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 › En carrusel › Investigación › Trump y el asalto al Congreso

Trump y el asalto al Congreso

Revista Hincapié 7 enero, 2022     Comment Closed    

– Tiene que decirle [al entonces vipresidente] Pence que cuelgue los putos esquís, y que venga ahora mismo. Esto es una crisis.

Steve Bannon subió el tono esperando captar toda la atención de Donald Trump.

– La gente va a decir: «¿Qué pasa aquí?». Vamos a enterrar a Biden el 6 de enero, vamos a enterrarlo, ¡joder!

El contraataque era ensombrecer la victoria de Biden ese 6 de enero de 2021. En el propósito de Bannon estaba buscar una reacción en todo el país que derrocara a Biden, a la espera de que Trump volviera a presentarse.

– Vamos a cargárnoslo ahora que está en pañales. Vamos a matar la presidencia de Biden antes de que empiece.

Ese 31 de diciembre de 2020, escriben Bob Woodward y Robert Costa, Trump volvió de Florida interrumpiendo su viaje y ausentándose de la fiesta de Año Nuevo en Mar-a-lago. Al bajar del buque Marine One, envuelto en un abrigo negro y corbata roja, miró con un desdén ceñudo a los periodistas negando contestar preguntas.
Solo unos días antes, el asesor de Trump, John C. Eastman, pretendía que los votos de candidatos «independientes», que en su mayoría se presentaban como tales pero pertenecían a las filas de Trump, declinaran la balanza en siete estados donde Biden había ganado a Trump.

La estrategia de Bannon se apoyaba en el poder que en el interregno de las elecciones tenía el vicepresidente. Este podía desechar unos cuantos millones de votos y declarar un nuevo ganador. El asesor de Trump, el abogado John Eastman tenía previsto el 2 de enero lo que el vicepresidente debía declarar:
(…) anuncia que, debido a las disputas en curso en los siete estados, no hay electores que puedan ser designados de manera válida en dichos estados. Eso significa que el número total de «electores designados» – según lo estipulado en la Duodécima Enmineda – es de 454. Esta interpretaición de la Duodécima enmienda también ha sido propuesta por el catedrático de derecho de Harvard Laurence Tribe. La «mayoría de los electores designados» sería, por lo tanto, 228. En este momento hay 232 votos a favor de trump y 222 a favor de Biden. Entonces Pence [el vice presidente] declara a Trump presidente reelecto.

Eastman había previsto la indignación que pudiera causar la artimaña:
Por supuesto, los demócratas protestan y alegan en contra que son necesarios 270 votos. Pence acepta sus propuestas. En virtud de lo estipulado en la Duodécima Enmineda, ningún candidato cuenta con la mayoría necesaria. Eso significa que deberá dilucidar el asunto la Cámara, «donde los votos se emitirán por estado y el conjunto de representantes de cada estado constituirá un voto único». Los republicanos controlan actualmente 26 delegaciones estatales, la mayoría simple para ganar la votación. Así, el presidente Trump es igualmente reelegido.

A última hora de la tarde del 3 de enero el vicepresidente Pence entró en su despacho cerca de la cámara del Senado para reunirse con la experta en procedimientos parlamentarios Elizabeth MacDonough para que detallara cómo sería el acto de recuento que tendría lugar en el Senado el 6 de enero. Le preguntó si debía admitir las denuncias de fraude que estaban poniendo los asesores de Trump, o anular los votos como sugería el asesor de Trump Eastman. MacDonuugh fue contundente. Debía recontar todos los votos. Nada más.

En cuanto Pence cruzó la puerta del despacho Oval el día 4, Trump y Eastman trataron de inocularle la insulina de la acción. Pence respondío que no podía actuar, según lo que le habían asesorado. Pero Eastman tenía un nuevo plan. Que en pleno recuento el día 6, interrumpiera para que los estados en poder de los republicanos hicieran una sesión especial remitiendo una nueva lista electoral. Trump se despidió de Pence antes de volar a Georgia insistiéndole en que confiara en lo que Eastman decía.

Una vez que Trump llegó a Georgia dijo:

– No van a robarnos la Casa Blanca. Vamos a pelear co todas nuestras fuerzas, os lo dihgo muy en serio (…) espero que Mike Pence acuda en nuestra ayuda. Os diré una cosa, es un tipo estupendo. Claro, que si no nos ayuda, ya no me va a caer tan bien.

