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Suárez y el Rey: traiciones, negocios y transiciones

Iñigo Elortegi 21 abril, 2014     2 comentarios    

La publicación oficial,  permitida, y por una editorial poco dada a la disconformidad, del libro de Pilar Urbano sobre Adolfo Suárez viene a poner de manifiesto la rotura del corsé de la transición española. Se ocultaron los mimbres de aquella continuidad. Las costuras del  traje apañado se han desbaratado en la imagen hoy de una monarquía al borde del eclipse corruptelar. La Casa real apremia un relevo, que no puede obtener  sin un golpe para que el actual monarca se aparte definitivamente.  Aparece en este momento el libro de Pilar Urbano (1). Su escasa novedad: que el Rey era el «elefante blanco» que los golpistas esperaban se presentara en el Congreso. Los interrogantes saltan como las balas en el Congreso aquel 23 F: Por qué periodistas como ella han callado durante la friolera de 40 años para revelar ahora que el rey promovió el golpe del 23-F. ¿Obediencia transitoria? Sin embargo hay trabajos periodísticos que ya denunciaron estas y otras batallas secretas de la transición. Aquí resumimos la relación de Adolfo Suárez y el monarca borbónico  revelado en dos trabajos de referencia: Un Rey Golpe A Golpe de Patricia Sverlo, publicado en 2000 por la editorial Ardi Beltza; y el libro de Francisco Medina Memoria Oculta Del ejército (Espasa 2004).

En el comienzo fué una tómbola bastante amañada. Suárez fue metido en la terna de candidatos a presidente que sucedería a Arias Navarro para que estuvieran representados los falangistas. Torcuato Fernández Miranda, falangista y  verdadero plañidero de la transición,  veía en Suárez  ambición y gancho electoral, un útil instrumento para consolidar políticamente el monarquismo. Suárez estaba aceptado por la Banca, por el Movimiento – del que había sido secretario – y por el ejército tras la gestión que realizó como viceministro de Fraga de la masacre de Vitoria y Montejurra en aquel sangriento 1976. Ambicioso, como lo dibuja Gregorio Morán (2), Suárez se había plegado previamente a ser el topo de Torcauto y el Rey en el gobierno de Arias. Ahora obtenía su premio.

La trinidad de la transición: Torcauto Fernández miranda, a la derecha, El monarca en el centro y Suárez junto al Cristo.

Tras ser elegido, acepta los planteamientos  aperturistas de Torcauto – Adolfo tenía los suyos y como se verá más adelante mucho más democráticos que los de la Casa Real y el propio monarca -.  El 8 de septiembre de 1976 Suárez se reúne con los capitanes generales para explicarles los planes de reforma política. El general Alfonso Armada, que sueña  con ser el Pavía o Prim, restaurador monárquico del siglo XX, dirá de esa reunión – y coincide con todos los testigos –  que Adolfo negó la posibilidad de legalizar al PCE.

La reforma precisaba ser aprobada por las Cortes franquistas. El peligro era un voto negativo o la presentación de innumerables enmiendas. Torcuato ató la aprobación amenazando con la posibilidad que tenía el Rey de derogar las Cortes. Esta apertura concedida por los diputados afectos a Franco contaba con la garantía de mantenerse en los principios jyrados por el monarca como sucesor de Franco. Así se aprobó con una sola enmienda la reforma política.

En Semana santa de 1977 en La Zarzuela, Armada arremete, gritando y exasperado, contra Suárez por la legalización unos días antes del PCE. Pero Suárez gana posiciones ante Juan Carlos quien tiene ya claro qué caballo va a llevar a que la propia figura del rey cabalgue más lejos gracias a la coz de la reforma. Armada será destituido poco después. Aunque se revolvieron, los militares se calmaron al ver el 9% de los votos conseguidos por el PCE gracias a la tarea de destrucción de los principios que lo habían mantenido vivo durante el franquismo.  Carrillo asistía a las recepciones oficiales del monarca y presumía de que en ellas los camareros de CCOO le reservaban los mejores canapés.

Guión USA: Transición de barbacoa

Hasta diciembre de 1976, Suárez no da un paso sin consultar con Torcauto.  A partir de entonces, comienzan a surgir desavenencias. También entre Armada y Fernández Miranda. Suárez interpreta el guión establecido con «demasiada libertad». Diferentes protagonistas sitúan la Transición en las postrimerías del gobierno Carrero, diseñada y seguida muy de cerca por EEUU: bipartidismo, libre mercado, OTAN (3). Se hila la búsqueda del «consenso» político que dejará fuera, marginalizada o reprimida toda posibilidad política, cultural o vivencial que se aleje de lo que será la Cultura de la Transición. El Rey y Suárez son actores, con capacidad de ordenar los elementos, mas en absoluto de alterarlos. En donde estriban las diferencias que harán de ellos irreconciliables es en la esencia del proceso reformista. Suárez, arguyendo los votos obtenidos, se niega a hincar la rodilla ante un monarca que quiere barajar como cartas los gobiernos arguyendo que, además de sucesor de Franco, es el heredero de «diecisiete reyes de su familia con 700 años de historia» en España.

