“Soy escritora. Soy feminista. Cuando de vez en cuando consigo sobreponerme a mis tendencias políticas y llegar a la verdad, me siento un poco mejor. Y luego me preocupo mucho más”
Nora Ephron
De cuando en cuando doblas una esquina y la vida o la modernidad te hacen ver que has doblado dos tercios de tu vida. Y que se están doblando frente a ti misma otros dos tercios. Y estás exhausta y perpleja. Estás recién llegada a esa esquina que se llama jubilación y que conduce, mucho parece, a una calle sin salida. Para una mujer contemporánea, vivir la posmodernidad es como ser moderna a rastras. ¿Soy yo la duda o la que pone en duda mi tiempo dudoso? ¿Una pre septuagenaria ladradora e inadaptada? He dedicado mi vida al teatro, al escenario, recitando cuentos, regentando librerías. Soy lo que se dice una profesional de la oralidad. Y hoy, viniendo de la oficina de la Seguridad Social, me he encontrado en la esquina con una pregunta disfrazada de superheroína moderna: ¿eres, tú feminista?
Casualidades de la vida, a pesar de quedarme atónita, es esta una pregunta que me he hecho mucho a lo largo de los años. Nací inmersa en la época franquista. Me educaron como se educa en las dictaduras. Llegando a la adolescencia sentía la injusticia tanto social como individual, es decir como mujer. Nunca llamé a eso feminismo, sino justicia. Las circunstancias me llevaron a salir de la casa paterna muy joven y dedicarme al teatro y posteriormente a otras artes escénicas. Nunca pude vivir de ello, pero sobreviví a base de trabajos basura, mal pagados y desprestigiados. Por ser mujer, cobrábamos salarios notoriamente bastante más bajos que los de los hombres. Para más inri no llevaban incluida la cotización. Todo esto lo viví de nuevo como injusticia. Todo compensaba con tal de mantenerme a mí misma y no depender de nadie, especialmente de ningún hombre. Y tuve que renunciar a muchas cosas entre otras a no tener hijos.
Seguí con el teatro para después definirme por la narración oral, y he de decir que no me arrepiento, pero me sonrío al recordar mis inicios. Al comienzo, recién estrenada la democracia, todavía dentro de mis narraciones me refería al país como España, pero rápido pase a llamarle Estado Español. A las provincias pasé a llamarles Comunidades autónomas. Los cuentos clásicos (mal entendidos y generalmente nunca sacados de sus fuentes primigenias) empezaron a ser mal vistos. Por entonces salió una colección de cuentos titulados “A favor de las niñas” de Adela Turín, y me lancé a contarlos. Roald Dahl, un genio, nos dejó multitud de obras no sexistas como “Cuentos en verso para niños perversos”. “Cuentos infantiles políticamente correctos” de James Finn Garner fue también otra vuelta de tuerca a los cuentos clásicos. sin olvidarnos de Rodari, que revolucionó la escuela con su gramática de la fantasía. Y poco a poco fue llegando lo políticamente correcto. El género femenino comenzó hacerse más visible. Hice un curso de lenguaje inclusivo para para atajar mis propios micromachismos en el lenguaje cotidiano y en el lenguaje escénico. Empecé a desdoblar el lenguaje para incluir a las niñas y mujeres y no solo utilizar el masculino. Toda la sociedad fue cambiando, ¡menos mal! El amor romántico se fue diluyendo; la familia también cambiaba, ya no eran padre, madre, hijas e hijos, sino que se fue diversificando; surgió el poliamor. Actualmente cada vez menos mujeres quieren tener descendencia y lo masculino y lo femenino se abren como un abanico, pues hay muchas formas diferentes de ser hombre o mujer. El colectivo transgénero irrumpe con todos los derechos negados durante siglos y todo esto nos enriquece como sociedad, y yo, mientras tanto, sigo aprendiendo, modificando mis discursos, mi vocabulario, mi forma de expresarme. Mis narraciones y cuentos, que tienen las piernas pequeñas como yo, van un poco a la zaga y exhaustas. Tal vez porque todavía no hay un imaginario colectivo donde depositar todo esto. Me cuesta encontrar relatos, sobre todo para público adulto, dignos de ocupar estas nuevas realidades. Me encuentro contextos más panfletarios que otra cosa, pero eso viene pasando hace rato.
Actualmente me piden sesiones de cuentos para colectivos feministas y también para el colectivo LGTB + pero no sé muy bien qué esperan de esas contadas. Qué lenguaje y temas debo utilizar.
Como narradora oral he de decir que creo en la universalidad de los relatos por encima de realidades concretas, para mí las historias solo existen como gozo y belleza, con sus luces, sus sombras. Desde ahí todo puede pasar. El arte, y el relato y el cuento son dos archipiélagos dentro de él, tiene sus características tan distintas del panfleto o del discurso ideológico.
Ahí estoy yo sin dinero que pagar a Caronte para pasar esos archipiélagos cada vez que me piden una tarde de relatos con perspectiva de.
Pero me sigo preguntando al doblar la esquina ¿soy yo feminista?