
Las malas noticias encierran en sus límites de espinas la peor posibilidad, la más esencial y trágica desde que el ser humano se comunica: dar la noticia de la propia muerte. Ramón Lobo dijo que no cuando decía que sí. No está exenta de absurdo mi intención de añadir a cuanto dije tras oír a Ramón en el programa de aquel domingo en la Cadena Ser. Lo que se me escapó entonces es que Ramón Lobo nos recomendaba a un autor latino clásico al que no citó y que, es posible, no ha leído. Lucrecio. Todos tenemos que morirnos, dijo. Lucrecio, hacia el año 50 antes de Cristo dijo, que en efecto, todo en la naturaleza muere pero para permanecer en su esencia transformadora, pues no dejamos de ser átomos. Ramón fue cronista de la última guerra a la que fue enviado sin que le contratara ningún medio: la suya propia contra un cáncer. Y reconozco hoy, en el día del anuncio de su muerte ayer, que su aparición en ese programa de la Cadena Ser fue el de la consagración de un periodista.
Se habla mucho de periodistas en nuestros tiempos, y hablan mucho los periodistas sobre sí mismos. Y este no es el lugar para una absurda elegía. El titular es sucinto: Ramón hizo otra cosa. Y lo último, de lo mejor.
Aquí en este encorvado momento, tengo que repetirme. Lean Todos náufragos. Solo lean Todos náufragos. En los salones autosatisfechos que frecuentan los periodistas, en las redacciones maltrechas y reducidas, en las tertulias de hollín y eslogan, en algún momificado despacho donde se reúne el consejo de redacción, es seguro que ocurra lo mismo cuando se mencione con el afectado tono el recuerdo a Ramón Lobo Leyder. Que nadie ha leído ningún trabajo de Ramón y aún menos Todos náufragos. Ya lo dije antes, aunque no con esta metáfora sucia y maltrecha. Esta obra de suma madurez debiera ser, aunque no lo será nunca sin dejar de serlo, lo que A sangre fría de Capote fue para la literatura y el periodismo norteamericanos. Pero los obituarios demodés de Ramón no incluirán esta revelación. Este sí. Este sí, porque este no es un obituario. El género tiene una voz falsa y una mano traidora escondida. Lean Todos náufragos. Si no saben de él en sus librerías de cadena, recurran a las librerías de viejo. Buceen en iberlibro.com. Hagan ese viaje. Esfuércense por saber de un niño fabulante que siempre vivió con un dolor de clavos doblados un mundo fascinante que emergía de sí mismo, mientras el que lo rodeaba era gris sangrante. ¿Puede alguien convertirse en periodista para huir de una realidad ocre y mortuoria? Lean Todos náufragos. ¿Son los hechos una sombra de la crueldad, o es la crueldad una reina criminal que apoya su cansada cabeza sobre una almohada impoluta de hechos?
Dije el 25 de junio: No jodas, Ramón Lobo Leyder, y alárgate mucho más. En octubre necesitamos seguir oyéndote. Ramón, nos has jodido.