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 › En carrusel › Reportajes › Prisionera sin nombre, celda sin número

Prisionera sin nombre, celda sin número

Iñigo Elortegi 25 noviembre, 2019     Comment Closed    

 

I.

En vez de indagar en los caminos del tormento, es preciso hacerlo por un atajo de sombras tenebrosas. Por el día de setiembre que tuerce la vida de esta joven. Tiene edades y nombres que de nada servirán a partir de esa noche de setiembre. Esa noche infinita se abre con cinco minutos. Pero Nubia Becker Eguiluz no alcanzó al principio a comprender todos los golpes que recibió en esos primeros cinco minutos, la venda en sus verdes ojos, las esposas aprisionando sus delicadas muñecas, la capucha tapando su largo pelo negro. No supo que caminaba hacia la muerte, como otros tantos. Que la llevaban a la muerte en la noche en que quedará sumido el mes de setiembre para siempre quizá, en ese sumir volcánico que regurgitará el país.

Los ojos de Nubia estaban cerrados, llenos de cruces. Una venda negra y los brazos atados a la espalda. La excitación de sus captores era un canto de jadeos. Corrían en la trasera de un camión a gran velocidad por calles asfaltadas, después doblaron por un sinuoso camino de tierra. Los saltos hacían que todos los detenidos impactaran unos con otros. Uno de ellos se quejó. Recibió un culatazo

– Calláte vos, flaco culiao, que luego te vamos a escarbar con chozo pa´ver en qué andai metío.

Al lado de Nubia, temblaba Marcela, y junto a ella el jadeo mortal de Carlos. ¿Era Samuel el que se retorcía por el dolor del culatazo? No, se lo habían antes llevado en un auto. Nubia tenía el sentido nublado, y la única sensación que la embriagaba era la de los primeros golpes. La noche se colaba viscosa por las cortinas del camión militar, envuelta en un aroma de tierra herida y cementerio.

Agárrame, amor, encuentra mi cuerpo zaherido y arrima el tuyo en jirones. Estos barrotes son eternas fronteras. El más tremendo de los horrores es saberte sin destino. Puedo aguantar el suplicio de todos estos gritos casi celestes. Pero me quebraría si fueras como miles sombra desaparecida.

Con una puntualidad brumosa, regimientos de jóvenes reclutas se habían apostado en las esquinas de las calles de Santiago. Eran las siete de la mañana de ese once de septiembre. Ráfagas intermitentes sobrevolaban las siluetas de los transeúntes. Grupos de prisioneros levantaban los brazos mirando a las paredes, convertidas en improvisados paredones. Los silencios eran martilleados por las ráfagas de armas ligeras y el sobrevuelo de aviones de guerra. Los primeros muertos yacían ya como animales abandonados en las aceras lejanas. Había civiles haciendo las veces de quinta columnistas golpeando a detenidos. En algunas ventanas colgaban banderas, clave para que los militares reconocieran a quienes estaban con ellos.

– Corríamos a gran velocidad. Primero recorrimos calles pavimentadas y luego, a barquinazos, seguimos por un camino de tierra.

Unos portalones chirriaron al abrirse. A patadas, empellones, a culatadas, y agarrados por el pelo los arrastraron por el suelo. Nubia sintió la tierra nocturna en la boca, un sabor dulce y tibio de sangre que la hizo temer por sus dientes. Fue arrojada a una celda de madera. Al caer percibió que unas piernas se movían. Moviéndose de nuevo tropezó de nuevo con otros. Una voz la susurró si ella era la compañera del Pájaro, “os esperaban desde la semana pasada”. Los gritos desgarradores vienen de la casa contigua a la celda. Eran los gritos de Samuel, metálicos, infernales. Nubia sabía lo que era la tortura, pero vio como recién llegada la muerte de Samuel. Entonces pensó en las hijas de tres años que había dejado donde la habían atrapado horas antes. Absorta en un dolor que ya era suyo recorriéndole todo el cuerpo, apenas ideó qué inventar cuando le llegara el turno de su interrogatorio: ¿dónde mierda digo que conocí a Eduardo? No puedo decir nada, ¡no sé nada! Diré que era una chica inconsciente, que no entendía nada de lo que pasaba. El sollozo de Samuel apenas se interrumpía por la caninas voces que lo insultaban. ¿Traerán también a mi pequeño para torturarlo? ¿Qué mierda sabía Nubia?

