
Esta semana quería escribir sobre el mundial de fútbol y recordé que tenía algo en alguna de las libretas de apuntes que guardo. Libretas que se parecen a torres de Babel esperando el designio de una mano que las tire al contenedor de papel. Estuve repasándolas mucho tiempo, pero no apareció esa cosa que había escrito. La cosa iba por el berrinche hacia tal acontecimiento. Por el país donde se celebra, por el trastorno de los calendarios ligueros, por las condiciones de explotación con las que se han construido los estadios, por los torcidos renglones de los derechos humanos, etc. Y como estoy perezoso en recordar las vergüenzas que resultan de los hechos, pues escribo sobre «Las manos sucias “, que es una obra de teatro de Sartre donde uno pregunta a otro ¿crees que se puede gobernar inocentemente?, y discuten si las acciones que violan los principios morales ordinarios pueden ser tolerados si son ejecutados por el bien de todos. No obstante, como ya me estoy deslizando por las vaguedades de lo impreciso e indeterminado, tendré que hacer un esfuerzo en recordar datos precisos. Que se sepa 6.500 muertos en los trabajos a 50 grados de temperatura. Que se sepa, 64 partidos donde oiremos el mantra de goool que ha de ser revelado en voz alta, baja o mentalmente a menudo, mientras el verde de los campos de fútbol del desierto riega las pantallas gigantes de los bares y de las casas. También la súper copa de España se juega en Arabia Saudí, y los países del golfo arábigo, excelsos en democracia, invierten aquí en numerosos sectores de servicios y producción. China compra terminales de los puertos europeos y Rusia organizó el mundial anterior. Por doquier vemos ejemplos de que el fin justifica los medios, aunque en bocas de bien pensantes oigamos que eso es inadmisible. Las naciones no tienen amigos o enemigos, tienen intereses. Yo no veo la televisión ningún día del año. A los que sí lo hacéis os pido que apaguéis la tele en cuanto empiecen los partidos.