
Todo es como el adoquín pétreo de la calle. Gris las más de las veces, ambarino otras, pero tendente al anterior. La policromía de las apariencias en Moscú, convierte al país entero en una Alicia en el país de las estepas imaginarias. Seguimos a Peter Pomerantsev en un día cualquiera. Pisa con sus zapatos de suela dura los pétreos adoquines del Moscú más de moda en dirección al edificio que alberga la cadena que como una matriushca engloba a su vez otros canales de televisión. Es la red de televisión Ostankino. En seguida se comprenderá el imperial poder de esta cadena en la conciencia nacional y emocional de Rusia. El país tiene 8 horarios diferentes, se extiende desde el Ártico hasta los desiertos del Asia Central, desde medievales poblados donde los lugareños extraen aún el agua en cubos de latón hasta el Moscú de rascacielos de cristal azul y acero. En todos estos universos, la hidra de los canales del grupo de televisión Ostankino aglutina al país en una conciencia que respira autosuficiencia, estabilidad y de nuevo poderío histórico.
En el último piso de la torre Ostankino, en pleno Moscú, al final de pasillo negro mate, en la sala de conferencias se celebran cada semana la habitual tormenta de ideas de lo que proyectar en la cadena. Al final de la mesa, uno de los presentadores de programas de política más famosos del país expone con voz áspera expone el realismo cínico del país:
– Todos sabemos que no habrá política de verdad. Pero tenemos que transmitir a los espectadores la sensación de que sucede algo. Necesitan que los mantengamos entretenidos. ¿Con qué deberíamos jugar? ¿Atacamos a los oligarcas? ¿Quién es el enemigo esta semana? La política tiene que parecer … ¡una película!
Desde el año 2000, en que Vladimir Putin llegó al poder, el Kremlin decide, a través de la televisión, qué políticos permite que sean la oposición de juguere, cuál debe ser la historia, los miedos y la conciencia del país. La idea es sintetizar el control soviético con el entretenimiento occidental. Las cadenas de Ostankino mezclan el negocio del espectáculo y la propaganda, las audiencias y el totalitarismo. Pero, al pasar los años, se ha incrementado en la parrilla de programación un creciente pánico y miedo en los horarios de mayor audiencia: emisarios catódicos llegados del Kremlin agitan a una nación cada vez más embelesada.
Peter Pomerantsev, aterrizado desde Londres para ofrecer sus servicios en la cadena TNT, el canal más gamberro de la Ostankino, se dirige a la estación D. Hay una hora de viaje en trenes suburbanos. Miles de pobres de las ciudades que satelitan alrededor de Moscú se hacinan en asientos de madera. Son los dependientes, policías y limpiadores; son las cuidadoras, dependientas y asistentas que acuden a diario a la gran ciudad sin mezclarse con los moscovitas de trajes de dos mil euros, relojes suizos y porches. A las afueras del andén de la estación D, Peter va a encontrarse con Vitali Diomechka, el alter ego metafórico de la Rusia actual. Vitali era un mafioso, natural de Ussuriisk, en Siberia. En los años 90 robaba coches de todo tipo, extorsionaba de mil maneras diferentes, compraba voluntades y comisiones. Pero cuando Vladimir Putin llegó al poder, los servicios secretos se hicieron cargo del crimen organizado y a los capos solo les quedó dos salidas: convertirse en diputados en la Duma para poner su dinero a salvo, o retirarse para ser empresarios al uso. Vitali decidió hacer esto último, es decir, hacer películas y series sobre él mismo.
La exitosa serie de Vitali utiliza armas de verdad, peleas de verdad, sangre de verdad. No es extraño que la serie El especialista haya sido un éxito rotundo.
