La de Kenneth Rexroth no es una biografía cualquiera. Publicada por Pepitas de Calabaza, es el último gran libro de 2015. ¿Quién fue Kenneth Rexroth? Un tahúr, pintor, en un momento conspirador hasta serlo para el resto de su vida, poeta. Un hombre libre en los Estados Unidos del siglo XX, en cuyas décadas del 20 y del 30 estuvo a punto de germinar la revolución del espíritu libre que parecía fraguar por doquier. Rexroth participa del renacimiento cultural que florecerá en los años 50. Esa escasa lumbre dará luz a un resurgimiento que explosionará en los años 60 por todo el mundo. El testimonio de Rexroth parece una ballesta cuya flecha va dirigida a nosotros, necesitados de un resurgimiento en esta nublosa época. Cuántas lecciones aporta Rexroth. El rio que él ha cruzado, puede ayudarnos a comprender que quizá haya un designio heraclitiano, y que todas las oportunidades son realmente nuevas. Si algo tiene el pasado, es el favor de poder sortearlo para no repetirnos dos veces en él.
Un niño de nombre Kenneth viene al mundo en 1905. Ni la Indiana actual ni Estados Unidos se parecen en algo a su Indiana natal ni al país que recorrería varias veces Rexroth a lo largo de su vida. La vida a contracorriente que hereda nuestro protagonista, fuera del estricto control de la moral imperante y la administración del poder, nos permite ver que desde la guerra civil norteamericana hasta nuestros días, se vive la misma guerra. La salvedad es que en el mundo de Rexroth existían prostitutas revolucionarias, los artistas vivían el gulag de la noche desde donde lanzaban las llamas al mórbido materialismo del día, y el obrerismo gozaba aún de una conciencia alejada del culto al progreso y el trabajo.
“Lo que yo estaba presenciando era el desarrollo en algunos lugares de Chicago, Nueva York y París de un modelo cultural que se iba a extender por todo el mundo. En otra generación todos los profesionales con alguna inclinación bohemia en Sidney sólo hacían lo mismo que nosotros, pero en aquella época anterior nos conocíamos todos”.
Suenan las notas de Dick Rough, jazzman, poeta, en los tugurios subterráneos del Chicago de los 20. El tahúr Rexroth trapichea, mientras en su habitáculo pinta, escribe.
El estruendo de puertas de burdeles y locales donde bohemios y revolucionarios conspiran, suena como los cañones del Aurora. Tras 1917, todo parece posible. Ya había una rebelión en toda Norteamérica, pero ahora se le sumaba la espoleta de la posibilidad. Pronto la generación de Rexroth conoce la verdadera naturaleza de los neo mandatarios bolcheviques. Alexander Berkman escribe el imprescindible El mito bolchevique. Rexroth y los suyos lo devorarán. Así que desde entonces la intelligentsia obediente de consignas de partido petrifica con sus tácticas, medios y finalidades; la disidencia de los siempre heterodoxos como Rexroth será el objeto de los ataques de los estalinistas, más tarde de los trotskistas y desde siempre del poder casi totalitario del gobierno en el que ya despunta el todopoderoso Hoover al mando de la policía política, el FBI.
Pronto vendría el declive de la posibilidad revolucionaria, tras la aniquilación del libertario movimiento obrero agrupado en torno al IWW, los valerosos wobblies. Rexroth es entonces un avezado adolescente, autodidacta por las avenencias de una vida que se trunca. El asesinato legal de los anarquistas Sacco y Vanzetti un 23 de agosto de 1927 marcará al adulto Rexroth y a toda su generación. El gobierno y la judicatura se vuelcan voraces contra sus internos díscolos. La misma voracidad sumerge al país en una depresión que provocará una pobreza económica, política y cultural tan similar a la que vivimos en nuestros tiempos. Al igual que las de antes, las alternativas “emergentes” y algunas culturales parecen tener por objetivo solo el combate de la “crisis”. Y esta es la segunda gran aportación de la autobiografía de Rexroth: las ilusiones reformadoras del pasado se nos presentan iguales en el ahora; y las posibilidades revolucionarias emigran a una vida otra vez subterránea.
El renacimiento cultural que vivió Norteamérica de ciudad en ciudad a finales de los años 40 se debió a un grupúsculo de literatos, poetas, cantantes de jazz, objetores, y clérigos sin biblias ni rosarios. Aspectos de la vida que aquellos optaron por tomar han pasado a ser el estilo de vida de toda una subcultura que se ha extendido por todo el mundo. Rexroth rememora a hombres y mujeres poetas pioneros, pintores, músicos, y filósofos proscritos. De ahí que los años 60 sean menos importantes. Es la tercera gran aportación de su autobiografía: la desmitificación. De la llamada generación beat, Rexroth sólo reconoce a cuatro: Philip Lamantia, Lawrence Ferlinghetti, Diane Di Prima, y Denise Levertov. Antes que todos ellos William Saroyam, el verdadero precursor – mucho antes que Jack Kerouac- de la escritura directa, Hilarie Hiler, Dorothy Van Ghent.
Rexroth habla de las traiciones que han sido perpetradas tras los aires de revolución: la rusa en 1917, los procesos de Moscú, la revolución española, la rebelión francesa del 68, el movimiento del 70; Sin embargo, la gran lección al leer la imprevisible, rica y libre vida de Rexroth es que cualquier tiempo pasado es muy similar al presente. Rexroth veía nuestra época o en su autobiografía nosotros vemos la de él. Salvo que nosotros, a diferencia de él y su generación, no vemos en absoluto que el mundo vaya a cambiar gracias a nosotros mismos.
La traducción de Carlos Manzano en esta edición de Pepitas hace más legible la edición reducida de las memorias de Rexroth publicadas en 1977 por Whittet Books. Las 768 páginas de esta sin igual autobiografía acaban sabiendo a poco.Ya somos peregrinos hacia las ahora tierras frías de la editorial pepitas de Calabaza para mendigar la edición de más ensayos, cartas o lo que sea del entrañable Rexroth.