Escribir sobre la obra de una autor cuando es alguien cercano, o incluso amigo, es a la vez interesante y delicado. Cuando Willy Uribe nos avisó a los miembros del Club de surf clásico El Pasillo que publicaba Nanga, su primera novela, me entraron inmediatamente ganas de leerla, vencido por la curiosidad de saber qué era capaz de escribir este fotógrafo con el que he tenido
menos trato personal del que quisiera pero al que he tenido muchas ocasiones de ver de cerca, tanto en el agua como fuera de ella. La imagen que tenía era la de una persona tranquila, reservada, obviamente poco amigo de las multitudes y el bullicio, comprometida con nuestro entorno ecológico a través de sus frecuentes denuncias y, a juzgar por su obra gráfica, con una especial sensibilidad para captar los momentos. Sabía también que escribía muy bien gracias a sus «Crónicas del salitre«. Pero lo que de verdad me ha sorprendido es que, además, es un excelente
narrador de uno de mis géneros preferidos: la aventura.
Nanga, editada por Leqtor, es un regalo del cielo para cualquiera a quien le gusten las buenas novelas de aventuras. De entrada, está prologada por Ramiro Pinilla (casi nadie al aparato) que habla maravillas del estilo de Willy. Y, sinceramente, no es para menos. Tratándose de la historia de un hombre blanco en la densa costa indonesia, la comparación con la segunda parte de Lord Jim de Joseph Conrad es prácticamente inevitable. Y no sé si será debido a que comparten la fuente de inspiración pero ciertamente se aprecian muchos paralelismos en los que Willy no sale perdiendo.
La violencia extrema brota espontáneamente de entre la paz habitual en esta tensa trama en medio de una selva completamente indiferente a los manejos humanos, inmisericorde con el hombre blanco que trata sin éxito de difuminarse entre la vida de los pescadores y las putas.
Es una historia de reafirmación individual llevada hasta tal extremo que su protagonista ni siquiera tiene un nombre definido. Se despoja de todo hasta que solo queda su esencia, sus ganas de vivir y su determinación a no dejarse dominar. A lo largo de sus páginas vamos asistiendo al viaje de un ser humano hacia su propio interior, su moralidad, su ética, su compromiso hacia sí mismo.
Atención, esto no es la aventura plastificada y fácilmente digerible de Indiana Jones. Ni tampoco la neutra poesía de Corto Maltés. Esta es una historia que tiene sus compañeros entre los buscadores de oro de Jack London, en parajes inhóspitos donde es habitual que uno tenga que morir para que los demás vivan, donde el sentimentalismo es un lujo que el hambre barre cada día,donde el blanco no entiende al negro ni el negro al blanco. Y es quizá la crudeza de la acción lo que la hace más creíble, más cercana a nuestra realidad cotidiana en la que el telediario vomita diariamente sobre nosotros muestras de egoismo e insolidaridad.
Es también la historia de una decisión, que el protagonista mantiene contra viento y marea: no vivir la vida que otros han planificado para él sino la que él mismo decida día a día. Tras la aparente huída enmarcada en un escenario muy lejano hay, en un segundo plano sutil, un espeluznante retrato de nuestros propios fantasmas: el ansia de medrar, el relevo generacional, el chantaje emocional, la presión familiar. Vive y deja vivir podría ser, de alguna manera, el subtítulo de este canto a la libertad.
Para terminar, es sorprendente la facilidad con la que Willy reordena la geografía a su antojo: Dompú es realmente la capital de la isla de Simbawa (aunque no es una ciudad costera) pero el río Luga nace en Rusia y desemboca en el golfo de Finlandia y Dalatang es una llanura china, por citar un par de ejemplos. En la línea de Sir Arthur Conan Doyle, crea un micromundo perdido donde el autor se mueve a sus anchas adoptando las maneras de un macromundo real, en este caso Indonesia. Decía sorprendente porque uno diría que Willy ha vivido allá toda su vida a juzgar por la precisión y contundencia con la que describe gentes, lugares y comportamientos. Es un relato escrito por alguien que ha viajado con los ojos bien abiertos y que ha sabido captar los escenarios, no solo con su cámara sino también con su pluma.
En serio, leed esta novela, es tan buena que hasta estoy dispuesto a prestar mi ejemplar a quien me lo pida (y que me perdone el editor).