Vitali lleva chándal de marca, planchado. Siempre supo que quería ser más que otra gente. Correr más, saltar más, disparar mejor. Ni bebe ni fuma. Fue adicto a las drogas, pero consiguió dejarlas. Pasó ocho años en la cárcel. Por vengar la muerte de su hermano. En su región natal Vitali y los mafiosos son la ley y el orden. Los drogatas, las prostitutas, los amarillos, los adolescentes con el pelo largo, los homosexuales, los raros, y los despistados han desaparecido de la vista pública. La ciudad de Vitali, una ciudad cualquiera de Rusia, ha tenido a un tercio de su población masculina en la cárcel. Según Peter es el tipo de ciudad que miran los propagandistas y los hombres de la televisión cuando diseñan políticos.
La cadena Ostankino recoge las tempestades que siembra, o quizá, las que el propio país hereda de la larga tradición de sangre, fuego y caudillismo. Cuando se lanzó en antena la versión del programa británico Greatest Britons (Grandes británicos), bautizado como Nombre de Rusia, la intención era estimular un poco de adrenalina patriótica. El público debía votar por los héroes más importantes de Rusia. Todos los candidatos rezuman autoritarismo desbordante: Iván el terrible, Pedro el grande, Lenin, Stalin. Los votos de los televidentes dan una incómoda aunque grata sorpresa: gana Stalin. Los productores recurren a la manipulación para otorgar el primer puesto a Alexander Nevski. La vuelta de Stalin a la realidad catódica y política del país se hace por la puerta de atrás. Se retiran los dramas sobre los años del terror estalinista, y se programan celebraciones de la Segunda Guerra Mundial en Rusia. Esa victoria es la de Stalin, el hombre que, como el actual presidente, hubo de tomar dolorosas decisiones para hacer frente a mayores amenazas. Así se pide el sacrificio de la libertad en aras de la “estabilidad” y la “vuelta a la grandeza”.
Russia Today: desde Rusia con amor
El canal de televisión Rusia Today, es la respuesta de Rusia a BBC y Al-Jazeera. Emite 24 horas al día en inglés, árabe y español. Con un presupuesto de 200 millones de dólares al año ofrece el “punto de vista de Rusia sobre los acontecimientos del mundo”. Empezó a sonar como cualquier canal internacional de noticias y documentales: sintonías machaconas, presentadores guapos. A periodistas veinteañeros estadounidenses y británicos se les ofrecía generosas ofertas cuando en Londres o Washington, insiste Peter, se esperaría que trabajaran gratis. Desde la invasión de Iraq, Occidente quedó sin defensa moral. Y Russia Today quiso presentarse como el canal antihegemónico. Pero entre programas deportivos y otras variedades informativas se colaban entrevistas con el presidente ruso con cuestiones como esta: “¿Por qué es tan pequeña la oposición contra usted, señor presidente?” Durante la ocupación rusa de Georgia, Russia Today mantuvo en pantalla ininterrumpidamente: “los georgianos cometen genocidio en Osetia”. En la anexión rusa de Crimea, la cadena serializaba sorprendentes ficciones sobre la toma de Ucrania por parte de los fascistas.
Pero esos mensajes están encapsulados entre un inmenso y goloso pastel de programación muy seductor para el televidente occidental. Julian Assange, fundador de WikiLeaks tuvo un programa de entrevistas. Los intelectuales estadounidenses que denuncian la supremacía yanqui tienen una amplia presencia, así como los teóricos de la conspiración del 11-S. También la antiglobalización, pero también Nigel Farage, enemigo de la permanencia de Gran Bretaña en la UE, también a George Galloway, perteneciente a la extrema izquierda y simpatizante de Sadam Hussein. Larry King, presentador estadounidense, incondicional de la clase dirigente, tiene su propio programa en Russia Today. Peter Pomerantsev destaca que la marca de Putin va a asociada, en la parrilla de Russia Today, a esta pléyade de variedad intelectual en lo que parece ofrecerse como una visión antihegemónica, cuando en realidad es una hábil campaña de relaciones pública salida directamente del Kremlin para cooptar a parte de la intelligentsia europea. Buena parte de la intelectualidad y la academia occidentales creen que Russia Today es el contrapunto a la visión liberal de los medios europeos y a la visión unipolar de los Estados Unidos.
