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Poemas en las venas

Valentine Badiu 14 agosto, 2017     Comment Closed    

Calle donde ví por última vez a Raquel.

 

Raquel quiere huir hacia el suroeste de la existencia. Sus 45 años se cierran en el ocaso castaño de sus ojos. La mirada cansada y un cuerpo sin esperanza contrastan con unos ojos pintados y un gancho de plástico colgando a modo de pendiente en su lóbulo derecho. Todo en ella a esta hora del atardecer son ruinas. Una voz de templo profanado, un gesto de arlequín, un poema emborronado en una mano temblorosa que me tiende.

– Poco funciona y me he apartado de todos ellos

Se refiere Raquel a quienes la quisieron, a quienes la acompañaron en los viajes inmensos al interior del abismo. Raquel no conoce ni ha oído hablar del gran poeta Lew Welch. Welch dijo a los mismos 45 años: “Nunca pude hacer que nada funcionase y ahora estoy traicionando a mis amigos,”. “Partí hacia el Suroeste,” se despidió para adentrarse en los bosques de los que nadie volvió a verlo. Welch desapreció en 1971, el año en que nació Raquel.

– Todos realizamos un viaje del que nos apartamos haciendo aquello que nos mata de mientras: un amor, un trabajo, una familia, la jubilación antes de la muerte. Estamos muertos antes de todo eso.

 

Uno de sus emborronados poemas escritos a mano:

Mis brazos,

Huellas eclécticas;

Besaste mis venas,

Cuerdas gastadas

De guitarra

Aquí te recibí una noche

De estrellas muertas

 

 

Raquel lee aspirando sílabas como si en realidad expirara. Le pregunto por la oscuridad, y sus pupilas tan contraídas me escrutan con una sorprendida incredulidad. Debieras saberlo a tu edad, o ¿es que no has vivido siquiera algo? parece contestarme sin esforzarse en aplicar palabras. Le pregunto si se ha retirado como una monja a un convento vital fuera de toda convención o realidad.

– Puede ser. No hay esperanza. No hay nada que mate más a uno que la esperanza. El mañana es una guadaña que te abraza en el presente al que renuncias.

 

Si te siguiera

Volviera a resumirte de besos

Estaría recorriendo un camino.

No hay espacio

Ni por tanto tiempo.

Ni un mañana menos letal

De lo que conocimos.

 

¿Cuánta gente como tú, Raquel? ¿eres el espectro de un mundo o la bacteria cuya vacuna solo podría ser la quimioterapia de toda la civilización occidental? ¿O es la mala conciencia de una pequeña burguesa como yo cuya soledad se ve penetrada por la jeringa que eres tú, Raquel? Los desafectos subterráneos. La misericordia social lleva preguntándose siglos, con un paternalismo evangelizador, por qué a estas pobres almas no las puede “integrar” el buen sistema.

Hubo un tiempo. Raquel trabajaba siempre a tiempo parcial, empleos inmundos, luego algún supermercado. Escribía desde pequeña. Me la imagino recogiéndose es flequillo castaño para poder  ver bien lo que escribe. Como ahora. Raquel escribía en la escuela, el instituto. Luego en los descansos del trabajo.

– Curré en un supermercado donde las tiradas currelas eran más fascistas que el encargado. Es una ilusión eso del currela revolucionario. Los currelas son peores que sus amos para ser igual que ellos.

Raquel no va al cine, no tiene ordenador en su casa. Así que no ve que los currelas y sus jefes y los propietarios de las empresas y los políticos y los burócratas comparten gustos: las mismas películas, los teléfonos celulares, la ropa de moda, los autos último modelo o caravanas para ir de vacaciones; comparten las últimas apps para medirse el colesterol y el cáncer de pecho o próstata o la inanición vital. Raquel está off . Un día hizo off, y desde entonces vive en la calle.

Me he perdido en el monte

Venus pestañea en lo alto del oeste

Me desconozco en mi soledad

Aúllo.

Mi latido de loba retumba hacia el norte

 

Raquel puede que viva  en Ciudad de México, San Francisco, Buenos Aires o Madrid. Sin futuro. Agarrada a un hilo en la telaraña del presente. Raquel saca algo vendiendo poemas acá y allá. Ha despertado  el interés de algún promotor cultural, sorprendido de que la poesía pueda resurgir en la calle de mano en mano. Es cierto que la gente en la pescadería, en el mercadillo, en las calles de los barrios del suroeste, da unas monedas a Raquel cuando ella recita uno a uno sus emborronados poemas. A veces lleva libros de poetas consagrados. Pero es la consagración de esta primavera la que atenúa con el otoño vital de Raquel.

Alejaos vientos negros,

Soy la nube hecha

Por fin agua

En la tierra seca.

 

Desafección. Raquel está subiendo una escalera al cielo. En la televisión del bar donde estamos un ministro advierte que los tipos de interés y sus hipotecas se modificarán: las familias de gente con los 45 años de Raquel tardarán x años más en pagar los créditos e hipootecas. Tendrán que trabajar otro x más de sus finitas vidas. Es la escalera hacia su cielo.

 

 

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Autor: Valentine Badiu

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