Silvia quería correr. Tenía el capricho esquivo de la luz. Había llegado a la conclusión de que el destino, a sus 20 años, estaba de su parte. La utopía, esa acrobacia de protones dislocados rebozada de discursos tiernos pero también oscuros, la llevó vivir la era más infame de su país, La Argentina. El compromiso