Las llaman mujeres. Las llaman feministas. Es díficil saber si en el declive de nuestro siglo una es mujer y aún más si es feminista. Porque a cada cual se le cataloga desde su afuera. Siempre son «especialistas» quienes tienen el monopolio de la clasificación. El caso es que el 8 de marzo en numerosas plazas de España decenas de millares de mujeres salieron para hacerse presentes. Estaban siendo cuantificadas también. Lo que los autorizados llaman el nuevo movimiento feminista en España, dejan escapar una mirada atenta a las comisuras de esas mujeres alzando su voz y dignidad. Los medios progresistas quieren ver un 15M feminista en marcha. Y puede que así sea. Aquel 15M no sirvió en su final para cuestionar en modo alguno el estatus quo sino más bien a «regenerarlo» de «nueva política». No dejé de pensar en esto. La noche no conseguía tapar la marea de la manifestación en la ciudad B donde vivo. Vi a jóvenes universitarias, mujeres trabajadoras, feministas de la vieja guardia, mujeres liberales, abuelas pensionistas. No sé si estábamos todas. Me surgió la idea de que quizá demasiadas, como en aquellos confusos días que alumbraron el fenómeno del 15M en 2011.
Puede que a las mujeres nos esté ocurriendo que nos estamos poniendo de moda ¿Y a qué mujeres? No todas las mujeres se están poniendo de moda. Un joven le decía a su novia que era desconfiante al menos que el 8 de marzo ya no sea el día de la mujer trabajadora, como antaño, sino simplemente el día de la mujer. Un presentador de una cadena que se ha quedado sin presentadoras esa tarde reconocía que «sin ellas es imposible» que el sistema de programación «funcione». Y aquí, en esta multitud, estamos todas las que hacemos que el sistema funcione. Y sin embargo no del mismo modo y también a pesar de las abruptas diferencias entre nosotras mismas. aunque hay un lenguaje lleno de eslóganes que parece convertirnos en un ejército uniforme.
Voy a llamarla Gabriela aunque ese no sea su nombre. Es una mujer emancipada, divorciada, con un hijo y una hija terminando la universidad. Ha conseguido hacerse un hueco tras largos años de interminable ascenso en el cuadro directivo de una empresa que factura 240 millones de euros al año. Se define de izquierdas. Cree que es bueno que las mujeres puedan acceder a los cuadros de dirección de la sociedad: la judicatura, la economía, los bancos, el Ibex 35, el gobierno incluso la policía y el ejército. Su hija, de 21 años apostilla a veces a su madre: «nosotras valemos». Les pregunto si las mujeres valen para el sistema. Sí, por supuesto. Expongo una paradoja: Ana Patricia Botín aboga por la progresiva presencia de mujeres – como ella – en consejos de administración:al tiempo que necesita a mujeres que por cuatro cuartos limpien las sedes del banco Santander o a mujeres que necesitan trabajar 20 horas en trabajos precarios para pagar su hipoteca con el banco dirigido por Ana Patricia. Gabriela responde que ella no acepta que en su empresa se discrimine a las mujeres, aunque los convenios laborales sin renovar lo permitan de facto. Para su hija sigue siendo una cuestión de «empoderar progresivamente a las mujeres», incluídas las mujeres trabajadoras.
Adela desde luego no piensa así. Es de las feministas de la vieja escuela. Una de las primeras mujeres que se paseaba por la ciudad de B con su novia hace cuarenta años. A sus 67 atempera el gesto de su rostro redondo, meciéndose en una esporádica sonrisa. No y no. Sin buscar un modo de vida sin la explotación del ser humano por el ser humano, la lucha feminista no tiene razón de ser. Y problamente haya que ir más allá, añade: a la idea de la misma gobernanza. «ya gobiernan mujeres y lo harán cada vez más. hay más universitarias que universitarios. De ellas van a ser los puestos de dirección de la sociedad. ¿Yo quiero que me gobierne, me multe, me sancione, me encarcele una mujer porque eso es liberación y no un hombre que eso es opresión? No está ahí el problema. Pensar así es un problema. El capitalismo con su segregación, el autoritarismo patriarcal que es su proyección, son el problema a combatir».
Zaida es una de las centenares de universitarias que copan la Gran Vía de la ciudad B. Es para ella la gran manifestación de su vida. Ha estado en otras quizá más numerosas: Pero no en ninguna como en esta. Zaida es una mujer de 23 años que ha tomado en los últimos años «conciencia» de la realidad de la mujer. De la realidad última y más tangible: la realidad cotidiana. Zaida es de las mujeres que son ya mayoría en las universidades. Su presencia es cada vez mayor, cierto. Pero las mujeres siguen siendo el triste leiv motiv de crónicas de desapariciones, asesinatos. Así que Zaida experiementa en el siglo XXII lo que era vivir para las mujeres hace dos siglos. Eso deduzco. Le pregunto por las revoluciones y a ella le sale un titular que podría ser el de esta manifestación, el del llamado oleaje de último feminismo: «Hoy exigir la igualdad es lo único revolucionario». Reconozco la audacia y la música. Suena una melodía del mayo francés, o timbalillos del 15M español. La igualdad se consigue exigiéndola ¿a quién? La igualdad ¿acabará con las agresiones a las mujeres? «Ayudará a conseguirlo», responde. Más música. Y cantamos.
La gran Vía de la ciudad de B está llena. A la mañana lo estaba de consumidores, de transehúntes anónimos. Ahora lo es de mujeres de todas las edades. Somos un magma engrandecido por una imagen que no es la nuestra, sino la que de nosotras proyectan los medios de comunicación. Aquí y en otras ciudades hay en parte una impugnación, o muchas impugnaciones tan diversas que hasta son contradictorias. Pero hay un clamor de dignidad sobresaliente. Que el sistema puede convertir, si no lo está ahciendo desde hace tiempo, en un delicado y atractivo objeto de consumo. Por eso quizá debamos volvernos contra nuestra propia imagen proyectada. Y cambiar el eslogan de la igualdad por el de No somos iguales, iguales a objetos de consumo y objetos que gobernar. Pero quién sabe.