Ander Berrojalbiz y Javier Rodríguez Hidalgo recuerdan en el comienzo de su libro Los penúltimos días de la humanidad, editado por Pepitas de Calabaza en abril de 2021 que el gran periodista Karl Kraus escribió en el apocalíptico año de 1918, en plena guerra mundial y pandemia de la gripe española su premonitorio Los últimos días de la humanidad. Parecía el final. Pero la humanidad vivió solo veinte años después otra guerra mundial aún más devastadora. “Estamos convencidos de que la humanidad siempre podrá caer más bajo, como no dejan de demostrar los acontecimientos ocurridos desde marzo de 2020 hasta el momento de poner punto final a esta diatriba nuestra (febrero de 2021). La llegada de la epidemia del nuevo coronavirus y su gestión por parte de los distintos gobiernos caracteriza este periodo tan irreal, impensable e inasible”.
“Pensamos que tenemos la legitimidad necesaria para expresar nuestro rechazo a la forma en que está tratándose la enfermedad causada por el virus, así como a la anuencia general que rodea esta gestión. Nuestra idea es sencilla: la gravedad de la epidemia, innegable, no basta para amparar el recorte de libertades por todas partes, y mucho menos aún el crimen que está cometiéndose contra los más jóvenes”.

El libro de Ander Berrojalbiz y Javier Rodríguez Hidalgo está redactado con la urgencia de salir al paso de un estado de excepción en España que anuncia otros, “probablemente peores y que no tardarán”.
España entró en marzo de 2020 en una realidad Blade runner 2.0. donde los diferentes cuerpos policiales han multado a casi un millón y medio de ciudadanos. España fue el país de la Unión Europea que duplicó en multas, sanciones y detenciones a todos los de la Unión durante el estado de alarma.
.Los autores descifran el estado de alarma. Fue el gobierno quien tomando la iniciativa autoritaria mediante el estado de excepción impidió un debate público científico previo sosegado y veraz acerca de la verdadera naturaleza del virus COVID. En vez de eso, lo que ha venido a continuación ha sido un feroz alineamiento partidista bien a favor o en contra del gobierno de izquierdas. El conocimiento y el debate acerca de las libertades quedó impedido por todas las partes, al tiempo que la población tampoco lo reclamaba. El gobierno, de mientras aplicó en el estado de alarma desde marzo de 2020 las leyes laborales y de seguridad ciudadana del anterior gobierno de derechas.
Y esto dio paso a los vaivenes respecto a los mensajes del gobierno y la información sobre la naturaleza del virus y su combate sanitario que salían de los despachos gubernamentales. El Estado recurre a las mentiras, las medias verdades o las manipulaciones más fantasiosas para quitarse de encima cualquier responsabilidad ante los daños causados por la epidemia y barrer de paso los restos de libertades civiles que aún quedaban en pie”.
Este confinamiento a la española puede explicarse, al menos en parte, con dos variables muy sencillas. Según datos de 2017, España dispone de 297 camas hospitalarias por cada 100.000 habitantes, incluyendo las de titularidad privada. En 2008 esa cifra ascendía a 320 y en el año 2000 a 365. La OMS recomienda tener entre 800 y 1.000, objetivo que solo cumple Alemania con 800, mientras que la media europea se sitúa en 504.
“Después de unos primeros meses en que su presencia fue percibida como algo exótico (limitada a un rincón del planeta en que pasan este tipo de cosas, como muchos nos dijimos entonces), su proliferación en Italia en febrero de 2020 desencadenó las primeras reacciones en forma de medidas inauditas para encauzarlo. A pesar de que el confinamiento se había utilizado en Europa como cortafuegos localizado hasta el siglo XIX – en los puertos en que aparecían brotes de peste, por ejemplo – su uso había caído en el olvido. Que la China llamada popular lo hubiese aplicado antes no tenía nada de peculiar, ya que sigue tratándose de un régimen totalitario con una larga práctica en el aislamiento de ciudades o regiones, no solo para tratar problemas de salud pública, como la contaminación, sino también para asesinar disidentes en masa, como hizo en Pekín en junio de 1989.
Pero el confinamiento de todo un país de sesenta millones de habitantes era una novedad en Europa, sobre todo porque ese país en cuestión, la República Italiana, se basa supuestamente en unos principios democráticos y liberales que tienden a limitar las intervenciones más drásticas del Estado en la vida de sus ciudadanos. A partir de ese momento, el confinamiento de la población se convirtió en una medida no solo concebible, sino provista ya de un antecedente. Los gobiernos español y francés decidieron hacer lo mismo poco después, los días 14 y 15 de marzo respectivamente, en un clima de perplejidad e incluso de cierta euforia, tanto por la novedad de la resolución como por la sensación generalizada de que se estaba participando en un innovador movimiento multitudinario a fin de alcanzar un objetivo que la gran mayoría consideraba deseable: detener la progresión de lo que se percibía ya como una pandemia catastrófica, comparable a algunas de las peo-res plagas de la historia. Además, no tardó en cundir en muchas personas la sensación de que esta novedad podría anunciar una transformación social a favor de la justicia social y de la toma de conciencia ecológica, ya que una interpretación bastante difundida en los medios de comunicación achacaba la irrupción del virus a la deforestación y a la estabulación industrial de animales.
El confinamiento, que se anunció en un primer momento en España para dos semanas, se acató, así como un mal menor, una forma de sacrificar cívicamente unos días en las vidas de todos para salvar las de muchas personas. De este modo, la mayor parte de la población, salvo quienes se dedicaban a algo que se denominó «trabajos esenciales», se encerraba en sus casas sin derecho a salir más que para realizar las compras de lo mínimo para vivir. El gobierno español, a diferencia de lo que hicieron el resto de países de Europa, impuso el confinamiento más estricto posible, sin admitir, por ejemplo, el derecho a salir del domicilio para pasear o hacer deporte durante una hora (como fue el caso en Francia). La medida fue particularmente severa con los menores de 18 años, que ciertos asesores científicos consideraron potencialmente «supertransmisores» de la enfermedad. Se ordenó el encierro 24 horas al día de los menores de 14 años, y durante las primeras semanas del confinamiento ni siquiera se publicitó que, según el decreto del estado de alarma, los jóvenes entre 14 y 18 años podían salir a hacer la compra”.
A medida que las necesidades económicas se imponían, las “evidencias” de la transmisión fueron cambiando. Al tiempo, el 3% de la población (1.360.000 personas) fue multada.
El libro de Ander Berrojalbiz y Javier Rodríguez Hidalgo es, sorprendentemente, una isla en el océano de la realidad. Ni desde la izquierda, ni en los aledaños más radicales de esta han surgido al menos una liviana crítica constructiva a lo que la gestión autoritaria de la pandemia puede consolidar como gobierno para el futuro. Y esto, que es ya todo un diagnóstico, tiene el mérito de que alguien abre la grieta por la que se cuele el debate.
Los penúltimos días de la humanidad. Ander Berrojalbiz y Javier Rodríguez Hidalgo. Pepitas de calabaza. abril de 2021. 128 páginas. 14,20 euros