Nubia Becker Eguiluz fue un cruce de destinos. Sus ancestros vinieron de lejanas tierras. El abuelo materno de Navarra, y el paterno de Alemania. La pequeña Nubia pasó el testigo a una joven Nubia que pese a vivir acomodadamente, enarbolaba el sueño de los pobres en un país languidecido. La estudiante Becker Eguiluz abandonó su inicial adhesión al partido socialista para engrosar las simpatías por un risueño movimiento de izquierda revolucionaria, el MIR. Los jóvenes miristas se erigían en una vanguardia que en 1970 quedó convertida en un partido rival de la unidad popular de Salvador Allende. También rivalizaban con el Partido Comunista. El reformismo de ambos ralentizaba el camino hacia un estado obrero, teorizaban. Los miristas se hicieron presentes en la universidad. También en las zonas campesinas, en Cautín, en Chillán y en los barriales marginales.

Nubia participaba de su sueño, pero sobre todo del fervoroso impulso juvenil. Ella era una joven de clase media y ese nuevo Chile libre de cadenas alumbrado por el movimiento despertó en ella una energía celeste. Hacía de correo entre militantes, conseguía una casa para un compañero perseguido. Conocía militantes, dirigentes. Eso es lo que tenía que callar. Eso es lo que querían saber cuándo se abrió la puerta de la abarrotada y diminuta celda.

– A ver flaca, concha de tu madre, ahora sí que no te vai a hacer más la blanca paloma. Vai a cantar al tiro no más, huevona, o te vai a ir a cortá como la Lumi.

Esa voz agrietada y trémula era la de Osvaldo “Guatón” Romo. Y del horror de la Lumi todos sabrían después. Guatón era el segundo responsable del centro donde se hallaba Nubia nada más abrirse la puerta de su celda. Villa Grimaldi, dirección José Arrieta 8401, Peñalolén. La voz de Osvaldo Guatón Romo era de alambre, como son sus manos de alambre cuando pusieron el cuerpo desnudo de Nubia sobre la parrilla.

– Estai en la Dina, en la Diiiiiiiina.

 

II.

Como puede ver, habrá tres opciones en septiembre. Sin embargo queremos que considere una cuarta posibilidad que estamos tratando por separado y conocen muy poca personas. Se trata de derrocar al candidato ganador o impedir la investidura. Desearíamos saber su opinión acerca de:
a) Los militares y policías chilenos que podrían tomar parte en el derrocamiento de Allende
b) Qué individuo del ejército y la policía podrían tomar parte en el derrocamiento;
c) Las expectativas de éxito para los militares y policías que tratasen de derrocar a Allende o impedir su investidura , y
d) La importancia de la actitud de Estados Unidos a la hora de poner en marcha la operación y el éxito que esta pueda tener.

Cablegrama del vicesecretario de Estado estadounidense John Crimmins al embajador Korry en Santiago de Chile enviado el 5 de agosto de 1970, un mes antes de las elecciones en Chile.

 

III.

Se reían. Se reían antes de que la parrilla electrificara el cuerpo desnudo de Nubia. Se reían porque por sus temblorosas piernas corría la sangre de su menstruación.
– Yo prefería que me golpearan, pues recordaba mi primera prisión en el sur y allí me curé del espanto de la electricidad y otras aberraciones.

