Los cuerpos humanos tienen un considerable porcentaje de agua. Los humanos nadan en mares de sueños. El sueño de Óscar Alberto Martínez Ramírez y Tania Vanessa Ávalos era llegar con su hija de dos años, Angie Valeria, a los Estados Unidos. El 3 de abril partieron de El Salvador, junto con su bebé, de un año y 11 meses, rumbo a Estados Unidos. Les esperaba una ruta en la que mueren decenas de personas cada semana. Las mafias, los paramilitares, aduaneros y los narcos tejen una inconmensurable red comercial donde la plusvalía más preciada es la carne humana. Un engrasado mercado que no precisa de la intervención de ningún FMI ni Banco Mundial. Extorsiona a los que sueñan. Regula a los más aptos que serán cuando lleguen mano de obra barata en los Estados Unidos. Nunca un ejército tan numeroso en la noche de los sueños dio tanto dinero a tantos explotadores.
Oscar dejó su maltrecho trabajo en una pizzería. Tania había abandonado el restaurante de comida china donde trabajaba como cajera. Esperaban poder llegar a Dallas. Allí unos familiares les aseguraron podían conseguirles trabajo.
Se sabe que la joven pareja y su hija estuvieron en un albergue para inmigrantes en la ciudad de Tapachula, en el estado mexicano de Chiapas. Llegar hasta aquí era todo un paso. Aquí obtuvieron una visa humanitaria que, mientras solicitaban asilo en Estados Unidos con la promesa de trabajo, les permitiría permanecer en México.
En Tamaulipas, esperaban solicitar asilo en Estados Unidos. La impaciencia y las decenas sino cientos de personas en igual situación, llevaron a la pareja a cruzar el rio Bravo el domingo pasado, 23 de junio. Hacia 63 días que Oscar y Tanía habían salido de El Salvador. La pequeña cayó de la balsa que los transportaba. Oscar se lanzó a su rescate. En la orilla del buen sueño aparecieron sus cuerpos abrazados. Su fotografía aparece en los diarios y medios que llevan a portada todos los días el buen sueño occidental. Ese sueño tiene más partes de agua que de esperanza.