Grace Paley publicó en 1974 una historia corta llamada «Deseos», que hoy puede encontrase en la red. Sus personajes, mujeres y hombres, mujeres que aman a los hombres, pueden parecer mirándolos casi medio siglo después, anticuados. «Deseos» es una historia de dos páginas y media. Las historias de Paley siempre fueron cortas. Era una mujer con más deseos y responsabilidades que las de cualquier escritor. Madre, hija, esposa, amiga, activista, ciudadana. Con la cultural presión de tales exigencias, su tiempo, inevitablemente, fue limitado. Y «Deseos» es una historia no solo acerca de lo que quiere una mujer, sino la relación, esa violenta ligazón entre el deseo creador y el tiempo de una mujer. Por eso, la revista Granta dedica en su último número una mirada profunda a esta autora y a lo que significa ser mujer en estos tiempos de recuperación y representación del feminismo.
Nuestra narradora está sentada en los escalones de la «nueva biblioteca», viendo a su ex marido en la calle. «Hola, mi vida, dije. Estuvimos casamos durante veintisiete años, así que me sentí justificada». Este inicio irónico, melancólico pero amigable alerta sobre qué maquinaciones pueden haber disuelto su matrimonio: acusaciones, respuestas, palabras lsiempre con púas, preparadas para la siguiente acusación. Y, de hecho, nuestra narradora se encuentra con un rechazo instantáneo: «¿Qué? ¿Que vida? No hay vida mía, (…) Dije, está bien. No discuto dónde hay un desacuerdo total». Como se pregunta Deborah Baum en Granta, ¿quién quiere que el matrimonio, una relación, una amistad, sean un campo de batalla donde las posiciones siempre deben establecerse como bandos defendidos o atacados hasta que se haya declarado un vencedor?
Bien, es cierto que los niños y las niñas crecen en culturas esencialmente diferentes, por lo que hablar entre mujeres y hombres es en esencia comunicación intercultural. Los estereotipos sexuales dicen las mujeres aspiramos a convertir la conversación en «conexión e intimidad», mientras que los hombres buscan «intercambiar información, resolver problemas y declinar charlas innecesarias». Cuando las mujeres dicen que quieren «hablar», los hombres, sin embargo, descubren que se trata de una conversación «sin sentido».¿Qué demonios quieren las mujeres?
Puede que discutir sea un intento de evitar a tiempo un final imprevisible. Y puede que saber qué quieren las mujeres sea un intento de no querer saber ¿Qué sucede si lo que quieren las «mujeres» es una oportunidad de hablar sin necesidad de ir al grano? Al fin y al cabo, ser escuchado no pretende saber de antemano cuáles son los fines de una conversación.
En la historia de Paley, los argumentos que llevaron al fin de su matrimonio vuelven en el momento en que los ex cónyuges se vuelven a ver. El encuentro tiene lugar en el mostrador Libros devueltos de la biblioteca, donde nuestra narradora ha ido a devolver unos libros vencidos. En ese momento entabla una conversación con la bibliotecaria. «No entiendo cómo pasa el tiempo» dice al saber que entrega los libros con dieciocho años de retraso. Se abre ahí una especie de conciencia del tiempo en la narradora, incapaz hasta ahora de progresar o seguir adelante. Dado que sabemos que los libros que entrega no ha podido soltarlos en todo ese tiempo, podemos sospechar lo mismo de su ex marido.
Apegos feroces
¿Qué significa que alguien tome conciencia del tiempo? Y en ese tiempo qué sentido tiene el amor de una mujer hacia su pareja y el propio tiempo de la mujer? La excelente biografía en dos partes de Vivian Gornick publicadas por Sexto Piso, Apegos Feroces, y La Ciudad y La Mujer Singular, cuestiona el tiempo y el amor, y la responsabilidad social, el rol de la mujer oponiendo los clichés y estereotipos de una madre frente a los de su hija, la propia Vivian. Al discutir con su madre paseando por la urbe de Nueva York, entre ellas se da una guerra feroz. La sabiduría eterna de la madre – judía, socialista, disciplinada social y culturalmente – feliz en su rol de viuda sufriente. Vivian, mujer sola con dos divorcios, apátrida que recoje derrotas emocionales a consecuencia de intentar vivir al margen de convencionalismos castrantes.
La batalla entre ambas es una guerra eterna. Una mujer que se sabe «diferente» en su singularidad, y en su aguada unión con todo lo que la rodea. fente a una madre que proyecta el orden que la sociedad precisa para no desquebrajarse ante las aspiraciones poéticas de sus miembros.
No es tanto la dicotomía Mujer-Hombre-Macho en la que se emplean la mayoría de miradas y ensayos del feminismo de los últimos años, sino el hueco en el muro por el que mira Vivian Gornick el pasado familiar con sus atavismos maternales y patriarcales, y los juguetes rotos: el amor, el sexo, la palabra y la mirada poética del mundo.
¿Qué quieren los hombres?
Se pregunta llegados a este punto Deborah Baum ¿y si supusiéramos que lo que quieren mujeres y hombres no es saber lo que quieren?
Coincido con ella en que rara vez ha habido unicono más grotesco de dominio patriarcal que el presidente Trump. Dado que no es un hombre de razón, ningún argumento puede derribarlo. Esto es algo que parece haber comprendido desde el principio al asegurar en uno de sus mítines: «Podría pararme en el medio de la Quinta Avenida y dispararle a alguien y no perdería ningún votante». Como hombre cuyas agresiones y apetitos parecen abiertos y sin remordimiento, muchos de sus seguidores se han entusiasmado con sus transgresiones. Su descaro tiene un aire de franqueza para aquellos que quizás sienten que han estado sufriendo durante demasiado tiempo bajo un sistema de corrección política que no les ha permitido decir lo que piensan o hacer lo que les gusta.
No es de extrañar, entonces, que Trump excite a la gente, despertando no solo el ardor fanático de muchos que dicen que lo quieren, sino el disgusto apasionado de los que dicen que no lo quieren. Vale la pena considerar si esta fascinación por «amarlo o detestarlo» puede decirnos algo sobre lo que todos deseamos. O para decirlo de manera más provocadora, ¿y si, cuando se trata del depredador Trump, somos nosotros, su audiencia, los verdaderos depredadores, reubicando perversamente nuestra más profunda necesidad, para tener menos certeza sobre quiénes somos, cómo llegamos aquí y qué queremos?
«Hay un techo en nuestro lenguaje que detiene nuestro amor», escribió George Saunders. Paley y Gornick aparecen e iluminan el lenguaje, lo ponen al otro lado de la ventana para que pueda despertarnos. Es la idea de la literatura como un espacio de hospitalidad. Y en un mundo como el nuestro, donde los desacuerdos son violentos, las posturas cada vez más enfurecidas, y tanto en público como en privado, tanto en el sexo como en la política, hay un lugar donde podemos ir que permanece abierto, acogedor, listo para admitir nuevas posibilidades.