Me parecía increíble que aquel hombre fuera uno de los mayores ladrones políticos del siglo XX. Había imaginado, antes de ese encuentro, alguien con el estereotipo de hábil calculador. Su físico dejaba al descubierto un hombre de pueblo, ágil y aún fibroso a sus sesenta y cuatro años, curtido por el trabajo, de manos callosas.