Tambores de guerra en Silicon Valley. Tambores de guerra real. Google anunciaba hace unas semanas que no pujará por un contrato militar que asciende a diez mil millones de dólares. Al mismo tiempo, los empleados de Microsoft presionaban, con éxito, a su director ejecutivo para que haga lo mismo. En mitad de la turbulencia ética, Jeff Bezos todopoderoso ejecutivo de Amazon y propietario del diario The Washington Post, salía al paso: «Si las grandes compañías tecnológicas van a dar la espalda al Departamento de Defensa de los Estados Unidos, este país estará en problemas». Amazon es el casi seguro ganador del contrato al que han renunciado Google y Microsoft. La prensa sospecha que Amazon trasladará sus cuarteles a Meanwhile, localidad del estado de Virginia cerca de donde tiene su gran sede el Pentágono.
Levantado sobre un vergel que antaño albergaba extensos frutales, el hoy edén tecnológico que es Silicon Valley emergió durante la segunda Guerra Mundial. Los contratos del departamento de defensa fueron la simiente que hizo crecer la producción electrónica y de innovación, desde todo tipo de componentes hasta microprocesadores. A pesar de que la economía high tech estadounidense descansa en muy buena parte en las demandas del complejo militar-industrial, en Silicon Valley como se ve, hay una ola profundamente «escéptica» con ese respaldo.
Como apunta Margaret O´Mara en The New York Times, a diferencia de las ciudades atómicas, Los Alamos, N.M. y Hanford, Washington, o las capitales aeroespaciales, Los Ángeles y Seattle, Silicon Valley construyó cosas pequeñas: microondas y radares para muy buena parte comunicaciones de alta frecuencia; transistores y circuitos integrados. Construyó máquinas miniaturizadas que podían propulsar misiles y cohetes, pero que también ofrecían infinitas posibilidades de uso civil, como relojes, calculadoras y ordenadores de alto rendimiento.
Un ejemplo de que el Pentágono ha sido fundamental en la investigación tecnológica, es el propio abuelo de Bezos, el señor Lawrence Preston Gise. Fue uno de los primeros empleados de la agencia de investigación avanzada del Pentágono, Darpa. En los ochenta y en la década de 1990, el dinero de Darpa ayudó a impulsar avances en redes de alta velocidad, reconocimiento de voz y búsqueda en Internet. Hoy en día, está financiando la investigación en inteligencia artificial y aprendizaje automático, exploración subterránea y satélites, moléculas de alto rendimiento y un mejor GPS.
El negocio de la guerra es, por tanto, una parte importante del PIB norteamericano. Los movimientos de Google y Microsoft parecen mostrar una mala conciencia tras dos décadas de invasiones, guerra permanente y atrocidades globales. Pero la intelligentsia aduce, como Margaret O´Mara, que es preciso continuar esa ligazón, dado el riesgo de ciberataque hacia EEUU, aunque informando a la población «usuaria» de los proyectos de vigilancia que las propias compañias efectuan a sus «usuarios ciudadanos». El dueño de Amazon y The Washington Post lo tiene más claro. American histery.