Finales de 1980. Entrega de fajines en la escuela del Estado Mayor.

Tras la matanza de los abogados laboralistas de Atocha, Suárez asegura que con Gutierrez Mellado al frente del ministerio de Defensa, tiene al ejército controlado. Armada elabora un informe manteniendo todo lo contrario y lo presenta al rey: en caso de legalización del PCE, el ejército corre el riesgo de revolverse seriamente. Suárez y Armada se enzarzan como dos fieras antes de ser cazadas ante el monarca en su despacho. Armada jugará a exagerar la revuelta militar de la que hay evidente constancia para forzar al Rey a que se incline a sus propuestas que no son otras que las de presidir un gobierno de concentración amparado por el rey. Armada se pondrá a la lista en el corro de las patatas: Torcuato Fernández Miranda persigue el mismo objetivo.

En febrero de 1977 Suárez y Carrillo se reunen durante 6 años y abordan los últimos detalles del pacto que legalizaría el PCE. La aceleración de reformas impulsadas por Suárez siguiendo el modelo propuesto por la administración Carter, crea disensiones  con Torcuato. En las elecciones de 1977 Armada se pone al lado de AP – un hijo suyo es cabeza de lista -. Suárez le acusa de haber enviado con el membrete de la casa real cartas pidiendo el voto para esa formación.

Torcuato presenta la dimision como Presidente de Cortes calculando que el espacio electoral por el que compiten en teoría AP y UCD, provocaría una situación que llevaría al Rey a buscar un «independiente» – él mismo- para presidir un gobierno de centro derecha. Los cálculos de Torcuato se verían desvanecidos por el saber hacer de Suárez y el apoyo a éste de la Casa real. Con su verborrea, Adolfo Suárez consigue convencer a los banqueros en una cena en casa de Ignacio Coca – el banquero que acabaría suicidándose a causa de las deudas que tenía con Banesto -. Suárez obtuvo dinero de la corte de Teherán, el sátrapa Sha de Persia. El Rey arguye ante el Sha que el PSOE cuenta con el apoyo de la Internacional socialista y que es preciso crear un contrapeso. La monarquía saudí – el rey Jaled y Fhad que era su primer ministro -, tras recibir una carta  fechada el 22 de junio de 1977, concedió 110 millones de dólares (10.000 millones de pesetas) que la Casa Real tendría que devolver en 10 años sin intereses. Manuel Prado y Colón de Carvajal, fontanero real y presidente de Iberia bajo el gobierno Suárez, invirtió la suma como mejor consideró. En 1987, La Casa Real adujo que le era imposible devolver el crédito. Con tiras y aflojas, y ante la insistencia saudí, Mario Conde facilitó a la Casa Real un crédito de Banesto en 1996 por 3.500 millones de pesetas, que se justificaron como destinados a la rehabilitación de la ruinosa urbanización de Castillo de los Garcianos. Sin saberse si Colón hizo el pago o no, por Mallorca, donde veraneaba el príncipe saudí encargado de recuperar el préstamo, corría de voz en voz: «¡Que viene el moro cabreado y quiere cobrar!«.

La Constitución, aún con recoger en letra borrosa los principios de la reforma que a su vez tomaron impulso superando los del movimiento, genera tensiones en todos los que la dan por buena. Alguno de sus malavarismos – nacionalidades e indivisibilidad del Estado – sirven para que PNV acepte sin parecerlo. El régimen aún respira por el pulmón que supone el ejército como garante y vigía de la unidad política y territorial. Pero en el estamento militar el «café para todos» de las comunidades – argucía para vacíar las aspiraciones históricas – genera miedo y estupor.

Puros, «café para todos» y consenso en La Zarzuela.

A finales de los 70, el gobierno Suárez facilitaría un acuerdo  que permitiría que un porcentaje pequeño de las transacciones petrolíferas realizadas por España con otras monarquías del mundo se desviara hacia el patrimonio privado de los Borbones.

