– !las botas¡ , ¡¡ quítate las botas y salta!!
Fueron las últimas palabras de K que escuchó I antes de hundirse con la embarcación. No le dió tiempo a quitarse las botas. K, en cambio y para su maldición, conservó, si es así, la vida. Dos pescadores de los llamados artesanales. Especie perseguida por el gobierno vasco, y un dúctil ayuntamiento de la costa del gran Bilbao. En los restaurantes de la zona, los diletantes clientes, incluso los políticos que agasajan a constructores o inversores, degustaban el pescado que aún con la vida entera pescaron I. y K. el día anterior. Las exequias por I. no fueron tanto por su alma sino por el futuro y presente de los pescadores artesanos que se arriesgan para soportar el envite de la pesca industrial. En los informes de salvamento marítimo se menciona una hora – poco después de las 10 de la mañana – cuando la tragedia comenzó a fraguarse tantos años antes y continúa a día de hoy. Esta es la historia de todos los pescadores de esta índole en todo el mar cantábrico.
En cuanto se supo la noticia de I en las pescaderías del pueblo, quienes consumen pescado proveniente de Merca Bilbao lamentaban con sinceridad la muerte en el mar de un chico de 45 años padre de una hija de pocos años. Sí, una tragedia. Pero sin divagar demasiado, ni caer en el comentario circunspecto, casi todos sospechaban que la tragedía había tenido lugar en otra parte, innombrable por lo demás. ¿Por qué I. y K. apremiaron en marea baja a faenar tan cerca de la costa y exponerse a un golpe de ola? Cada cual compró su pescado, leyó el periódico y guardó el mismo silencio baldío.
Quien no calla es B, antiguo pescador en un pueblo limítrofe al de I. «Mi familia hubo de darse de alta como autónomos para faenar. Al de un tiempo, comenzaron a poner más y más trabas hasta que djeron que para vender el pescado por la calle como han hecho mi abuelo y otras generaciones había que darse otra vez de alta. Fue ya el colmo: el gasoil sin freno, los caladeros cada vez menores y menos pesca, y los impuestos multiplicados». En vez de la red, arrojó la toalla, para no perder la vida en vano. Los pescadores artesanales faenan en aguas de bajura, aunque los hay que han debido irse hasta el meridiano irlandés para embarcarse en campañas más que arriesgadas. La única controversia que surgió no podía tener un carácter más institucional. El sindicato LAB exigía regular la faena en el mar restringiendo la pesca a condiciones favorables. K. e I. salieron a la mar antes de aquel mediodía como salen a trabajar miles de obreros. A capear las condiciones.
«Poco van a regular en favor de los pescadores artesanales los que no quieren pesca artesanal«, desmonta B. Ningún comunicado, portavoz o institución mencionó la palabra artesanal. Así que una segunda ola caía sobre ellos y sus familias.
Los lunes es posible catar pescado fresco en la carta de los restaurantes que se ofrecen como caseríos tradicionales de costa y restaurantes de solera. Estos son los únicos lugares donde los pescadores artesanales pueden vender. Recorro varios de ellos. Ningún propietario quiere hablar. Ningún cocinero. No es prudente. B. me sugiere que vaya al mercado del pueblo. Allá sólo hay dos puestos de pescado. Sus propietarios pagaron hace unos pocos años una millonaria suma para modificar el viejo mercado y seguir con su licencia municipal. «Si yo pago impuestos, como autónoma, al ayuntamiento, pues la venta ambulante, sea de quien sea de quien sea me perjudica», me explica una vendedora mientras cobra jibiones pesacados a casi 50 kms . ¿Todo se reduce a una cuestión de dinero? La pregunto que hace 30 años los arrantzales vendían el pescado en la calle.
– Bueno, ahora somos miles más de personas en este pueblo. No se daría con las artes tradicionales. Los propios pescadores han evolucionado hacia otro tipo de pesca de más captura.
En efecto. Las cofradías, las poderosas cofradías de las que me habla B. Los pueblos donde se formaron concentraron en torno a sus puertos una producción con grandes embarcaciones, empresas conserveras, provocando que en los pueblos más pequeños la pesca fuera poco a poco decreciendo y siguiera artesanal. La pesca en Ondarroa, Bermeo y otros tantos pueblos de la costa vizcaína es industrial. Los barcos de bajura capturan miles y miles de kilos de todas las especies: sus finas redes lo atrapan todo; si practican la pesca de arrastre, es el fondo el que se queda raso como el desierto; las embarcaciones de altura multiplican por dos o tres la capacidad de las de bajura. A los pocos artesanos sólo les quedan zonas de pesca en donde las embarcaciones grandes no llegan: la peligrosa costa.
«Sostenible»
Es la palabra más pronunciada. Por políticos, responsables jerárquicos de la administración, alcaldes. Por empresarios del sector pesquero. B pone un ejemplo: «se cría en piscifactoría porque el mar ha sido esquilmado por la pesca industrial. Es lo que hay. Y no hay más que mirar a los astilleros: están haciendo nuevos atuneros y arrastreros. Subvencionados de hace tres años. Es una locura«. Pero le pregunto que, si hay que volver a una pesca moderada, ¿cómo hacerlo? Mira al mar que entra con fuerza y después nos mira a tí a mi.