A primera hora de la tarde del 5 de enero, mientras Trump esperaba a Pence, un asesor entró en el despacho Oval. Partidarios del presidente se estaban congregando en la Freedom Plaza, cerca de la Casa Blanca. Cantaban y enarbolaban banderas con el lema «Make America Great Again». Cada vez eran más.
Al entrar Pence, Trump dijo con satisfacción sobre los manifestantes:

– Me adoran.

– Claro, están aquí para mostrarle su apoyo – respondió Pence -, le adoran, señor presidente. Pero también adoran la Constitución.

– Puede ser.

A continuación Trump urgió al vicepresidente a descontar los votos de Biden en los estados dudosos.

– Es lo único que quiero que hagas, Mike. Que la Cámara decida el resultado.

Pence argumentó que no tenía autoridad más que para recontar todos los votos.

– Y ¿qué pasa si toda esa gente [la que se congregaba cerca de la Casa Blanca y el Congreso] dice que sí? Si esa gente te dijera que tienes ese poder, ¿no querrías ejercerlo?

– No querría que nadie tuvieses esa autoridad.

– Pero ¿No sería divertido tener ese poder?

– No. Mire, he leído esto y no veo la forma de hacerlo. Personalmemnte creo que estos son los límites de lo que puedo hacer. Si tiene una estrategia para el día 6, no debería involucrarme a mi, porque mi único cometido es abrir los sobres. Debería hablar con la Cámara y el Senado. Su equipo debiera hablar con ellos para ver qué tipo de pruebas va a presentar.

– ¡No, no,no! ¡No lo entiendes, MIke! Sí que puedes. No quiero seguir siendo tu amigo si no haces esto.

– No va a ser investido el día 20. No existe ninguna posibilidad. No existe ninguna posibilidad de que sea investido el día 20. Tenemos que pensar cómo gestionarlo. Cómo queremos comunicarlo.

– Eres débil – respondió Trump alzando la voz -. Te falta valor. Nos has traicionado. Eres lo que eres gracias a mí. Antes no eras nada. Si haces esto, tu carrera está acabada.

Pence cerró la reunión asegurando que volvería a consultarlo con sus asesores.

Solo al irse Pence, Trump abrió una ventana del despacho. Un gélido aire irrumpió como si fuera la afrenta del futuro inmediato. Las sirenas vociferaban inutilmente frente a los gritos lejanos pero compactos y estridentes de los seguidores de Trump. Dejó al ventana abierta y llamó a su secretaria de prensa y adjuntos, y su director de redes sociales.

– ¿No es genial? Mañana va a ser un gran día. Hace muchísimo frío y ahí están, millares de personas.

– Estan deseando saber algo de usted, señor presidente – preguntó el secretario de prensa adjunto Judd Deere.

– Sí, pero hay mucha ira ahí afuera – caminando por el despacho – ¿Cómo podemos coinseguir que hagan lo correcto?

Pidió sugerencias sobre qué tuitear. Todos los presentes temían desatar una tragedia. Así que se parapetaron en un gélido silencio.

Cerca de Freedom Plaza, en la suite del selecto hotel Willard, el abogado de Trump, Rudolph Giuliani, y Steve Bannon, su asesor de campaña, presionaban por teléfono a los republicanos para que sumaran fuerzas el 6 de enero y paralizaran la ratificación de Biden. La noche era un creciente grito multitudinario. Todas las calles aledañas a la Avenida Pennsylvania alimentaban una marea incontenible para la policía. Trump ordenó a su equipo que lanzara el mensaje a la prensa de que el vice presidente Pence estaba «en total sintonía con él y «dispuesto a actuar» el 6 de enero. A la una de la madrugada tuiteó: «si el vicepresidente @Mike_Pence hace lo que tiene que hacer por nosotros, ganaremos la presidencia. Muchos estados quieren retirar su ratificación de números incorrectos e incluso fraudulentos en un proceso NO aprobado por sus asambleas legislativas (como debería ser). ¡Mike puede devolverles la pelota!»


A las 8.17 Trump tuiteó: «Lo único que tiene que hacer MIke Pence es devolvérselos a los estados y GANAMOS. ¡Hazlo, Mike!, ¡es el momentode demostrar valor de verdad!