Tras ganar las elecciones en 1977, Suárez se cobra su primer trofeo: la cabeza de Armada. A cambio, el general pone como condición que su puesto como secretario en la casa real lo ocupe un afín suyo: el general Sabino Fernández Campo. Será Fernández Campo quien trate en los años siguientes de proteger al monarca de sus constantes pasos en falso políticos, inconstitucionales incluso, como el deja vú en  que incurrirá para desahacerse de Suárez en 1980 y 1981.

El periodo 1977-1979 fue glorioso para Suárez. Los problemas llegaron porque Suárez se quemó. Su tarea culmina, y cierto es que al Rey no le preocupa demasiado tener que dejar tirado a quien tan bien le había servido. Escuchando a Felipe González, a Fraga, a Armada, a Milans, el Rey, metido en el papel de «árbitro» de España acabó inclinando la balanza a favor de estos. Todos juntos comenzaron a elucubrar el modo de desembarazarse de Adolfo Suárez con moción o sin moción. El presidente, asediado, solía decir: «A mi el Rey no me borbonea«.

Armada no es De Gaulle pero Don Juan  es Tenorio

Los militares – tenientes, coroneles y generales – maniobran y conspiran contra el gobierno; los civiles y banqueros también (4);  la tutela estadounidense del embajador Todman despliega velas: el 12 de febrero cena en Logroño con Armada a quien sugiere que puede haber llegado el momento de permitir al PSOE un papel más importante y participativo en un gobierno, pero dejando al PCE en tercer lugar; los partidos conspiran; Herzog, en nombre del PSOE sondea a militares y al propio Armada en Lérida un gobierno presidido por un militar; los empresarios como Jose María Oriol y Urquijo, factotum de Iberduero, también – Oriol pagó a través de García Carrés los autobuses que Tejero compró para trasladar a los guardias civiles a la toma del Congreso-. El plan es hacer un golpe blando a lo De Gaulle, aprovechando algo que haga de expoleta. Todos los partidos son sondeados: icluídos el PNV y Coalición Canaria que se apartan. El resto ve con buenos ojos apartar como sea a Suárez y cojer cacho – el PCE de Carrillo lo ve como única posibilidad de entrar en un gobierno – con un ministerio en un gobierno liderado por un militar. Las carteras de Interior estarían a cargo de militares, interesados en «reconducir» por la fuerza la situación en Euskadi. Algunos militares ven con buenos ojos un presidente banquero. Se trata de Sánchez Asiaín, del Banco de Bilbao, que tiene muy buenos contactos con el CESID. El banquero tiene contratados a dos militares en la reserva que le «buscan» información: Armando Marchante, coronel, y Joaquín Villalba. Su nombre suena tanto como el de Armada.

Todos los militares implicados, los políticos, creen saber o saben a ciencia cierta que el Rey abandera un gobierno de concentración que habrá de salir de un «golpe de timón». Las mil conspiraciones de unos cobran sentido puesto que se ponene al servicio del jefe del Estado y sucesor del Caudillo. Las otras mil conspiraciones de los otros pueden, al fin, materializarse. Así que Tejero y Milans son coherentes con lo que han entendido de Armada y otros respecto al plan y a su gran avalador.

Suárez da el golpe de sitio

Rodeado, y consciente de la revuelta interna de UCD que abre un frente contra él, Suárez va a evitar una moción de censura y se va a adelantar al golpe de timón avalado con el «ni sí, ni no»  de la Casa Real, dando el mismo el golpe de timón: dimitiendo. Esto descoloca en principio a los urdidores de la operación De Gaulle. ¿Qué golpe de timón contra Suárez puede darse si Suárez ya no es presidente? Todo parece caer en un impasse para los cerebros grises. Pero Milans y Tejero tienen otra percepción: nada cambia y es preciso esperar tan solo a la votación de investidura de Lepoldo Calvo Sotelo el 23 de febrero aprovechando que todo el hemiciclo está reunido.

La entrada  de Tejero en el congreso con sus guardia civiles traídos en autobus  crea una situación de vodevil español retratada por el entonces teniente coronel Manuel Fernández Monzón de Altolaguirre:

«Pues la situación es de risa. porque se encuentran todos cercados por todos. Los guardias civiles que están en el hemiciclo están cercados por la Policía Nacional que está cercada por los GAR (Guardia Civil), y éstos están cercados por la Policía Nacional que está en Neptuno» (5).

El golpe tendrá, desde su gestación, publicidad y desenlace, un carácter de vodevil hispánico. Los inculpados, reducidos al mínimo, según deseo del propio monarca, el CESID y los políticos implicados en la operación De Gaulle, obtuvieron la libertad en 1987. La chirigota complotista – paradojas ibéricas – cohesiona el guión diseñado tantos años antes: alternacia bipartidista, ingreso en la OTAN, decenios de ultraliberalismo socialista, especulación, clientelismo, apatía social y vuelta a empezar.

