Si bien todavía es demasiado pronto para definir qué podría hacer un radical, podemos afirmar de forma más concreta qué es un radical: se atreve y ejercita decir “no”; es realista al no ser realista; es quien tiene la virtud de la moderación; se preserva del fetichismo de las masas; mira hacia sí y a partir de ahí busca alianzas comunitarias. Hace 72 años que escribía esto Dwight Macdonald. Hace 72 años que el tótem del progresismo, que propugnaban marxistas y liberales desde sus extremos, viene desmoronándose como el casquete polar. Los radicales eran esos extravagantes y minoritarios disidentes que en torno a grupúsculos de revistas como Politics, dirigida por Macdonald en los 50. Pusieron al individuo y la moral como principio de toda política. Así quedaron en solfa los dogmas maniqueos de una izquierda dedicada a la conquista del estado y agarrada al bastón dogmático de la ciencia y su gigantesco desarrollo nuclear, consumado en nuestros días. En medio de un aparente resurgir de una nueva izquierda, al menos en España, muy parecida de la que Macdonald y otros como Orwell, Camus, Weil, Arendt o Mary McCarthy, detestaron, aparece la primera obra de Macdonald, La raíz es el hombre, editada por ediciones El Salmón. Premonitorio, Macdonald resume que a día de hoy, un «izquierdista» debe elegir entre ser un gregario del progreso o un radical libre. Y algo aún más asombrosamente actual: hace falta un nuevo radicalismo.
El progresista cree que vivimos en un mundo singular que está regido por leyes que pueden descubrirse a través del método científico. Cuanto mayor sea el número de leyes descubiertas, mayor será el poder del hombre sobre lo que le rodea. Eso es el progreso. El radical ve los límites de la ciencia. El mundo es dual para él: un mundo de leyes descubiertas por la ciencia; un mundo de valores éticos.
El gigantismo se impuesto. El ser humano debe volver sobre sí mismo, algo que solo será posible en una sociedad en la que las personas entablen relaciones directas entre sí, y las estructuras económicas y políticas sean lo suficientemente pequeñas como para que el individuo pueda influir y modificarlas con libertad y sin coeerciones.»El hombre no está hecho para la ley, sino la ley para el hombre».
«Dejemos que cada individuo se pregunte, como primer paso hacia la acción política y la ética política, qué le satisface, qué es lo que quiere. Los vínculos humanos directos deberían reemplazar a las abstracciones.
«Lo peor de todo es que la derrota de la clase obrera es vista como una victoria, una paradoja ilustrada en los años 20 por los bolcheviques y la socialdemocracia alemana, y hoy en día por el partido laborista». Premonición del discuro y políticas que hoy blande la izquierda, incluso la nueva izquierda, en favor de la mayoría silenciosa o clase media. «todo lo que encontramos en la izquierda es este enfrentamiento banal y desesperado entre dos alternativas igualmente decepcionantes: por un lado los herederos del bolchevismo, y por el otro el de los retoños insípidos de unos padres incopetentes: los liberal laboralistas y los socialistas. Las viejas categorías «izquierda» y «derechas se ha vuelto confusas. Y Macdonald propone cambiarlas por la de progresistas contra radicales.
El abismo nuclear nuestro
Hijo de la bomba nuclear, todos nosotros también somo nietos de las bombas de Horishima y Nagasaki. En agosto de 1945 Macdonald escribía:»la Bomba es el producto del tipo de sociedad que hemos creado. Es una expresión tan relajada, normal y espontánea del American way of life como lo son los frigoríficos, los Banana Slplit o los coches de transmisión automática».
Si el presidente Truman calificó la bomba atómica después de Hiroshima como «el mejor logro de la ciencia organizada de la Historia», el uso de la energía atómica con «fines para una buena causa» o de «modo civil», per se implica la corrupción de esa causa:
Esta nueva energía estará al servicio de los gobernantes, cambiará su fuerza, pero no sus objetivos. La población debería considerar esta nueva fuente de energía con sumo interés: el interés de las víctimas.
De ahí que Macdonald sostenga que la ciencia no puede ni debe fundamnetar la ética de las personas no de la sociedad. Al contrario, la ciencia debe ponerse al servicio de los valores. la ciencia debe ayudar a actuar con más sabiduría una vez que hemos elegido unos fines determinados basados en una necesaria elección moral. Las cosas han ido de otro modo. La ciencia ha cumplido con creces su misión y sobrepasando las expectativas que socialistas de todo tipo – marxistas, anarquistas, utópicos – y liberales pusieron en ella, nos ha obsequiado con una base material colosal, mientras que sus corolarios no son precisamente admirables.
De la bomba atómina a la guerra de nuestros días
Aquellos que fundan su filosofía sobre la idea de Progreso tienden a justificar los medios por el fin, el presente por el futuro, el auí por el allí. El progresista puede aceptar la guerra en tanto que medio para un fin, la paz. Si es capaz de semejante prodigio de abstracción es porque el progresista que tacha a los demás de «utópicos», es en realidad un metafísico: sacrifica de forma indefinida los bienes materiales de las personas de carne y hueso en el altar del Progreso que él postula. Lo hace en la firme fe de que los avances científicos han de servir a la Humanidad.
Durante la II Guerra Mundial los progresistas decían a quienes nos oponíamos a ella que nuestra postura era absurda, porque no podíamos «hacer nada». Ellos, al menos, creían que estaban «actuando». Goebbels lo expresó con claridad: «no tiene sentido hablar de expresiones como «patriotismo» o «entusiasmo». El pueblo alemán se limita a cumplir con su deber, eso es todo». El radical se niega al reclutamiento: se niega a hacer lo que le pide el Estado. Por tanto sin hacer nada, está actuando […] El único medio de actuar de forma positiva contra el Estado moderno es decir «no», es decir, negarse a hacer lo que te ordenen.
Todo intento de difundir ideas políticas de forma masiva imlica o bien corromperlas, o bien despojarlas de todo su significado intelectual y su fuerza emocional, a juicio de Macdonald. La acción política, la subversión no está en los grandes sondicatos ¡u organizaciones de masas a los que el estado aplasta una vez que rivalizan en su propio terreno.
Todo esto significa que los actos individuales fundados en convicciones morales tienen más fuerza en la actualidad que la que tenían hace dos generaciones.
Toda insumisión está por hacer, haciéndose ya en las grietas del orden y la corrección.