Son miles de agujas penetrando en los tendones de las piernas, quebrando las rodillas. Son doscientos veinte voltios llevando un menudo cuerpo humano al abismo. Las venas se hinchan y parecen salirse. Esta sabe, denle máquina les decía el Guatón Romo a los demás, miren sino con quienes cayó. Y el cuerpo de Nubia subió de nuevo en un espasmo mudo porque, para que no se mordiera la lengua la había introducido un trapo en la boca. Las preguntas aparecían después de cada descarga: quién es tu enlace, qué sabés de este, de aquel. Alguien ordenó colgarla y aplicarle máquina. Una voz medió: perdisteis, ahora mandamos nosotros. Arreciaron los golpes por todo el cuerpo. Trajeron al Pájaro, el compañero que había sido detenido junto a Nubia. Lo colgaron de un arnés y le aplicaron la picana. Sus piernas rotas, su codo izquierdo roto. Un alarido de mundo quebrándose, un ojo inyectado en sangre. Y entonces, solo entonces, en un lugar inexacto de un día que ya no recordaba y a la hora tan cautiva, encerrada y sin identidad como ella misma, Nubia se desmayó.

Ilustración de Miguel Montecinos, prisionero en Villa Grimaldi. Fuente: villagrimaldi.cl

Sentado en las escaleras de la finca principal, Guatón Romo fumaba su pitillo x de la noche. Villa Grimaldi tenía para él una oscuridad como de bruma escondida entre los abedules, las ceibas y las araucarias que formaban el extenso jardín de Villa Grimaldi. Había un presentimiento que lo intranquilizaba. Años después frente a las cámaras de televisión lo recordaría. Esos alaridos de cuerpos desmembrados que en el jardín no se percibían, no dejaban al Guatón Romo tranquilo. Osvaldo Enrique Romo sabía en aquellos días mirar más allá de esos días. Todos los detenidos, a cientos, que entraban por los negros portalones de Villa Grimaldi, eran un peligro. No para él, seguro de disponer sobre ellos. Eran un peligro para la causa. En 1995 desvelaría a la periodista Mercedes Soler sus temores esa noche de 1974:

—Claro, lo haría igual y peor. Yo no dejaría periquito vivo (…) Fue un error de la Dina. Yo siempre le discutía hasta última hora a mi general: «no deje a esa persona viva, no deje libres».

Osvaldo Enrique Romo volvió a la sala de torturas esa noche. Alisó con una mano su cabello negro. Su aspecto resultaba aún más grotesco en la penumbra. Su nariz aguileña sobresalía de un rostro redondo a excepción de un mentón caído casi por resignación. Su ojos estrábicos pero fijos. Se aplicaba con profesional sencillez. Ponía las pinzas en los pezones y en los genitales de cada detenido. Comprobaba después que ningún sobresalto hiciera caer las pinzas. Y a continuación, con cadencia, Osvaldo movía la manivela que impulsaba los 220 voltios. Una y otra vez. En las habitaciones convertidas en tortuarios el hedor húmedo de sangre y el de los cuerpos entumecidos provocaban una atmósfera sofocante. Un sudor tedioso recorría el propio cuerpo ancho y bizarro de Osvaldo Enrique Romo.

Pero ese sudor inaudito envolvía a Osvaldo Enrique Romo casi hasta convertirse en un líquido amniótico. Osvaldo, el fiel pinche en Villa Grimaldi, el alférez para sus superiores, el comandante Raúl para los prisioneros vivos y los ejecutados, era el prisionero del Osvaldo Enrique que unos meses atrás lideraba una célula izquierdista en la empobrecida barriada Lo Hermida.

El entrado en carnes Osvaldo Enrique Romo ofreció recién sonaron los primeros disparos todo el conocimiento a los que serían sus superiores durante años. Un empleo como cualquier otro pensaba cuando aquella noche de nuevo con el sudor en la médula, Guatón dio vueltas a manivela junto a la parrilla. Salta la Isabel o el Alberto, sangrándole la nariz. Y se quedan.

– Parale que se ha quidao el reputa

 

IV.

