Ante un bosque talado, solo quedaba un árbol enorme. Era tan grande que 10.000 personas podían sentarse a su sombra. Cuando el maestro preguntó por qué habían respetado ese árbol, le respondieron que sus ramas estaban llenas de nudos y su madera no servía para hacer leña porque daba mucho humo – sed como este árbol, dijo el maestro a sus discípulos, completamente inútiles, y así creceréis. Sed inútiles y gozad. Moveos en el mundo sin competir ni tratéis de probar que sois dignos.
Esta introducción de la Poesía de los árboles, de Ignacio Abella sirve para englobar la idea que sobrevuela en Piloto Automático: en este mundo materialista, donde la racionalidad excluyente ha tomado las riendas y nos dirige desbocada a un precipicio, se diría que otro discurso y otros valores pueden proponer un poco de cordura y quizá a ayudarnos a sobrevivir.
Aguelles afronta la dificultad de encontrar una alternativa al agotamiento de las estrategias postmodernas que no consista en un retorno a las tradiciones progresistas del siglo pasado. La suya es el movimiento de una retirada expuesta con honestidad, los artículos van de sesudos pensamientos hasta la evocadora biografía de su mapa existencial. Una opción que puede utilizarse oponiéndose en práctica necesaria a un estadio del capitalismo caracterizado porque la leche de sus m amas se está agotando. El autor reasume las propuestas naturistas de Thoreau, e indirectamente a Piketty, y su estudio econométrico sobre la evolución histórica del capital y la desigualdad de renta y riqueza; aunque Agulles está en las antípodas de la propuesta de regular el capitalismo.
Al leer estas notas sobre el sonambulismo contemporáneo, uno cree en la capacidad humana para crear nuevas situaciones edificantes, partiendo de que el verdadero problema del mundo no es el crecimiento económic ni recuperar la velocidad de este, sino salirse de un progreso y desarrollo que ya empieza a proyectar su lado oscuro sobre geografías y personas hasta ahora no expuestas a sus prácticas salvajes.
Son días de salida del Reino Unido de la UE. “El pueblo votó por una oferta que no estaba encima de la mesa”, leo el lamento de un director de corporación de la City londinense; sigue “la City es un centro financiero exitoso por muchos factores: legislativos, culturales, etc.”. ¡Perfecto, guay, ok! Los estragos los esconden debajo de la alfombra. Hay que mover dinero de un lado para otro, conseguir grandes beneficios, con independencia de las consecuencias sociales que tengan esos movimientos. Es fácil, por consignación histórica, sacar la siguiente conclusión: el supercapital encontrará acomodo en la nueva situación, mientras los demócratas de opereta echan la culpa a quienes dan la voz al pueblo ignorante. No importa que haya una realidad indiscutible: que la UE esté llena de burócratas, llena de normas, y tan insensible con las necesidades sociales.
Sigue derramando Agulles con largueza pero sin ningún exceso la aparición y las consecuencias del progreso, sobre la aceleración agresiva y narcótica; y lo repiensa todo bajo la óptica de proteger al individuo de una tecnología que gobierna el mundo como una nueva religión: “el dios de turno es la tecnología que nos sostendrá e impedirá que caigamos al vacío”. Aquí me acuerdo de algo leído recientemente y atribuido a Juan Eduardo Fleming, embajador de Argentina en Praga: “¿No serán la computación y la informática la contemporánea cábala?” y ¿No serán la cibernética y la inteligencia artificial nuestro golem actual? Necesario es, por tanto, habilitar al ser humano para trazar un rumbo distinto, partiendo de lo que Lewis Mumford nos hacía entender: “la historia de todas las cosas que han tenido forma y cuerpo es solo la mitad de la historia de la humanidad. La otra mitad transcurre en el mundo de las imágenes y representaciones que creamos en nuestro interior para construir mundos que al final se convierten en acciones concretas en el mundo material”. Es cierto, la democracia siempre ha tenido un componente utópico. Sus orígenes son utópicos. Buscar utopías políticas es tan necesario como en su día fue buscar la rueda.
Juanma Agulles defiende que no hay reforma posible para el modo de vida que hemos creado en los últimos siglos y que la salida requiere renunciar al mundo industrial y tecnológico que se impone como única forma de existencia.
Ahora que no cesamos de oir frasecitas y palabras que restallan como latiguillos en los oídos, diré que Piloto Automático nos propone “relatos” que consideran otro posible “buen vivir” hacia alguna forma de “regreso”.
Conmovedor en ocasiones, pesimista en el resultado del que depende nuestra suerte, suena como fondo y base el mensaje anti desarrollista. El libro alterna notas sobre análisis de textos, – magnífico Manzanas -, con escritos sobre crítica al mundo industrial y tecnológico. Nos exhorta sobre ese otro mundo posible, dudando de la fuerza de los votos para hacer transformaciones serias. Todo envuelto en un tono fundado en las certezas vitales del autor, y también de razonable sueño.