«El terrorista no solo es considerado tal por matar con armas o colocar una bomba, sino también por activarlas a través de ideas contrarias a nuestra civilizaciónn occidental y cristiana».
General Jorge Rafael Videla, rueda de prensa el 18 de diciembre de 1977.
«Primero vamos a matar a todos los subversivos; después, a sus colaboradores; después a los simpatizantes; después a los indiferentes; y por último a los tímidos».
Ibérico Saint Jean, gobernador de Buenos Aires, 24 de mayo de 1977.
– General, si los desaparecidos se consideran como simples «bajas enemigas» en una guerra, ¿por qué no se reconocen sus muertes y se devuelven los restos a sus familias?
Yo sostengo públicamente que en Argentina, durante un largo periodo, no se quiso admitir que el país vivía en guerra. En aras de la imagen exterior, y para no comprometer las ayudas económicas internacionales, no se decía la verdad de los hechos. Se pretendía minimizar la realidad, pensando en la continuidad de los créditos, que seguramente tampoco se habrían interrumpido si se hubiese asumido la realidad con toda su crueldad. Además, estoy convencido de que temas como el de los desaparecidos hay que afrontarlos abiertamente, para que no puedan ser utilizados como bandera política. Yo vencí a la subversión en su centro de gravedad, en Buenos Aires. Me siento orgulloso de ello y asumo toda la responsabilidad y la de los treinta mil hombres que conduje en la lucha. Lo hago porque soy consciente de que esa lucha no ha finalizado y de que es imprescindible terminarla. Si ayer estuve en primera línea con las armas , hoy combato y doy la cara con las ideas. Y si es preciso, volveré a empuñar un arma. Lo que ocurre es que Occidente no tiene vocación de triunfo.
El periodista Vicente Romero tomaba aquella tarde de finales de enero el café más negro y amargo que recuerda. Fue su primer café con el diablo. Ocurrió en la ostentosa casa del general Ramón Juan Alberto Camps. La servicial esposa del general sirvió el café mientras la calurosa tarde también humeaba, afuera, en el sopor bonarense.
En la mesa del escritorio del general descansaban un ejemplar de la Historia política del Ejército español, de José Ramón Alonso, y un revólver. Camps no tardó en enseñarlo. Lo había capturado a un guerrillero montonero, dijo, a quien se le encasquilló cuando iba a disparar contra el general. Muerto a tiros el guerrillero, desde entonces aquel revolver era, dice Romero, el fetiche que gustaba enseñar a invitados o conocidos.
– ¿Qué cifra de desaparecidos considera usted más real?
– Entre seis mil y ocho mil. Pero no puedo precisar una cantidad exacta, porque no sé cuántos se encuentran en el extranjero.
Romero insistió en pedirle datos más concretos. El general Camps se incorporó y caminó hacia la caja fuerte del despacho. Un cartelito rezaba en la puerta de la caja: «No me obliguen a matar; no se acerquen». La abrió y extrajo un volunoso fajo de folios compilados. Era una copia del informe que él mismo había enviado al Papa Pablo VI.
– Entre 1973 y 1979 hubo 2.050 enemigos muertos en enfrentamientos. De ellos, un millar y medio fueron identificados. Entre 1972 y 1976, se registraron 548 muertos anónimos. Entre 1976 y 1979 aparecieron 729 cadáveres, de los cuales 371 quedaron sin identificar. Y entre 1973 y 1979 recibieron sepultura 1.858 cuerpos como NN [No Name, sin nombre] en distintos cementerios.
El libro Cafés con el diablo del periodista Vicente Romero editado por Foca expone las entrevistas de café con sicarios de todas las ideologías que ha tenido en su casi medio siglo de profesión. ¿Qué pueden tener en común un torturador en un campo de exterminio en la Camboya de Pol Pot en 1977 y un católico y metódico exterminador de subversivos como Camps en la Argentina de la misma época? Una fe purificadora en el orden a establecerse, en el Estado, una redentora necesidad de purificar para el futuro el país eliminando la mala hierba humana irrecuperable. De ahí las cifras en las que en solo ese aspecto descomunal pero solo teórico se diferencian: unas en cifras de seis dígitos; otras de cinco. El poder, incluso arropado de legalidad, puede convertir un país en un imenso campo criminal de concentración. Son los centuriones que llama Vicente Romero, o «los buenos alemanes» que planearon Auschwitz, o los depositarios de los valores supremos o las más altas doctrinas, los que son capaces de llevar a cabo las masacres más inverosímiles.
El libro de Vicente Romero no es un pliego de descargos, sino un ejercicio de observación necesaria de la imperfección moral. Lejos de establecer los contornos de los crímenes de lesa humanidad en blancos o negros, Romero explora todos los anclajes a los que los criminales que con él tomaron café se aferran: la defensa de la civilización occidental, de la democracia, de una revolución necesaria, de una guerra contra el terrorismo.
Y planea una cuestión que ya se dirime en el anterior libro El alma de los verdugos editado por RBA en 2008. ¿Por qué estos crímenes pueden seguir cometiéndose décadas despùés? En la provincia de Buenos Aires, el Defensor General de Casación tenía un registro de 3.600 personas torturadas en el año 2005, veinte años después de la dictadura militar. Existe una impunidad que se atrinchera en la sociedad, toda vez los crímenes tardan decenios en ser condenados.
Vicente Romero muestra el orgullo de los centuriones, impasibles ante la barbarie «necesaria» – la tortura de menores y hasta bebés para ablandar a detenidos, en el caso argentino o chileno, por ejemplo -, sabedores del deber cumplido en la defensa del orden. ¿Cuantos mandos militares, policiales y cuántos ideólogos de la supuesta subversión estarían hoy en nuestras sociedades a llegar hasta estos extremos en pos del mantenimiento de la unidad de las naciones, el orden o conquistar los órganos del Estado?
Vicente Romero Ramírez (Madrid, 1947) es uno de los periodistas más reconocidos en España. Ha cubierto las principales guerras del último tercio del siglo XX y el primero del XXI. Sus reportajes para Televisión Española sobre las dictaduras chilena y argentina le han merecido premios internacionales.
Cafés con el diablo reúne material que en su mayor parte no ha publicado Romero ni en prensa ni en sus crónicas para televisión. Son entrevistas con altos cargos norteamericanos responsables de la aniquilación en Vietnam, con Prak Khan, el gran torturador camboyano, con torturadores y oficiales argentinos responsables de miles de desapariciones o con interrogadores en Guantánamo. Es un diálogo posmoderno de lo que Hanna Arendt definió como la banalidad del mal. Algunos de ellos no han sido enjuiciados ni han pagado por sus crímenes. Todos estos protagonistas son los que se encuentran en la retaguardia del orden, un orden conseguido por la violencia o por la doblez de la legalidad, como el que dio lugar al golpe militar en Argentina por decreto de María Estela Martínez, viuda de Perón, al dar carta blanca al ejército en febrero de 1975.
El crimen de lesa humanidad y las legalidades arbitrarias incluso en el seno de democracias legales son a veces vías que se cruzan para correr yuxtaponiéndose. Y las llevan a cabo obedientes personajes como los que Vicente Romero describe en este necesario e infernal libro.
Cafés con el diablo. Vicente Romero. Foca editorial 2021. 406 páginas. 21 euros.