Recurso Extremo: derrocar a Allende
La elección de esta vía supone que deberá ponerse el mayor empeño en garantizar que en ningún momento se revele la participación de Estados Unidos, por lo que toda acción deberá ser efectuada por instituciones y ciudadanos chilenos, así como de nacionales de terceros países
(…)
Apenas hay manera alguna de evaluar la posibilidad de que tal intento tenga éxito en caso de que llegue a efectuarse. Un fracaso en este sentido, que con toda probabilidad provocaría que se diese a conocer la intervención estadounidense, tendría graves consecuencias para nuestras relaciones con Chile y nos causaría problemas en el resto del hemisferio, en Estados Unidos y en cualquier otro lugar del planeta.

Anexo secreto del memorando 97 elaborado para Henry Kissinger por analistas de la CIA, el departamento de Estado y el ministerio de defensa de los Estados Unidos, elaborado el 11 de agosto de 1970.

 

V.

– Vas a cantar, pajarita, reputa marxista.

Atada a una silla con el torso desnudo y los electrodos en los senos. Eran cinco voces diferentes. Metálicas, estridentes

– Nos vas a decir dónde tá Eduardito, el Eduardito, qué hace el Eduardito.

Esa noche la flor y nata del mando en Villa Grimaldi observa cómo las descargas elevaban a su capricho el cuerpo de Nubia y desgarraba su garganta un dolorido torrente nauseabundo. La primera voz que pedía nombres era la del Cachete. El Cachete era miembro de Carabineros. La segunda voz era la de Pablo, miembro del partido ultranacionalista chileno Patria y libertad. La tercera, del que llamaban Marchenko. Era Miguel Krassnoff Martchenko, brigadier del ejército.

Nubia esa noche no cantó nada de Eduardo, su compañero de partido. Cientos de miembros del MIR, cientos de simpatizantes, de familiares incluso, estaban cayendo hora a hora. Ingresaban en la noche oscura en la que Nubia comenzaba a sentirse atrapada. Miguel Krassnoff llevaba diez largos años perteneciendo al ejército chileno. Nacido en el Tirol austriaco, Chile era más que una patria para él. En la noche en que Nubia fue capturada Krassnoff estaba presente. En la noche en que contempló cómo su cuerpo desnudo se agitaba retorciéndose por las descargas frenéticas, Krassnoff contaba 28 años de edad. Y esa noche en el cuarto de tortura de una de las piezas de Villa Grimaldi,

Krassnoff decidía si Nubia iba a ser una de los centenares de ejecutados para pasarían por sus manos. Pero una voz diferente mandó llevar a la prisionera a su celda. Era la voz más estridente de todas. La de Moren Brito, el responsable máximo, “el jefe” máximo de Villa Grimaldi.
Rubio y de ojos claros como Krassnoff, Marcelo Luis Manuel Moren Brito en cambio tenía esa noche 39 años y dos meses de edad. Llevaba unas cuantas muertes en sus manos. Por ejemplo la de Lumi Varela Moya esa noche del 3 de noviembre. Con sus gruesas manos la asfixió después de torturarla. Con la ayuda del Guatón Romo arrojaron su cuerpo inerte en la embajada italiana al día siguiente.

Ilustración de Miguel Montecinos, prisionero en Villa Grimaldi. Fuente: villagrimaldi.cl

La existencia de Moren Brito era una existencia de sumas, de años y cuerpos a su disposición. Los cautivos le llamarían el ronco, por su iracundo tono de constante reproche. Cualquier lance tenía a los ojos de Marcelo Luis Manuel algún defecto. Cualquier muerte en la picana o en la parrilla era un contratiempo a futuro, pero sobre todo a presente. Acá se precisan vivos para que canten, repetía chillón y exasperado, a los subalternos. Luego a la vereda no más, pero primero la información.

Marcelo Luis Manuel, por ese afán en los detalles, recibía con mucha agudeza los comentarios que sus superiores en la DINA y el ejército le compartían. Las desapariciones por miles eran ya comentadas en buena parte del mundo. La iglesia chilena preguntaba, sobre todo sus miembros más díscolos.

Los ausentes son una cuerda de voces. Un sinfín de sombras. Han traspasado las paredes de las cárceles clandestinas. Han huido de los páramos donde perecieron. Emergieron del fondo del océano. Han llegado a todos los lugares del mundo sobreviviendo a su tiempo. La suya es una ausencia que reverbera no por su heroísmo de cliché, sino por la impostura de su significante atrocidad. Casi toda una generación de jóvenes, la nacida en 1950, desapareció de Chile ese septiembre de hojas muertas.

