Esta es una de tus pesadilla: estás recorriendo una cuesta arriba, como una tortuosa montaña sin fín; viaje de habituales corruptelas diarias y extenuantes laboriosidades; de repente, una encrucijada: un cruce apenas legible que señala al norsureste el pasado, al oestesurnorte el futuro de ti como persona; no tienes mapa alguno y una voz chirriante cada vez más opresiva apela a que emprendas destino. Y de repente despiertas. El sudor da paso a la esperanza: sobre la mesa te ha llegado un mapa. Al alcance de la mano y los ojos está este sin igual Cita con los clásicos del gran Kenneth Rexroth sumergiéndonos en la literatura que desde hace 5.000 años explica y evoca quiénes somos, cómo alcanzar la libertad, es decir, perfilando, a través de todos los arquetipos explicados, la misma revolución, que es la de su propio sentido humano. Y del nuestro en nuestra propia época.
De Kenneth Rexroth, dice Gregorio Morán:
«Estamos ante quien se ha considerado como el icono más notable de la denominada contracultura norteamericana, y es pena que quienes le conocían ya desde hace tiempo no hayan entendido el valor que podía tener entre nosotros, ahora que estamos entre los escombros de tantos derrumbes, el conocer, seguir, atender a alguien que fue capaz de escribir y pensar de un modo y con una solidez sin precedentes entre nosotros (…) En Rexroth hay una gallardía, un aplomo apenas atenuado por la ironía, esa que le hace empezar su sarcástico poema Las ventajas de la cultura con una afirmación rotunda: “soy un hombre sin ambiciones y con pocos amigos”. Cierto, pero quizá eso ayude a hacer posible al hombre de los Prados de Aspen: «Mira. Escucha. Están encendiendo la luna”. ¿Kenneth Rexroth? Un mundo por descubrir».
Esta joya desentarrada del baúl de la literatura por la editorial Pepitas de Calabaza nos dice que la búsqueda del sentido humano, la dialéctica con el poder, entre la bondad y su maldad, tiene la misma edad que nosotros como especie. Y es una especie de adn que se ha transmitido en nuestra innata necesidad de contar – la literatura -. Así que Rexroth nos muestra, sin ceremonias, una comunión con nuestros antepasados: nuestro sentido está aún por definir mientras lo vivimos preguntándonoslo. Seguir buscándolo es seguir viviendo. Para Rexroth
«Puede que la vida no dé pie a demasiado optimismo, pero desde luego es cómica y las grandes obras de la literatura universal nos presentan al hombre cubriéndose el rostro con dos máscaras convencionales que decoran el proscenio de los teatros: una que ríe y otra que llora. ¿De quien es el rostro que oculta la máscara? Es un simple rostro humano, tuyo o mío. Ahí reside la ironía suprema que distingue a la gran literatura: resulta todo de los más banal».
Revitalizante y sublime es el capítulo dedicado al hoy más que nunca necesario Lucrecio y su De la naturaleza de las cosas:
«El valor para hacer frente a la vida depende del ejercicio cotidiano y de nuestra capacidad de afrontar la verdad (…) es valiente, en fin, quien es libre ante la impostura generalizada«.
Necesitamos de Lucrecio saber que ser es ahora más que nunca:
«Es ser libre frente a la necesidad, ante el apetito de placeres inconsecuentes o irrealizables, y ante la envidia de los bienes ajenos».
Quizá debamos ser quijotes, y no es menos la reseña dedicada al cervantino personaje. El tránsito desde el originario poema de Gilgamesh, primer artista de la humanidad, pasando por el Mahabarata, el maravilloso Petronio, Eurípides, Du Fu, Musaraki – no puede faltar el eciclopédico saber de Rexroth sobre Oriente- Marco Polo, Montaigne, Casanova, Whitman, Rimbaud, Twain, entre otros. Todos nos hablan.
Leyéndolos a través de Rexroth, vislumbramos sendas metafóricas para ser un poco más libres. Cita con los clásicos, editorial Pepitas de Calabaza.