A la diez de la mañana, Trump llamó a Pence. Este le respondió:

– Ya le dije que lo iba a consultar con la almohada. Escucharé todas las objeciones y pruebas. Pero, cuando vaya al Capitolio, haré mi trabajo.

– ¡Mike, muy mal! De verdad que puedes hacerlo. Cuento contigo. Si no lo haces, quedará claro que hace cuatro años elegí al hombre equivocado… ¡Vas a desertar!


Al de unos minutos, en el programado mitin ante una desbordante multitud en las cercanías del Capitolio, Trump oficiaba como sumo sacerdote de la América orgullosa:

– Toda esta gente no está dispuesta a aguantar más. No recuperareis el país siendo débiles. Teneis que demostrar fuerza, teneís que ser fuertes. Hemos venido a exigirle al Congreso que haga lo correcto y solo cuente los votos electorales lícitos, solo los lícitos. Sé que pronto iréis todos al edificio del Capitolio a manifestaros de forma pacífica y patriótica para haceros oir.


A las 13 horas el vicepresidente Pence tuiteó su decisión de no anular los votos electorales. A las 13.30 la multitud que había seguido el consejo de caminar hacia el Capitolio era una turba enfurecida. Poco después de las 14 horas los cristales de los grandes ventanales del Capitolio cedieron. La turba, o buena parte de ella, buscaba a Mike Pence

– Hay que encontrar a Pence! ¡Traednos a Mike Pence! ¡Encontradlo!

A las 14.24, Trump tuiteaba que Pence había carecido «del valor de proteger nuestro país y nuestra Constitución».

El asesor Kellog comunicó entonces a Trump el asalto al Capitolio. Le urgió a tuitear un mensaje a los asaltantes.

– Han perdido el control de esto, Señor, no están preparados. Cuando una multitud se subleva así, estamos perdidos», añadió.

– Ya -contestó Trump y siguió viendo la televisión.

Kellog fue en busca de Ivanka Trump esperando que esta influyera en su padre. A las 15.13, Trump tuiteó: «quiero pedirles a todas las personas que están en el Capitoli o que matengan la calma. ¡No a la violencia! Recordad que NOSOTROS somos el partido de la ley y el orden: respetad la ley y a los hombres y mujeres que trabajan para las fuerzas de seguridad. ¡Gracias!».

(Esta es la crónica que Bob Woodward y Robert Costa hacen de las horas previas al asalto al Capitolio que tuvo lugar el 6 de enero de 2021 y el protagonismo de Donald Trump en los acontecimientos). .

La pormenorizada crónica que Woodward y Costa hacen de los últimos días de Trump en la Casa Blanca es poco menos que el retrato de lo que era la antesala del infierno de Dante. El delirio y el caos reinan como en una corte donde los hidalgos temen acabar en el cadalso y el monarca adopta el más sinistro espectro de los esbirros. Por paradójico que pudiera parecer, no solo el régimen democrático está entre las sombras de un posible golpe de autoritarismo; el propio sistema se desquebraja mostrando las costuras rotas de un sistema presidencialista omnívoro. Peligro, editado en castellano por la editorial Roca, y traducido por Ana Herrera, Elia Maqueda y Jorge Rizzo, es la secuela gemela del libro que Woodward escribiera junto a Carl Bernstein hace 45 años años – Los días finales (Argos vergara, 1976)- sobre los últimos días del presidente Nixon, obligado a dimitir para evitar un procesamiento por encubrimiento delictivo. En ambos libros se describe cómo, bajo una bruma shakesperiana, el poder tiende a ser absoluto y a mantenerse recurriendo no solo a todo tipo de prerrogativas, sino al abuso y la violación de la ley del que en teoría es garante. El sistema, a menudo, o casi cotidianamente, sobrevive gracias a funcionarios, asesores, militares, como se describe al detalle en Peligro, no con virtudes extraordinarias, sino más bien grises miembros de una casta política y funcionarial que a menudo se ven desbordados por el desequilibrado sistema que ayudan a mantener.

Peligro. Bob Woodward y Robert Costa. Editorial Roca 2021. 479 páginas. 23,90 euros.

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Autor: Revista Hincapié

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