Quai d’orsay es la crónica de las actividades del gabinete del Ministro de Asuntos Exteriores en Francia. Los dos volúmenes aparecidos hasta la fecha narran algunos de esos asuntos exteriores desde el punto de vista de Arthur Vlaminck, un nuevo consultor adherido al equipo para hacerse cargo de la comunicación.
El guión es de Abel Lanzac, pseudónimo de un ex-consejero de Dominique de Villepin[1], lo que asegura que la fuente de inspiración para la realización de las historietas es, cuando menos, muy cercana a la realidad, dado que su área de actividad fue precisamente la de Arthur Vlaminck. Por su parte, Christophe Blain[2] vuelve a ofrecernos su endiablado ritmo de personajes al borde de un ataque de nervios. Leer las páginas con la vida cotidiana de Alexandre Taillard de Vorms (el nombre del ministro en el cómic) es como ver a Gus[3] haciendo diplomacia entre el asalto a un tren y el atraco a un banco.
Como historieta funciona muy bien, atrapa la atención en la primera página y no la suelta hasta la última. Hay una enorme tensión entre los personajes, y entre estos y las situaciones que viven; los diálogos (y sobre todo los monólogos del ministro) son chispeantes, llenos de ingenio y frases lapidarias. En resumen, el guión es buenísimo, con algunas pegadas de humor inteligente que harán que más de uno se desternille (a mi por ejemplo, la metáfora de Arthur y Alexandre como Luke y Anakin Skywalker[4] en la última página del primer volumen me parece la caña).
Pero ¿qué pasa si miramos un poco más lejos? El objetivo de la historieta no está muy claro ¿qué pretende realmente? La manera en que Norma Editorial anuncia esta obra, y cito, «los políticos…sin micrófonos…tal y como son…unos !*@#&!» y «al más puro estilo de El ala oeste de la Casa Blanca, pero con toda la mala uva de la sátira francesa» hace entender que el enfoque será de denuncia. Posiblemente, de una denuncia suavizada pero denuncia al fin y al cabo. No es eso, ciertamente, lo que la historieta transmite.
Aunque de modo superficial los personajes, y sobre todo el ministro, están caricaturizados, en la visión general salen muy favorecidos. Alexandre Taillard de Vorms parece un psicópata con un discurso desarticulado e incompresible… pero completa y definitivamente subyugante para todos: para sus subordinados en la historieta (fijémonos en el lenguaje simbólico de Blain, especialmente en los reveladores corazoncitos que ligan a los personajes de la historia) y también para el lector. Es obvio que Blain tiene mucho que ver con éso, sabe construir personajes fascinantes y es increíble lo que logra al combinar la sobredimensión de narices y manos con una vigorosa gesticulación. Todos los cómics se toman el lenguaje corporal muy en serio, y sin duda éste lo lleva al límite.
Hablando claro, los personajes de Quai d’orsay gustan mucho porque son, por encima de todo, honestos. Eso es lo que verdaderamente se respira en los álbumes: la batalla por la supervivencia de unos seres disparatados pero definitivamente honrados. Taillard de Vorms hace gala de una genuina preocupación por la seguridad del mundo que lo sitúa por encima de sus propios colaboradores, más cínicos y gastados. El único personaje que llega a hacerle sombra es Claude Maupas, el jefe del gabinete de consejeros, otro elemento subyugante aunque justo por las razones opuestas a Taillard de Vorms: Maupas es tranquilo, sereno, sensato, amable, educado y, sobre todo, muy eficiente. El ministro se revela como una energía explosiva, dispara en todas direcciones y sin parar y su jefe de gabinete es quien aprovecha toda esa energía para dar en los blancos precisos, en silencio, sin gasto inútil. Juntos forman un equipo que emana poder y una autoconfianza basada en la fe sincera de que hacen lo correcto.
Y claro, aquí es donde todo el asunto pincha. Mucho más si lo ponemos al lado de otras obras como «El negocio de los negocios» (ya comentado en esta misma sección) donde se muestra una imagen de Dominique de Villepin muy distinta a la de Alexandre Taillard de Vorms. La honestidad está reñida con la política en general y con la diplomacia internacional en particular. En tiempos en los que los políticos han perdido toda credibilidad, esta historieta, aunque divertida y bien realizada, se lee con una agridulce sensación de estar leyendo un cuento de hadas que pretende disfrazarse de crónica sociopolítica. ¿Será debido al espíritu cuatrero de Blain? Puede ser… quizá sea una sutil maniobra para reforzar la imagen de los políticos franceses; suena un poco a teoría de la conspiración pero cosas más raras se han visto. No deja de ser anecdótico que los rumores afirman que a Villepin le ha gustado mucho el cómic.
Por cierto, la edición francesa ha sido un best-seller tan arrollador que para estas fechas está previsto el inicio de la realización de una versión cinematográfica del cómic bajo las órdenes del director Bertrand Tavernier [5]y coproducida por Little Bear, Pathé France 2 Cinéma y Canal+. Es de suponer que, con un tema tan idiosincrático, la película se quedará en el mercado nacional francés pero ¿quién sabe? quizá tengamos ocasión de verla en nuestras latitudes si el negocio les pita bien en las Galias.
[1] Dominique de Villepin fue el Primer Ministro de Francia del 31 de Mayo de 2005 al 17 de Mayo de 2007
[2] Christophe Blain, dibujante y guionista francés
[3] Gus es un personaje de Christophe Blain ambientado en el Wild West. Hasta la fecha han aparecido tres volúmenes, Nathalié, Bandido guapo y Ernest, todos ellos publicados por Norma Editorial.
[4] Ambos son personajes de la saga Star Wars de George Lucas