Hace poco ha fallecido Melba Hernández, una de las pocas mujeres importantes de la Revolución cubana. Melba asaltó el palacio Moncada junto a Fidel Castro el 26 de Julio de 1953, ayudó a preparar el desembarco guerrillero del yate Granma, y subió a la Sierra Maestra con un fusil. Antes la dictadura de Batista y más antes el gobierno corrupto de Ramón Grau. Luego vinvieron los coroneles barbudos. Antes el alegato de Castro en el juicio por el fracasado asalto al cuartel Moncada, «La historia me absolverá«, que sirve para decir que ninguna historia habla, si no es por boca de ventrílocuos nada inocentes.
Lo bueno que tiene Rafel Alcides es que pone voces a pequeñas historias sin la estridencia de las grandes pretensiones metafísicas. En «Un cuento de hadas que termina mal», editado por Pepitas de Calabaza, hay un tiempo largo en la historia de la Isla, encarnado en el quehacer cotidiano de hombres y mujeres que se afirman y disipan en la prescripción de sus aspiraciones: un policía de la dictadura aspira a un merecido ascenso; un «gusano» vuelve cuarenta años después siendo un acaudalado hombre de negocios en Miami, etc. El humor negro y el drama se funden con solidez en la comprensión de una realidad conocida por Rafael Alcides que desde La Habana tiene vivencias suficientes como para reflexionar en profundidad sobre los modelos políticos de Cuba.
El instrumento es una escritura coloquial, un fluir trepidante de lo que está en movimiento, quizá esa capacidad de ver el futuro derrumbarse sobre el presente, tal vez un fracaso excelente que, como dice Santiago Alba Rico, «si todo está en movimiento, si todo fluye, no hay lucha final, hombre nuevo, paraíso socialista ni victoria definitiva». Si la gente está por delante de grandilocuentes objetivos como la revolución, la apuesta solo puede ser modesta. Como lo es el tono de Alcides, saludable, como si Alber Camus le soplara al oído que ninguna ideología tiene que estar por encima del ser humano, mientras está preparando un remedio de ácido bórico como arreglo contra el olor de pies, y los pequeños momentos se suceden y todavía no estamos muertos.