Una inoportuna pregunta, pero adyacente sobre Gaza: ¿Alguien va a otorgar por fin un honoris causa a Hamás por su brillantez estratégica, engranaje del abismo en el que ha caído bajo su liderazgo el torturado pueblo palestino? El viento espeso y genocida que levantan los tanques y los aviones y los misiles israelíes, es un velo impúdico en el que esconden su rostro los milicos de Hamás, arrogados de una mortuoria arrogancia. Las morgues con los recién destrozados cuerpos de los niños, los ancianos, mujeres palestinas, han perdido su pestilente gravedad. Esta shoah que tirita carne desgajada entre la escoria del cemento, recoge de tiempo atrás el satisfecho eructo de los líderes de Hamás. Un haz de alucinaciones que convergen en su delirio. Todas sus enloquecidas epifanías parecen sostener el brazo justiciero de la barbarie de Netanyahu y el sanedrín del pueblo de Judea elegidamente enloquecido y sanguinario.
El comisario Villarejo es un barroco calamar. Eriza de tramas cada respuesta en vez de someterla a sujeto, verbo y predicado. El comisario Villarejo es un rococó relator de cuya boca salen los efluvios del poder. Apenas hay un filamento de significancia. Con Villarejo han hablado y tanteado todos. ¿Quiénes son todos? Los políticos, desde el Psoe y el Pp hasta Podemos, para saber, utilizar o maniobrar contra los demás; los periodistas, para recibir legajos rasgados, pero verdaderos en unos casos y falsos en otros, a fin de subvertir el ánimo y hacer de la opinión caldo gordo, o publicitar las enaguas sucias del Estado. Nunca ofreció dossier o información a periodistas, asegura aguardentoso y con parsimonia procaz, sino que se limitó a corroborar lo que los escribas habían recolectado en otros abrevaderos de la realidad. Un Garganta profunda, el Ronco. Luego está su solaz irrupción en los trasuntos de los monopolios nacionales, Iberdrola y ACS, BBVA y empresarios de igual capa española, como los muros de la patria que observaba Quevedo. Unos y otros recurrieron contra su propia clase a la certera baja clase de nuestro personaje recurrente de navajeos y maledicencias de chulapo. Así que Villarejo es la maja desnuda de la policía, que es, a diferencia de la patria y sus dueños, eterna.
Noticia desnoticiada. Un grupo de intelectuales y juristas españoles, bajo el asesoramiento de José Antonio Martín Pallín, ha puesto ante la Sala 2ª del Tribunal Supremo, con un ánimo de pez exhausto, una querella contra el rey emérito Juan Carlos I por cohecho, blanqueo de capitales y delitos tributarios entre 2012 y 2022. El rey emérito perdió en 2014 la inviolabilidad y pasó a ser aforado. Sostienen los querellantes que la regularización tributaria que hizo ante Hacienda no fue correcta. Se basan en el informe “demoledor” que realizó la propia Fiscalía del Estado en marzo de 2023. Esta detectó cinco delitos tributarios, de los cuales cuatro habían prescrito; el quinto no, que consistiría en blanqueo de capitales, cohecho y cuentas en paraísos fiscales. La regularización de 5 millones de euros que se apresuró a hacer el rey es, a juicio de estos juristas, un atenuante de los delitos, no su eximente. Añaden que, además debiera haber sido voluntaria y no a raíz del conocimiento de la inspección y el expediente sancionador. Al frente de la sala 2ª del Tribunal Supremo está el juez Marchena, ponente de la sentencia del procés y doblemente famoso porque el Partido popular pidió a sus senadores votarlo para que presidiera fallidamente el Consejo del Poder Judicial. Tiene el juez Marchena una elección difícil ante esta demanda, admitirla o desestimarla, y sobre todo, cómo hacer cada cosa sin caer en la hipérbole grotesca que sigue siendo el personaje demandado y su sombra de mal augurio institucional.
Un último crimen. Ustedes juzgarán si es de Estado o no. Es más importante el número de coches ardiendo en los cementerios de chatarra el 16 de diciembre, que las 223 personas que una vez los condujeron o que trataron de salir de ellos, o que los compraron con la ilusión de llevar a sus hijos o incluso a sus padres, hoy fallecidos bajo las aguas en Valencia. Esas 223 personas muertas han sido sepultadas por una palabra, un acrónimo, que a su vez se ha colado como voz en la mismísima Real Academia, la DANA. El lenguaje cambia el carril de la culpa, el acrónimo. Nadie dijo a quienes perecieron y vieron perecer a los suyos en esas carreteras, calles o caminos que no cogieran las carreteras mortuorias, las vegas asesinas o las calles trampeadas por la avalancha de agua ya prevista y en ciernes. Nadie les alertó de que huyeran de las autovías que serían boas mortales a su alrededor. Hay una veta que quizá esté frente a sus ojos y no se hayan detenido a sospechar. Los mandatarios tienen un contrato. El presidente Mazón o el señor Sánchez o los alcaldes de los municipios y los responsables de las Confederaciones hidrográficas desconocen la esencia del Contrato Social de Rousseau. Unos y otros han salido con una obscena indulgencia sobre esa larguísima fila de 223 cadáveres. Pueden hacer cualquier cosa de aquí en adelante. Son igual que Trump, más inviolables que Trump. El narcisismo hace tiempo que lucha por suplantar la democracia. O hace tiempo que lo ha conseguido. Y el pueblo de dolientes que ha perdido a sus hijos, a sus nietos, a sus jóvenes, a sus ancianos, se mantiene en silencio. De mientras, lo importante: en las vidriosas televisiones, en los periódicos de papel estraza y tinta maloliente, en las radios de onda quebrada, se expande el tiempo en un éxtasis de cobriza y supurante alucinación: un cambio capilar en el gobierno de Mazón y el preparativo de las navidades del señor Sánchez. El primero otorga contratos de reconstrucción a empresas relacionadas con la trama Gürtel del PP; el segundo, lamenta la muerte, en estos días, de la actriz Marisa Paredes. No se me ocurre evidencia más bárbara de la vida administrada donde el crimen pasa por tragedia, y ésta por abyecta comedia.