Armada sale con cajas destempladas del Congreso. Tejero no acepta que consiga «su poltrona».

Pilar Urbano «literaliza» en su libro la tensa conversación entre Suárez y el jefe borbónico el 24 de febrero en La Zarzuela. El presidente aún en funciones reprocha al rey su papel como motor de la intentona. El monarca le recrimina su debilidad y le obliga, contra la intención de última hora de Suárez, a retirarse definitivamente.

El retiro de Suárez le reporta una retribución del Estado, a propuesta de Juan Carlos, de 200 millones de pesetas, para paliar su delicada situación económica. Tiempo después, cuando negociaba con una editorial la publicación de sus memorias, el monarca le llamó: «a ver lo que vas a escribir«. Aún se trata de lo que se escribe. La transición española, aparte de escribirse con letra manchada, tiene demasiados borrones. Crujen sus mimbres, cruzados a salto de mata. identificada con la monarquía, la propia reforma y transición lucen ahpra las vetas ya abiertas entonces que ahora son grietas por las que escapa el escándalo de la propia monarquía como institución. y lo demás, una lápida de olvido.

——-

(1) El propio editor se quejaba  a la autora, admitido por ésta, de que en una entrevista a un diario había contado partes censuradas en el propio libro. Lara pasó el libro a Zarzuela, y la Casa Real tras el intercambio de pareceres con el editor, ha preferido que la versión final no parezca que cuenta con el beneplácito oficial- que es por otra parte el sino de la Casa Real: aprovecharse  de los acontecimientos participando de ellos, pero sin implicarse en sus consecuencias. Con todo el libro de Urbano es un compendio de otros trabajos propios y ajenos y excepto dos conversaciones tenidas el 24 de Febrero poco aporta a lo ya publicado.

(2) Gregorio Morán Adolfo Suárez: historia de una ambición. Planeta 1979; y Adolfo Suárez: Ambición y Destino. Debate 2009.

(3) Visita de Kissinger en 1973; Vernon Walters en primavera de 1975, visita de Gerald Ford el 21 de diciembre de 1973 y junio de 1976. Los contactos del gobierno Suárez con el embajador  de EEUU Wells Stabler se intensificarían desde 1976. Jesús Palacios en Los Papeles Secretos De Franco (Temas de Hoy, 1996) relata: «Al Caudillo le preocupa que el tránsito hacia la Monarquía se realice con un Movimiento vigoroso. Hay que volver a muscular sus estructuras y para eso cuenta con el concurso fundamental del almirante Carrero Blanco (…) si no queda más remedio que abrirse a dos o tres asociaciones  políticas, eufemismo con el que se esconde el nombre de partidos, su marco de juego será dentro del Movimiento. Su alergia  y repulsión al sistema multipartidista liberal es constante. Y Franco sueña en todo caso con el modelo norteamericano. Dos grandes formaciones porlíticas que, por encima de todo, se identifiquen en la defensa de los intereses de Estados Unidos.

Alfredo Grimaldos en su libro La CIA En España. Debate, asegura que «los norteamericanos mantienen hilo directo con Laureano López Rodó y apoyan también la “Operación Lolita”, que prepara a Juan Carlos de Borbón para suceder al Generalísimo. Inmediatamente después de subir al trono, el primer viaje oficial del monarca le lleva a Estados Unidos, donde recibe el espaldarazo del Imperio. El rey mantiene siempre excelentes relaciones con sus mentores del otro lado del Atlántico. Colabora con ellos en la entrega del Sahara a Marruecos, cuando todavía es el “heredero” designado por Franco, y después presiona desde La Zarzuela a los sucesivos gobiernos de la Transición para que España se acomode definitivamente en el seno de la OTAN«.

(4) En torno a los diarios El Alcazar y El Imparcial, se congregan Antonio Izquierdo, Jesús Pérez Varela, Fernado Latorre, Rafael García serrano, Ismael Medina, Angel López Montero – defensor de Tejero -, García Carrés- único civil condenado-  y el embajador estadounidense Terrence Todman, sucesor de Wells Stabler. Jose María Oriol y Urquijo filtraría a través de García Carrés dinero para financiar el golpe. Juan Pla, La Trama Civil Del Golpe. Planeta, 1982.

(5) Manuel Fernández-Monzón de Altolaguirre Una Vida Revuelta: Memorias De Un General Singular. Penínsila,2011.

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