En junio de este año se cumplirán diez años de la publicación del panfleto 15M. Obedecer bajo la forma de la rebelión. El texto, que apareció en 2012 firmado por el «Colectivo Cul de Sac», lo escribió quien suscribe estas líneas. La decisión de que apareciese bajo una autoría colectiva pretendía evitar las críticas ad hominem y que pudiese darse un debate en torno a esta polémica afirmación: que el ciclo de movilización social iniciado por la llamada indignación no era el comienzo de un proceso de emancipación social, sino más bien una forma de encuadramiento del malestar en torno a una futura «socialdemocracia 2.0» que no pretendía la transformación de las relaciones sociales, sino su ajuste a las circunstancias derivadas de lo que muchos entendían como una «estafa de las élites» pero que en realidad era una crisis profunda del modo de producción industrial. Crisis que, puesta en perspectiva, se revelaba como el funcionamiento habitual —no excepcional— de las economías de mercado y su lógica destructiva y autoritaria, y que en los siguientes años plantearía escenarios de quiebra social y ecológica inéditos, por lo que solo cabía esperar tiempos peores y la culminación del encierro en la lógica de la explotación y la dominación social.
Como se ve, el texto no era especialmente optimista. Tampoco era muy halagador —ni en el fondo ni en las formas—, con todos aquellos que quisieron hacer pasar las expresiones de los «indignados» por una especie de revolución en la que solo había que participar con el mejor de los talantes para tratar de encauzarla y llevarla a buen puerto. Bastaba mirar de frente la realidad, o tan solo escuchar atentamente las «demandas» que se expresaban en las multitudinarias asambleas de las plazas, para concluir que lo que unía aquella expresión colectiva del hartazgo era su reclamación de un lugar mejor en el orden social impuesto.
Es decir, que cuando se entonaba el «no nos representan» no se trataba de poner en cuestión la idea misma de la representación política y empezar a tomar decisiones en torno a cómo queremos vivir, sino de encontrar representantes mejores. Y, por supuesto, estos no tardaron en aparecer.
De ahí el título del panfleto, Obedecer bajo la forma de la rebelión, que recuperaba una polémica fórmula de Th. W. Adorno. Pasada casi una década, algunas partes de aquel librito han envejecido mal —también en lo referido a lo material: la obsolescencia de cualquier producto industrial afecta, por supuesto, a los libros—, pero otras siguen teniendo actualidad. La pandemia ha demostrado, una vez más, cómo el encierro en las condiciones de vida industriales hace que, con cada nueva crisis, se redoblen los gestos autoritarios y se reduzca el margen para el pensamiento crítico.
Quienes, en estas condiciones, dicen enfrentarse al orden impuesto lo hacen por lo general aceptando que una mejor gestión de la catástrofe cotidiana en la que vivimos logrará mantener las prebendas de las economías de mercado sin los molestos efectos nocivos que la amenazan constantemente. En momentos de crisis, esto concita un acuerdo entre sectores sociales de lo más variopinto a los que les basta creer combatir a unas mismas «élites» para encontrarse compartiendo indignación.
Hoy, muchos de aquellos que tras abandonar las plazas y volver a casa instaron a votar al partido de «los de abajo», que supuestamente opondría la razón de Estado a los designios de la casta y del capital global, han redescubierto durante las restricciones y el encierro el «placer de obedecer». Otros, que durante años habían vaticinado el colapso ecológico, y la necesidad imperiosa de transformar las relaciones sociales mediante una «reorientación radical» de las políticas estatales, se han apresurado a señalar que la gestión de la pandemia ha demostrado que cuando el Estado quiere claro que puede, ¡y de qué modo!
Una abrumadora mayoría de quienes se consideraban «de izquierdas» e incluso «radicales», han llegado a ver en la acción represiva, discriminatoria y criminal del Estado durante estos dos años la confirmación de que efectivamente, a partir de ahora, podemos prescindir de la forma de la rebelión y simplemente obedecer bajo la forma de la obediencia. Porque desobedecer es cosa de trumpistas, conspiranoicos y negacionistas de la peor calaña. El círculo de la alienación se cierra casi de forma perfecta. Si no fuese porque, actuando así, han dejado la más básica defensa de la dignidad y la libertad en manos de quienes han sido históricamente sus verdugos.