Las cautivas de la celda dejaron a Nubia que se recostara después de la parrilla aquella noche. Era ya de día cuando cayó al piso porque por la ranura superior se colaba una luz de catedral. Algunos de los detenidos comenzaron a “quebrarse”. Por cesar, aunque fuera un día la cita con la parrilla, daban nombres, direcciones de conocidos. Y así era que a la noche siguiente se abrían los negros portalones y nuevos presos pasaban por el recibimiento de empellones y patadas y las inmediatas sesiones de parrilla.

 

VI.

Ahora creemos que es evidente que los militares chilenos no harán nada en absoluto para evitar la llegada de Salvador allende al poder salvo que se dé una improbable situación de desorden nacional y violencia generalizada…. Lo que queremos poner de relieve es esta “evaluación implacable” es que no existe oportunidad alguna de poder llevar a cabo cualquier acción significativa del gobierno estadounidense con los militares chilenos”

Cablegrama del embajador Korry en Santiago de Chile emitido el 12 de septiembre de 1970 a Henry Kissinger, secretario de estado.

 

VII.

Los días con sus horas se hacían a turnos. En las celdas de 1,80 por 1,50, las reas que compartían con Nubia se turnaban para que al menos una pudiera tumbarse cada dos horas.

Te veo, mi amor aún con esta sucia venda en mis ojos, oigo tu pálpito, no te quiebres. Estás conmigo aunque a varias celdas de aquí. Los otros hombres te dan ánimos. Te sacan una y otra vez. Te llevan para que localices gente. Te vuelven a llevar a la parrilla porque no diste dato alguno, no te cruzaste en la calle con nadie.

Cada dos días colaban por la puerta una hedionda sopa fría con restos de carne a veces. Un cubo hacía las veces de retrete para las cinco reas.

El quebranto del preso no es el dolor. Tampoco cuando Nubia a escuchaba el suplicio de Osvaldo o el de otros, o cuando se llevaron a la Isabel. No es los gritos al alba de un niño que en algún lugar de Villa Grimaldi sollozaba mientras a su madre la aplicaban la parrilla amenazándola con la criatura. El quebranto no es responder a preguntas sin sentido o rutinarias como en las semanas siguientes soportó Nubia. Tenía la certeza de que sobre ella no sabían apenas nada. El quebranto era la derrota. Nubia recordaba las palabras de uno de los torturadores en la primera noche, “perdisteis, ahora mandamos nosotros”.

Ilustración de Miguel Montecinos, prisionero en Villa Grimaldi. Fuente: villagrimaldi.cl

El quebranto comenzó por los prisioneros que se rindieron. Las débiles voces desde otras celdas del Pepone, del Juan, de la Claudia, imitaban a los grillos animando a los demás a resistir. El Enrique quebró. Al principio solo quiso dar a su triturado cuerpo un respiro. Ofreció una dirección. Pero siguieron atormentándole. Dio entonces nombres. Entonces cesaron. Le eligieron para que convenciera a los demás a dar los nombres del resto de militantes

– Les arrestarán y así salvareis sus vidas. ¿No veis que todo se fue al carajo?

Desde lo lejos, el Pepone le insultaba

– ¡Dejá que los demás lleven la oportunidad de la dignidad ¡

El Enrique comenzó a gozar del privilegio de poder moverse por Villa Grimaldi sin venda en los ojos. Después lo sacaban para capturar militantes. Acabó ayudando en los interrogatorios a quebrar a los capturados. Lucia y otras dos mujeres acabaron intimando con mandos de Villa Grimaldi. Todos tenían mucho miedo de Lucía. Conocía muy por dentro el MIR y temían que ayudara a hacer caer a mucha gente y a identificar el papel que los captores aún desconocían de muchos de los prisioneros, entre ellos Nubia.

