El mundo occidental sufrió desde 2007 en sus más recónditos rincones la ola fría de la especulación y el hurto financiero. Ahora experimenta el shock de su dureza. El recetario que pretenden aplicar los nuevos tecnócratas al mando en occidente no es nuevo. Sus medidas fueron aplicadas en la primera década de los años 70 y 80 en diferentes países latinoamericanos que previamente sufrieron fenómenos similares también llamados crisis, idénticos en su violencia al que sufren ahora los países europeos. El éxito de su empresa depende del miedo colectivo e individual: miedo a tener miedo; miedo a desprenderse del miedo diario; miedo de crear caminos wescomonline colectivos al margen del miedo.
Milton Friedman fue el economista más influyente del pasado medio siglo, entre cuyos discípulos se cuentan varios ex presidentes norteamericanos, primeros ministros británicos, oligarcas rusos, ministros polacos, dictadores del tercer mundo, secretarios generales del partido comunista chino, directores del FMI y los últimos jefes de la Reserva Federal. Naomi Klein, autora del imprescindible La Doctrina del Shock(1), asegura que durante más de tres décadas, Friedman y sus poderosos seguidores “habían perfeccionado la misma estrategia: esperar a que se produjera una crisis de primer orden o estado de shock, y luego vender al mejor postor los pedazos de la red estatal a los agentes privados mientras los ciudadanos aún se recuperaban del trauma, para rápidamente lograr que las reformas fueran permanentes” (2) .
Klein definió la doctrina del shock a principios de la invasión de Irak. “Después de informar desde Bagdad acerca de los fallidos intentos de Washington de seguir con sus planes de terapia de shock, viajé a Sri Lanka, meses después del catastrófico tsunami de 2001”. Allí presencia otra versión distinta de las mismas maniobras: “los inversores extranjeros y donantes se habían coordinado para aprovechar la atmósfera de pánico y conseguido que les entregaran toda la costa tropical (…) cuando el Katrina destruyó Nueva Orleans, la red de políticos republicanos, think tanks y constructores empezaron a hablar de un nuevo principio y atractivas oportunidades; estaba claro que se trataba del nuevo método de las multinacionales para lograr sus objetivos: aprovechar momentos de trauma colectivo para dar el pistoletazo de salida a reformas económicas y sociales de corte radical” (3).
Europa vive, a la ola de lo que se ha denominado crisis, la espuma del mismo trauma. Para Eric Toussant, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Liège, y presidente del Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo, “la situación europea se parece a la de los países latinoamericanos. Después de las sangrientas dictaduras, Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, desde los años setenta hasta comienzo de los ochenta, se instalaron regímenes de transición, Chile, Brasil. En Europa, vivimos un período de marginalización del poder legislativo, de instauración de gobiernos técnicos, como en Italia, de abandono del diálogo social combinado con las tentativas de restricción al derecho de huelga (…) de represión de las manifestaciones.” (4)
El miedo de tener miedo
M.G. vive con su hija de tres años y su pareja. Me atiende en su piso adquirido en el True Religion Outlet prefacio del desmoronamiento inmobiliario en las afueras expandidas de Donostia, segunda capital con el precio más caro y abultado de vivienda de todo el Estado. La hipoteca de M.G. engulle cada mes casi el 70% de su salario y el de su pareja. Y explica sin que su mano tiemble cuando sirve el negro café comprado en un supermercado cercano: “la hipoteca es lo primero que tenemos que cubrir y sobre lo que nos organizamos. La hipoteca es el gasto número uno; lo demás se puede apañar porque podemos trabajar horas extras, contamos con nuestros padres para atender la niña. Dejar de pagar la hipoteca sería fatal, con la de desahucios que están cayendo”. Millones de personas al dejar posar la taza de café posan el miedo y la angustia de que falte lo que en realidad más les ahoga y mata.
Alan Greenspan se felicitaba hace años de que el endeudamiento de la gente provocaría que ésta fuera menos reivindicativa en sus negociaciones salariales. El mercado tendría pista libre para despegar sin riesgo de nubarrones siquiera momentáneos. La generación nacida en el boom de 1976 ha accedido a su hogar hipotecándose vitalmente para toda su vida. Precisará trabajar en las condiciones que marque el mercado si pretende pagar la deuda contraída con la banca. “Conozco matrimonios que ganan casi el triple que yo, pero salen a trabajar a las ocho y llegan a casa a las nueve de la noche ¿vivimos para trabajar o trabajamos para vivir?” se pregunta M.G mientras en el fondo de la taza de café negro vislumbra el tortuoso futuro en caso de persistir las actuales reglas.
Desobediencia
Así como las personas en un país se encuentran endeudadas, también los países viven su shock. Eric Toussant explica : “La comparación es más conveniente con Argentina que no tenía liquidez para pagar. Suspendió el pago y no lo reinició durante tres años (de diciembre 2001 a marzo de 2005) por lo que respecta a los mercados financieros y hasta ahora con respecto al Club de París (o sea, más de 10 años). Haciendo eso, Argentina consiguió recomenzar el crecimiento económico e impuso a los acreedores una renegociación de la deuda con una quita del 60 %.”. Es decir, la solución pasa por desobedecer.
Desobediencia. En las hemerotecas, el último gran movimiento social registrado de desobediencia fue el antimilitarista. Millares de jóvenes abogaron por la objeción o la insumisión. I.S. fue de los que optó por lo segundo. Su generación se enfrentaba a una condena de dos años y un día de prisión. Quiero saber si es factible un movimiento de desobediencia ahora. “Factible no, realista. E imprescindible. Frente a lo pudiera parecer, es más fácil ahora desobedecer al gobierno al servicio de la banca, o a la banca ocupando el gobierno, que antes al ejército. Fijémonos en las calles ocupadas por el movimiento 15M, los movimientos sociales, de trabajadores, o todo el colectivo de gente que decide a conciencia no dar el voto, o un colectivo cada vez mayor de clase media. Se da una confluencia que antes no existía”.
El shock se gasta
El estado de shock es transitorio. Naomi Klein pone el ejemplo de Chile, Bolivia o Líbano como “gente que se desprende del miedo colectivo que les fue instilado con tanques y picanas con súbitas fugas de capitales y recortes brutales de servicios” (6). podríamos añadir Ecuador, país amenazado por el FMI con una deuda astronómica que se negó a pagar. De alguna u otra manera, cada persona se encuentra en situación de deuda. El miedo a perder el miedo va cediendo atravesando estatus sociales. Las movilizaciones del 15M significaron una puesta en común para varias generaciones. Así lo constató el CIS, al considerar que dicho movimiento contaba con el apoyo intergeneracional más destacado de los últimos 40 años. ¿Se han gastado los últimos 40 años … de miedo? Sólo cabe responder perdiendo el miedo a crear colectivamente un camino común. Sin miedo.
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(1) La Doctrina del Shock. Naomi Klein, Paidós 2007
(2) Idem Pag 27
(3) Idem Pag 30
(4) Entrevista realizada por Carlos Alonso Bedoya, publicada en el diario peruano, La Primera
(5) Idem
(6) La Doctrina del Shock. Naomi Klein, Paidós 2007, pag 581