La noche estaba ya envuelta en preámbulas escamas de invierno. Fuera del Teatro Campos Elíseos, me asaltó un asombro indómito. Las doscientas y nueve personas que como yo salíamos del iridiscente show radiofónico de Juan Carlos Ortega, adoptábamos de nuevo nuestra forma de minúscula etnia disolviéndonos de uno en uno en la oscura masa de la ciudad vacía.
Lo que había ocurrido en el teatro Campos Elíseos entre las 20.30 y las 21.53 horas fue lo que no había sucedido ni en las ondas, ni en la prensa ni en las televisiones durante el día. La radio, y la imaginación y el periodismo, pero sobre todo la literatura a las que ambas se deben, o el solaz arte del relato corto y sus codas y serpenteos. Y el humor ceremonioso de su celebración.
No había entre el público periodistas conocidos – ni a su inversa –, y aún menos de la radio. Tampoco escritores o personajillos de la pacata farándula intelectual de la ciudad. Algún solitario profesional de la dramaturgia. Generaciones de sesenteros en pareja o cuadrilla, cincuentones, aunque también una nutrida minoría de treintañeros.
¿Qué quiere decir esto? Lo sé, pero me importa más decir que el show Las Noches de Ortega es un reconfortante oasis de la mejor radio. El Ortega se niega a poner su destreza al servicio de la trinchera tuberculosa que coopta la comunicación. Y ese atrevimiento políticamente incorrecto que desgrana en numerosos sketches le otorga el merecido galardón de llevar dos programas en la radio comercial (Las Noches De Ortega y Transmite La Ser – un millón y medio de escuchas –). El sketch acerca del modernismo de los payasos del circo abriendo su show con todas las permutaciones del lenguaje inclusivo de género, es de nota alta. Es una obviedad, aunque a contracorriente, que el humor tiene que desacralizar la deriva posmoderna y polarizadora que como una DANA permea e instrumentaliza la vida cotidiana. La cotidianeidad de las 400 personas que reímos con el Ortega en el teatro Campos Elíseos el jueves 14 de noviembre, recobró su pulso ascético, mientras el cerca de medio millón de personas que vive en el Gran Bilbao escuchaba ya la radio, veía la televisión o se olvidaba de los tísicos titulares de los periódicos que servirán esa misma noche para envolver los restos de la comida que irán a la basura. Frente a esa obsolescencia, me siguen haciendo gracia los sketches del Ortega en el teatro Campos Elíseos de hace 24 horas.