 

VIII.

a) ¡Salvar a Chile, aunque solo haya una posibilidad entre 10!
b) El gasto vale la pena
c) Sin riesgos
d) Sin implicación alguna de la embajada
e) 10.000.000 $ disponibles, ampliables
f) Jornada completa: nuestros mejores hombres
g) Estrategia
h) Hacer saltar la economía
i) 48 horas para un plan de acción.

Memorando realizado por Richard Helms de la reunión mantenida en la Casa Blanca entre Henry Kissinger, John Mitchell, fiscal general, y Richard Helms, director de la CIA con el presidente Richard Nixon el 15 de septiembre de 1970, diez días después de la victoria de Salvador Allende.

 

IX.

En medio de la tórrida noche y bajo una lluvia tropical, fueron llevados todos los detenidos al patio ajardinado de Villa Grimaldi. En la penumbra cada cual memorizaba los deteriorados cuerpos y los rostros asombrosos de los demás. Algunos aprovechaban para abrir sus bocas y beber un agua como de libertad. Todos quedaron divididos en dos columnas de veinte. Los que quedaron asignados en el de la izquierda fueron llevados a la temida torre de Villa Grimaldi. Allá estaban encerrados los prisioneros a los que se aplicaba tortura a diario. Nubia memorizó los nombres de quienes no volvería a ver con vida. Aquella lluvia sería otra vez lluvia de muerte.

 

X.

Entendemos que nuestra misión debe consistir en caminar de forma consciente y deliberada en dirección a un golpe de estado. (…) debiera haber cierta predisposición por parte de los militares a tomar por sí mismos la iniciativa, y en que una acción precipitada estimulada de forma artificial o mal planteada sería contraproducente.

Cablegrama del puesto de la CIA en Santiago de Chile a Washington enviado el 12 de noviembre de 1971.

 

XI.

Esa noche se repetía para Ingrid Olderock como todas las noches anteriores. Supuraba la oscuridad un aire pesado, inmóvil. Ingrid Olderock sentía acomodo en esa rigidez del tiempo. Cerró la reja del jardín de su casa en Coventry 349 y se dirigió a su trabajo. Había pertenecido al cuerpo de Carabineros desde 1967. Fue de las primeras mujeres en integrarse en el servicio secreto de exterminio chileno, la DINA. Instruyó a interrogadoras que superaban por momentos en crueldad a los militares en casi todos los campos de tortura, especialmente Villa Grimaldi y La venda Sexy. Esa noche Ingrid conocería a una prisionera de Villa Grimaldi, la flaca Alejandra y a una nueva detenida, Beatriz Bataszew.
Alejandra estudiaba veterinaria en la Universidad de Chile. Fue secuestrada en su casa el mismo día que Nubia. Estaba con Beatriz, compañera de universidad y militante como ella del Movimiento de Izquierda revolucionaria. Alejandra dijo a sus captores que Beatriz era solo una compañera de estudios. La creyeron. Fue trasladada a Villa Grimaldi donde permaneció cinco días. Fue torturada y violada. Al sexto día entraron en su celda con una furia desatada. La llevaron a otra prisión clandestina de la que sólo salían vivas el 50%,

– Así que no conocías a la Beatriz. Pasaste por la Villa Grimaldi y no entregaste ná.

Una voz ronca daba las órdenes. Alejandra creyó que era un hombre hasta que estuvo tan cerca de ella que supo que era una mujer. Pensaba que la iban a violar, como en Villa Grimaldi. No se apercibió de nada hasta que un pero se colocó encima de ella. El perro a la que aquella mujer llamaba Volodia seguía sus órdenes. No la preguntaron a Alejandra nada. Aquello era el castigo por no haber entregado a la Beatriz. Beatriz pasaría por lo mismo. Identificaría la voz ronca de aquella mujer que no era sino Ingrid Olderock, la mujer de los perros.

 

XII.

Planificación preliminar de una futura acción militar contra el gobierno chileno

Altos oficiales del ejército de tierra, la armada y los carabineros han decidido derrocar al gobierno chileno durante la primavera de 1972 (…) Augusto Pinochet se halla implicado en los preparativos golpistas del general Alfredo Canales, jefe de estado mayor.

