Congelación de un impulso
Mientras afuera de ese ventanal rectangular, unido en una comisura metálica centímetros antes de llegar a las paredes, el puto san mamés, el nuevo anfiteatro de pan y circo, aparece recorrido por olas de neón o de argón o qué se yo, rojas, como las rayas de la camiseta del athletic que paga por el alquiler del estadio un precio que no se ajusta al del mercado y que las subcontratas que lo elevaron, encima del sagrado corazón de la plaza homónima, pagaban a sus obreros menos de lo que marcaba el convenio, me llegan borborigmos de aforo y me cago en toda la congregación aérea. Sí, comprendiendo, que por encima de mi cabeza juegan los dioses un partido cualquier día y a cualquier hora, que para eso pagan las televisiones, buen augurio de las mutuas y su nicho de negocio que supone el aumento de los accidentes laborales.
Dentro, a este lado de los labios de cristal de la ventana, ligeramente ahumado, estaba yo en la habitación 421 de la clínica de zorrotzaurre, atento a que mi madre no se quite el apósito que le cubre la incisión de la operación.
Y se lo quita y sangra, llamo a la enfermera y…
Vuelvo a mi casa. El amanecer extiende su infección por las calles de deusto. No se me ocurre otra cosa, mientras enfilo la calle iruña buscando la boca del metro, que la luz de las ocho es un apero para las labranzas con las que la gente empieza a sembrar las malas hierbas del día, lírico yo, que estoy hasta los cojones y se me ha quitado ese regusto conducente a estar en paz con esta ciudad a la que san azkuna quiso situar en el mapa del mundo, cuando me senté en un banco de abandoibarra a escuchar jazz, tocado por un cuarteto en la terraza de un bar.
Cojo el metro, cómo no, catalogado como el más limpio del mundo, que todo es emisión de fuente luminosa en esta ciudad, que hasta los barrenderos son mayordomos pasando la prueba del algodón, con sus ruidosos artilugios, motosierras podaderas, aspersores de hojas, rodillos de aceras, cortacéspedes con motor de combustión interna, ya saben, el acorde unánime que suena sincrónica y diacrónicamente, como pieza de música por unas calles que, a pesar de tanto artefacto, mantienen una biodiversidad maravillosa, colillas, papeles, plásticos, sin fin.
Un puñado de brillos, espolvoreados en la pasta compacta que forma el suelo del vagón, muestran la galaxia del subsuelo de la ciudad.
Próxima estación…
Voy leyendo Viaje al fin de la noche. Céline me dice lo que he sentido esta noche cuando quería matar a mi madre, la obscuridad de la habitación se llena de voluntades asesinas…
He dormido un poco y escribo esto. Quizá para superar mi culpa, la mejor forma es construir un relato, con su parte de ficción.
Rivalidad
En un mismo libro encontró una estampa de la virgen de los remedios y un calendario de mano de una puta desnuda. El calendario era de 1978. El libro, junto con otros, pertenecía a un hombre que quiso reformar su piso y deshacerse de parte de su biblioteca. Él acudía a estas llamadas para llenar la sección de segunda mano y desechados de su librería.
La puta estaba con un tocado blanco que cubría su cabeza y bajaba por su espalda. Los bordes de la tela abierta caían hasta su sexo depilado. La virgen también tenía bajo su largo y encubridor manto un tocado superpuesto, de color negro.
Aquella noche ojeó el libro, luego lo dejó sobre su mesilla. Las dos imágenes quedaron visibles encima del libro cerrado, escrutando al durmiente. Celosas de cual de las dos era el motivo de su erección.