencia
de animadas conversaciones sin fin
y de los cafés sin fin
en los cafés literarios de las mañanas de lluvia
sin fin las películas de la calle que pasan
en los automóviles en los tranvías del deseo
en las inagotables vías de la luz radiante
Sin fin el baile de las melenas
al ritmo sin aliento del punk rock
y de la música disco su aire en la cabeza
a través de las medianoches de la Vía Láctea
hasta los paraísos del amanecer
hablando fumando y pensando
de todo aquello que en la noche no tiene fin
en lo blanco de la noche la luz de la noche
Ah sí el vivir y amar no tienen fin
odiando y amando besando y matando
No tienen fin los latidos la respiración la procreación
la rueda de la vida de carnes
girando constantemente en el tiempo
Vida sin fin muerte sin fin
no tienen fin el aire y la respiración
Mundos sin fin
en los que los días nunca terminan
en las capitales del otoño
sus grandes avenidas de hojas en llamas (1)
Alexander Shulgin no pensó en un mercado del MDMA, pero su objetivo era que miles de personas tuvieran acceso terapeútico. El éxtasis, nombre comercial del MDMA masificado, ha generado millonarios beneficios. Ha llegado a cientos de miles de personas, tal como Shulgin proponía, pero no a las que él imaginaba. Víctor H, como Blake, Huxley, Hoffman me sigue diciendo que la droga debe sevir para evolucionar, y que su principio activo permite comprender progresivamente el bosque mental de cada cual. Soltar amarras para una liberación consciente y política.
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(1) La vida sin fin. Lawrence Ferlinghetti