Cable de la sede de la CIA en Santiago de Chile en marzo de 1972 al director de la CIA Helms y al secretario de Estado Henry Kissinger.

 

XIII.

Amor. Sobrevivimos con una fuerza que nos es dada a destellos. Mientras nuestros cuerpos sean girones, nuestro amor nos abraza, restalla las heridas y los golpes, y nos mantiene en la vida. Volveremos a la luz y diremos la verdad, y daremos los nombres de los ausentes a los que nos arrebataron. Nos encontraremos con nuestros hijos. Y volveremos a la vida.

 

XIV.

Mientras el puesto en Santiago espera conferir a nuestro programa (militar) un ímpetu adicional, otros centros de poder político (partidos, empresas, medios de comunicación) desempeñarán un papel esencial a la hora de crear la atmósfera política que nos permitirá alcanzar los objetivos a) y b) antes expuestos. Teniendo en cuenta los resultados electorales, el puesto opina que es imprescindible reavivar el clima de malestar político y dar pie a una crisis controlada para lograr que los militares consideren seriamente la posibilidad de una intervención.

Cablegrama de la base de la CIA en Santiago el 13 de marzo de 1973.

 

XV.

Una furgoneta Volkswagen de color crema aparcó junto a uno de los helicópteros militares en el aeropuerto de Pudahuel, en las afueras de Santiago. Dos personas de civil se bajaron de la furgoneta. Entre el aire herrumbroso de la tarde aparecieron los pilotos que traían la orden de despegar. El mecánico oficial subió tras ellos. Y se encontró con 12 bultos envueltos en una tela por la que manaba sangre. Atado a lo que parecían ser los pies habían adherido unos pequeños rieles de unos diez kilos de peso. Algunos de los bultos eran muy pequeños. El mecánico oficial pensó que eran adolescentes. Ni esa ni las anteriores tardes y noches de vuelos eran ocasiones para hacer preguntas. La verdad no tiene destino y no va a ninguna parte. Pero el mecánico oficial se llevaba consigo las preguntas mientras volaban. Las telas roídas en ocasiones permitían ver que algunos cuerpos iban desnudos, otros con andrajos de lo que en su hora fueron ropas. El mecánico oficial recordaría para la posteridad el destino de los vuelos en los que participó: a 80 nudos mar adentro de Quintero, en Valparaíso.

 

XVI.

El atentado golpista tendrá lugar el 11 de septiembre. En esta acción están implicados los ejércitos de tierra, mar y aire y los carabineros. El día del golpe, a las 7.00, se leerá, en Radio Agricultura, una declaración. Los carabineros tienen la responsabilidad de arrestar al presidente Salvador Allende.

Cablegrama del agente de la CIA Jack Devine en Santiago al cuartel de Langley el 9 de septiembre de 1973.

 

XVII.

Ejecuciones en Chile

Hasta el momento, la operación golpista del 11 de septiembre y las posteriores acciones de limpieza han provocado 1.400 muertos civiles. Entre trescientos veinte y trescientos sesenta han sido ejecutados de forma sumaria mientras se encontraban detenidos o bien abatidos en la calle. Se han llevado a cabo más de 13.500 detenciones de miembros del depuesto gobierno, activistas político, sindicatos, trabajadores de empresas y habitantes de chabolas. Sólo unos cuantos campos de confinamiento son conocidos por el público en general. 7.612 prisioneros fueron procesados en el Estadio Nacional entre el 11 y el 20 de septiembre. Un buen número fue ejecutado. Los cadáveres fueron enterrados en lugares secretos, lanzados al rio Mapocho, al mar o abandonados en la noche en las calles de la ciudad

Informe secreto de la CIA elaborado para Henry Kissinger a mediados de 0ctubre de 1973.

 

XVI.