El demiurgo del Kremlin
– Soy el autor o uno de los autores del nuevo sistema ruso. Mi cartera en el Kremlin y en el gobierno ha incluido ideología, medios de comunicación, partidos políticos, religión, modernización, innovación, relaciones internacionales y… arte moderno.
Su nombre es Valdislav Surkov, el demiurgo del Kremlin. Dirige la realidad rusa como un reality show. Si el tiempo lo requiere, crea un nuevo partido político de oposición; si los vientos lo requieren funda Nashi, el equivalente de las juventudes hitlerianas, dispuestas a librar peleas callejeras con manifestantes, o a quemar libros de escritores antipatrióticos en la Plaza Roja; cada semana susurra a los propietarios de canales a quien dar cuerda y a quién vetar, cómo presentar al presidente en la coyuntura política del momento.
Surkov es el artífice de que en todos los canales de televisión el presidente Putin sea presentado como el presidente “de la estabilidad” y de la “eficacia”, respecto al “caos” anterior a él.
Surkov ve el mundo como un espacio en el que proyectar diferentes realidades. Articula la filosofía de la nueva élite, una generación de hombres postsoviéticos que son más fuertes, más lúcidos, más rápidos y más flexibles que cualquiera que haya venido antes. Los canales de televisión van colando los mensajes caen como como copos de nieve en un país de 140 millones televidentes:
Rusia vuelve a estar fuerte, nos hemos levantado, ya no estamos de rodillas.
Todo el mundo nos teme.
Occidente va a por nosotros, está organizando un genocidio.
Hay traidores en todas partes.
Cuando Peter pregunta a los productores que trabajan en la televisión Ostankino cómo casan sus vidas profesionales y personales, le responden con el cinismo nebuloso que en realidad sostiene a Vladimir Putin y su orden:
– A lo largo de los últimos veinte años hemos sobrevivido en un comunismo en el que no creíamos, a la democracia, a las crisis financieras, al estado mafioso y la oligarquía, y nos hemos dado cuenta de que son engaños, todo es relaciones públicas.

El libro de Peter Pomerantsev es un caleidoscopio de la Rusia postsoviética oficial, que más bien podríamos llamar neo soviética, pero en un régimen de capitalismo rampante. El Estado está cooptado por clanes que rivalizan entre sí bajo la atenta mirada confabuladora del presidente Putin. Cualquier funcionario se presta a falsificar cualquier documento, desde el carnet de conducir, una multa por no tener la documentación en la calle hasta licencias de cualquier tipo de actividad económica. La justicia es más bien el sumidero por el que los diferentes clanes se hacen con empresas poco dóciles con el Kremlin. Los magistrados tampoco escapan a los sobornos, prestándose a ser un apéndice de la autocracia reinante en el país. Los medios de comunicación conforman un teatro de guiñol democrático en la que se siega cualquier posibilidad de visualizar una oposición al régimen y al jefe del estado.
El relato de Peter Pomerantsev está enriquecido con crónicas cotidianas donde se refleja la micro corrupción y la burocracia aún más elevadas que las que se vivían en la gélida era soviética. A la par, un vaporoso nacionalismo hierve desde las cocinas subterráneas del Kremlin hasta impregnarse en el cuerpo social. La valía de este libro es doble. Explica por qué y cómo en Europa la figura de Putin se ha colado con una muy conseguida campaña de relaciones públicas, artesanada en los canales internacionales que se ven en Occidente. El totalitarismo se coló desde Europa hasta Washington edulcorado y envuelto en papel catódico. Pero las crónicas de Peter Pomerantsev que comenzó a escribir en 2001 presagiaban lo que ahora ha descubierto Europa tras la cruel invasión de Putin en Ucrania.
La nueva Rusia. Peter Pomerantsev. RBA, 2022. 302 páginas. 20 euros