
Los mensajes de lectores tras la noticia publicada en la web de un diario de provincias eran unánimes. Habría que cerrar la editorial que ha publicado el libro; ojalá haya un secuestro judicial y no llegue a librerías; qué pena de cárcel para el autor y los editores. La noticia era que la editorial Anagrama había decidido no distribuir el libro El Odio de Luisgé Martin sobre José Bretón, padre parricida que asesinó en octubre de 2011, en la ciudad andaluza de Córdoba a sus dos hijos de seis y dos años para quemarlos después. La editorial tomaba esa decisión porque ha recibido de la Fiscalía una denuncia de la exesposa de Breton y madre de los niños, Ruth Ortiz, solicitando el secuestro del libro. Ruth Ortiz, que admite no haber leído el libro, sostiene que el libro viola la ley de protección civil del derecho al Honor, la Intimidad Personal y Familiar y la propia Imagen, además de la Ley Orgánica de Protección Integral de La infancia y La Adolescencia.
La editorial y el autor han tratado de salir al paso. ¿Al paso de qué? De la opinión perentoria y feroz y al sentimiento de ofensa colectivo. También al ansia punitiva de todo colectivo o particular, molesto en su tuétano “por lo que siente” llevado a la categoría no de ultraje sino de agresión.
Cuenta Jorge Herralde, el editor fundador de Anagrama que, frente a la censura franquista, los editores se aventuraban a publicar un libro y esperar después el secuestro y cremación de toda la tirada. Ya no ocurre lo mismo. En este tiempo de más libertades, es al revés. La editorial Anagrama ha decidido auto secuestrarse al mismo tiempo que defiende su derecho a publicar su libro. Solo ha recibido de la fiscalía una notificación acerca de la demanda de Ruth Ortiz. Nadie le ha ordenado nada. Y esta nada es el diagnóstico de lo que está ocurriendo. El miedo a sufrir una campaña de voraz desprestigio y cancelación en las redes sociales.
La editorial reclama el derecho a la libertad de expresión. El autor sostiene que el cometido del libro y la publicación en él de diálogos con el parricida tienen como objeto desmontar su relato.
En este diálogo entre autor y parricida, por primera vez Bretón confiesa ser autor de los dos crímenes a sus hijos. Lo hace con la delectación de la asepsia moral, sin violencia física hacia ellos sino narcótica. Jugó, igual que ahora, al escondite donde hacer más daño. El objetivo y la diana de esa maldad era la madre de esos hijos asesinados, la propia Ruth Ortiz. Ella está sufriendo, no la pena sino la culpa del doble asesinato en su propio interior. Asegura que no la ofende el tema, sino que el autor haya dado voz al asesino, y, en consecuencia, legitime su relato.
El autor asegura que el libro pretende todo lo contrario de lo que Ruth asegura sin haberlo leído. Pero la protesta de ella, aun no siendo cierta, permite ver la reivindicación de ella como asesinada última.

Luisgé Martín es un autor con solvencia editorial. Sabe de relatos. Trabajó para la ministra González-Sinde en el gobierno de Rodríguez Zapatero y ha redactado discursos para el hoy presidente Sánchez. Y como activista en el colectivo LGTBI, es cierto que ha cometido errores estructurales de enjundia. El principal, rehuir la voz de Ruth Ortiz en su libro. La maldad sin tiempo y exitosa de Bretón es que el asesinato fue el de los hijos de ambos, pero el crimen iba dirigido hacia Ruth. Porque ella pensará, hasta que consiga evitarlo, que no permitiéndole llevarse a los niños esa tarde hubiera podido salvarlos del crimen que Bretón estaba empeñado en cometer. Para siempre pensará, hasta que conga evitarlo, en cuál es el sentido de su vida habiendo traído al mundo dos criaturas y siendo incapaz de protegerlas de con quién los trajo al mundo.
El libro de Luisgé Martín aterriza gracias a la pista del True Crime, tan en boga sobre todo en series. El género no llega al noir y tampoco merodea la trascendencia narrativa. Hay un ensimismamiento en la espectacularidad de la conducta desviada y una mirada un tanto morbosa por el narcisismo de los protagonistas.
Es posible que Luisgé Martín haya querido merodear los pastos de Truman Capote y su A sangre fría o Emmanuel Carrère con El adversario. Si lo ha intentado o ha caído en el True Crime no lo sabremos hasta que hayamos leído el libro si es que este llega a las librerías y vence todas las autocensuras, censuras, cancelaciones y pleitos a discreción. El debate sobre la auto cancelación a la que ha recurrido la editorial está zanjado. Es espurio reclamar el derecho a publicar cuando uno se censura de antemano para evitar una campaña atroz de cancelación.