Cuántas Nubias fue Nubia? Muchos de los que sobrevivían junto a ella pensaron que había una Nubia nueva cada día. Una nueva esperando el día siguiente, que podía no llegar. Ese día siguiente ocurrió dos años después de la noche en la que descendió a los infiernos de Villa Grimaldi. El día que Nubia recibió una orden por su nombre y no por el número de prisionera. La iban a trasladar junto a otras encarceladas. Todas ellas recibieron como una liberación entre abrazos y lágrimas la noticia cuando llegaron al centro de Cuatro Álamos.
– Están en Cuatro Álamos. Aquí no hay parrilla ni interrogatorios.

Ilustración de Miguel Montecinos, prisionero en Villa Grimaldi. Fuente: villagrimaldi.cl

Desde ese momento, Nubia fue reconocida como prisionera del ejército de Chile. En el pabellón contiguo se hallaban los hombres presos, entre ellos Osvaldo. Pudiendo recibir visitas, Nubia y otras zurcían en la ropa los nombres de las personas que pasaron por Villa Grimaldi, de sus 400 desaparecidos. La batalla contra el levantamiento militar se libraba ahora en la memoria. Sería la memoria el arma más valiosa de la guerrilla de la verdad. Sería una batalla sobrevenida con un alto coste. La dureza de la ausencia, de los desaparecidos, de los ejecutados, se conjugaba con el viento a favor de la memoria de los detalles, de los lugares hasta de los nombres. Por si el Chile que Nubia y Osvaldo quisieron cambiar y se sumergió en la noche ignominiosa pudiera volver. Por si regresaran los muertos en las calles de Santiago, los torturados, los heridos de bala y las violaciones. Por si volviera un mandatario avivado por la violencia contra el pueblo empobrecido. Por si esa noche y niebla volviera sobre las Nubias y Osvaldos de hoy en Chile.

 

XVII.

Puede documentarse que el régimen actual de Chile es militarista, fascista, tiránico y asesino.

Memorando interno del departamento de estado de los Estados unidos elaborado en febrero de 1974.

 

XVIII.

En estados Unidos, como sabe, secundamos lo que está tratando de hacer… Queremos ayudarlo, y no obstruir su labor.
Henry Kissinger, en conversación con Augusto Pinochet el 8 de junio de 1976.

 

 

— —–
“Primero mataremos a los subversivos; después a sus colaboradores; después, a sus simpatizantes; después, a los que permanezcan indiferentes; y finalmente, a los tímidos”. El gobernador de Buenos aires, general Ibérico Saint Jean: 23 de mayo de 1977.
— ——–

Esta crónica se ha hecho gracias a los siguientes libros:
Una Mujer en Villa Grimaldi, escrito por Nubia Becker Eguiluz editada por Ediciones El Garaje, 2019. Imprescindible y estremecedor relato en primer persona de las torturas y torturadores de Villa Grimaldi. El relato vívido de Nubia es un ejercicio de vivir como seres humanos, y nos convierte a todos los que son testigos de su testimonios testigos sobrevivientes.
Los Malos, recopilado por Leila Guerriero, y editado por la Universidad Diego Portales, es la recopilación de crónicas sobre los más abyectos altos cargos militares, policías, miembros de maras acusados de crímenes contra la humanidad. Entre los relatos se halla el de la periodista Alejanda Matus sobre Ingrid Olderock, la entrenadora de perros de la DINA.

Desaparecido, de Thomas Hauser, editado por Martínez Roca en 1982. Hauser narra la historia del secuestro y ejecución del norteamericano Charles Horman el 20 de septiembre de 1973. La investigación de Hauser, paralela a la emprendió el padre de Charles, reveló la implicación de los Estados Unidos en la preparación y ejecución del golpe de estado. Fue llevada al cine por Costa gravas en 1982.
Pinochet. Los archivos secretos. De Peter Kornbluh, editado por Crítica, 2013. Excepcional investigación a través de los documentos internos del departamento de Estado y la CIA desclasificados que permiten saber la detallada implicación y apoyo del presidente Nixon, el secretario de estado Kissinger y los directores de la CIA en el golpe de estado en Chile.

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Autor: Iñigo Elortegi

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