
Un balcón suspendido en el cielo
No soy un soldado, pero me he visto en la guerra con uniforme militar cuando compro el pan, duermo o resucito tras la última noticia. Dispongo la pólvora a ambos lados del camino del cementerio, y siembro todos los fragmentos de metralla que puedo por los campos del recuerdo, cada vez que el olvido cosecha perdón y amigos. Cada vez que me cortan un brazo, alzo la inquebrantable bandera del hastío. Reúno a los hijos con sus padres, y a los pobres con los pobres. Paso una a una las cuentas del rosario de lágrimas de las madres de esta historia.
Ilumino la penumbra del corazón con la vela del miedo, y cuando estalla el bombardeo, unto las paredes con su cera verso a verso. Recompongo lo que se ha caído del muro del tiempo, recojo lo que ha florecido de las balas de mis enemigos, enseño a los niños, por si crecieran, cuándo orar por la tierra.
No soy soldado, pero me he visto en la guerra como el halcón del edificio al que han alcanzado, suspendido en el cielo, observando a los vecinos correr hacia playas asfaltadas, antes de la nueva oleada de bombardeos. He visto casas sobrevivir a los impactos gracias al error de un joven piloto. La destreza del fotógrafo que llevó a un hospital la foto. La casualidad de encontrar a un médico especialista en heridas de casas. La ambulancia que espera en el umbral del dolor como una mujer embarazada, exhausta y mareada por el sol de agosto.
No soy soldado, pero me he visto en la guerra como ángeles que aplauden a soldados, como una madre que lava sudarios, como una casa que sostiene la ropa de sus inquilinos, que siempre regresan para que se quede tranquila. Me he visto confiando en mi bolsillo la carta de una bomba que luego arrugaré como el recibo de la luz, guardándoles la pelota a los niños por si ras la guerra vuelven sin piernas. Espero el llanto que no llega, pues como yo, en la guerra ha perdido su reloj y su sombra, quedándose sin amigos.
¿Quién elevara a los niños hacia Dios antes de que los crucifiquen? ¿Quién dejará que los vivos ronden sin parar en torno al noticiera desde el abismo del mito? ¿Quién la dará a la ciudad su derecho a pan antes de dormir, su derecho a un puerto para que camine lentamente, como cualquier otra, sobre el agua de la vida?
¿Quién sacará al civil del uniforme del soldado, al soldado del uniforme del político al político del religioso, y al religioso del uniforme de los necios? ¿Quién sacará a la ciudad de la hipocresía de los trajes?
No soy soldado, pero me he visto en la guerra preparando la escena final de mi muerte para que los vivos festejen mi partida.
Sin título
Pasó un día con sus tanques: el cielo era una fiesta de cometas
De los niños; y de un coche jadeante chorreaba sangre.
Pasó un día con sus aviones: la tienda de os desplazados
Apostaba contra el tiempo: el invierno llegará tarde.
Pasó un día con sus francotiradores: ni el mercado encontró
sal, así que dije: “no pasa nada, la tristeza de los vendedores
da para todos”.
Pasó un día con su artillería: el funeral de mi vecino se
alargaba, ¿quién tiene prisa en tiempos como estos?
Pasó un día con sus noticieros: y llegó la noche y fue
un poco alegre: estábamos todos, salvo la casa.
30 de diciembre de 2023
Profeta del desvarío
Soy el profeta que perdió su profecía: puse mi libro en la
acera y me senté sobre él
a diario paseo el rio del desvarío en las calles del pueblo,
y cuando regreso a casa, lo cuelgo en la pared de la certidumbre,
soñando con una tierra muerta que huele a maleta antigua,
con mujeres de piedra que em lanzan sus senos
como si fueran zapatos, con flores negras que brotan de
una flauta para iluminar mis pesadillas insomnes.
Palabras, morid un poco para que pueda cambiar mis
raídos poemas por miradas tristes y nubes ligeras, y así
echarlos en mi corazón como plumas.
Muere un poco y dame mi primer beso, una estrella sobre
la que apoyarme y que espante mi dolor. Quiero al profeta
que fui, quiero al profeta al que he traicionado.
Las astillas de las sillas
Un mes entero peleando con los escombros.
Se amontonan a mi alrededor, pero yo no veo más
Que la casa tal como era antes de la ruina.
Delante de mi, escombros, pero mis ojos abren puertas
– violines relinchan en mis venas – y recorren pasillos
brillantes y perfumados – yo me embriago. Arreglas la
cama como si tuviera polvo, y yo toso. Cierras las ventanas
por miedo a la lluvia, y yo prefiero el viento, que gira
como si buscara mis calcetines perdidos
– yo no me encuentro.
Un mes entero dándole vueltas,
Una memoria obstinada y una escena con ruido de astillas,
Una casa hermosa y una familia en silencio,
Un dilatado dolor… largo hasta que la electricidad vuelve.
¿No es suficiente el mes que pasó en pie mi corazón
sobre sus piernas?
¿En que mis ojos vieron el ardor de la devastación? ¿Acaso
mi memoria no puede soportar curarse y despertar? ¿en
que mis manos, al subir la escalera de rosas, no se mojaron
con la doliente sangre?
Un mes. ¿Quién podría olvidar la ternura de las cortinas,
la delicadeza del mármol, el balcón de las canciones?
Un mes para los niños, para calentar la cena, para que tus manos
te obedezcan y prendas para ellos las astillas de las sillas.
23 de marzo de 2024

El poeta y novelista Nasser Rabah (Gaza, 1963) es uno de los grandes poetas árabes de hoy. Los lectores en español pueden sumergirse en la iridiscencia onírica y esquilada de su última poesía con el solemne e introspectivo poemario Gaza: el poema hizo su parte, traducido por Benjamín López Oliva y publicado por Ediciones del Oriente y el Mediterráneo. Nada asegura que a estas horas o en las siguientes, Nasser Rabah pueda perecer bajo los constantes bombardeos que sufre la franja de Gaza. Ironiza que si la guerra supiera la de poetas que está creando, se pegaría un tiro a sí misma. Este último poemario de Rabah está descarnado de sencillez. Su poesía absorbe y formula lo que las crónicas y las imágenes no pueden captar del todo: los sentimientos, el dolor, el terrorífico silencio de la devastación y la ausencia, el desvanecimiento del valor de las cosas. Y volando alrededor de todo esto, como mariposas lastimadas, el dolor y la ira como miembros amputados del ser, el hambre “y la prolongada extenuación del alma”. La poesía de Nasser Rabah huy de la conciencia donde se postran posos ideológicos y consignas al uso, y busca la desconexión onírica de la imaginación liberadora. Esto ve en este poemario, aunque su urgencia sea más testimonial. Y convierte a Rabah en un gran poeta de nuestra época.
Gaza: el poema hizo su parte. Nasser Rabah. Traducción de Benjamín López Oliva. Ediciones del Oriente y el Mediterráneo, 2025. 119 páginas. 12 euros.