Si los republicanos ocuparan en este momento la Casa Blanca los norteamericanos ya estarían enfangados en Siria. Los demócratas todavía entienden las enseñanzas de la historia. Entrar en el avispero sirio sólo serviría para marcar una nueva muesca en la decadencia imperial de los Estados Unidos. Y Obama lo sabe.
En Siria se libra la guerra previa a la invasión de la República Islámica de Irán. Se trata de tomar la cabeza de playa siria para cortarle a los persas sus conexiones con Hizbulá en el sur de Líbano, colocar un régimen manejable y enemigo de Irán, y tantear la capacidad bélica de las armas iranís ensayadas en territorio sirio. En definitiva esta contienda forma parte de un plan maestro, pero después de más de dos años de contienda, se puede decir que el conflicto lejos de desbancar a Bashar Assad, está complicándose para todos.
La falacia de las armas de destrucción masiva que sirvieron como excusa para invadir Irak, ahora son las supuestas 1.000 toneladas de armas químicas que posee el régimen de Bashar Assad. Dado que esas armas se encuentran almacenados en 15 o 20 lugares distintos, los EEUU calculan que necesitarían desplazar al menos a 75.000 paracaidistas para neutralizar esas armas químicas. La toma de posición activa en este conflicto de Rusia, cuya presencia naval desde los tiempos de la Guerra Fría en la ciudad siria de Tartus representa su única base militar en el Mediterráneo, descoloca al contrarrestar la posición de norteamericanos y europeos en este conflicto.
Con el apoyo de China, Rusia defiende abiertamente la permanencia de Bashar Assad al frente de Siria y no duda a la hora de suministrarle armamento de última generación. Ante los ataques aéreos llevados a cabo por Israel en territorio sirio, Moscú no ha tardado ni un segundo en venderle a Assad los sofisticados misiles antiaéreos S-300. Estos misiles cuyo disparo cuesta alrededor de un millón de dólares por unidad, le van a permitir al ejército sirio impedir que los EEUU impongan una zona de exclusión aérea sobre su territorio y también que Israel se tiente mucho la ropa antes repetir sus bombardeos dentro de Siria.
La declaración de zona de exclusión aérea que tan bien le funcionó a los EEUU para neutralizar a las fuerzas aéreas libias, no le servirán ahora en Siria. Sin esa herramienta estratégica y de bajo costo, poco pueden hacer los estados que quieren derrotar a Bashar Assad, más allá de entrenar y proveerles armamento a los rebeldes sirios. Siempre temiendo que las armas suministradas, o incluso el poder, puedan caer en manos de los grupos jihadistas que acuden al avispero sirio. Incluso que eventualmente ese armamento se vuelva en contra de los intereses occidentales en la región. A los Estados Unidos solo les resta mirar y aguardar a que el conflicto sirio se acabe por error de algún contendiente o a que simplemente finalice la guerra por aburrimiento. Por el momento no parece que los norteamericanos puedan repetir la jugada libia en la que se alzaron con la victoria sin invertir en féretros para sus propios soldados.
Para entender un poco la pendiente por la que los Estados Unidos se deslizan basta con examinar sus últimas contiendas. Empecemos en la Segunda Guerra Mundial. Se batieron en dos frentes y en ambos ganaron por goleada. Estas victorias les sirvieron para auparse a lo más alto del podio y dejar claro a la humanidad de mediados del siglo XX que ellos constituían la indiscutible potencia mundial. Para ensalzar aún más su estrenado brillo imperial, cual si de asilo de perdedores se tratara, aprovecharon para arropar bajo su capa a los anteriores poseedores de títulos imperiales como Gran Bretaña, Francia y España, aunque ya para esas fechas todos ellos imperios en horas bajas camino al desguace.
Poco le duró la celebración a los Estados Unidos. En los cincuenta llegó lo de Corea. La contienda acabó con una victoria en tablas. Apostaron por Corea del Sur ante una Corea del Norte todavía hoy envalentonada, para concluir la guerra los norteamericanos se vieron obligados a replegarse de nuevo por debajo del paralelo 38. Vietnam en los sesenta marcó la primera derrota sin paliativos de los USA. Con un cuenco de arroz, una bicicleta y una sin igual determinación de victoria, los “Charlie” vietnamitas demostraron que al imperio del siglo XX se le podía hacer morder el polvo. La televisada caída de Saigón en 1975 con el caótico abandono de su embajada acabó por desprestigiar a los norteamericanos hasta límites insospechados. Más tarde llegó el replegamiento del imperio USA en la década de los setenta rumiando su desprestigio, la crisis existencial por su 200 aniversario, los escándalos presidenciales, la humillación iraní y poco más que reseñar.
El republicano Ronald Reagan que en su currículo figuraba haber colaborado como chivato en los años del McCarthismo, se alzó en 1981 a la Casa Blanca prometiendo un nuevo orden mundial y señalando que “amanece de nuevo en América”. Parte de su estrategia por devolver la confianza a su país incluía que las fuerzas armadas USA volvieran a mostrar su músculo al mundo. Conviene señalar que solo exteriorizó su poderío por medio de guerras de pequeño formato. A Líbano fueron con el fin de afianzar la invasión llevada a cabo por Israel, su portaaviones guantanamero en Oriente Próximo, pero poco hicieron. Con un solo camión cargado de explosivos la Jihad Islámica consiguió echar a los norteamericanos de Líbano. Humillante derrota. También se embarcaron con la pequeña isla de Grnada en el Caribe. Ridícula victoria en un lugar de no más de 350 kilómetros cuadrados y difícil de ubicar en el mapa. También fueron a Panamá, un país sin tan siquiera ejército regular y que solamente contaba con una Guardia Nacional. La misión panameña consistía en detener al presidente Noriega, un desobediente ex colaborador de la CIA. A principios de los noventa podíamos citar la llegada “humanitaria” de las fuerzas USA a Somalia, país del que no tardaron mucho en tener que salir despavoridos. Fueron al cuerno de África con la excusa de detener al líder Mohamed Farrah Aidid, teniendo que salir por nocaut, humillados y sin lograrlo. Todos estos mini fracasos militares norteamericanos los iniciaron presidentes republicanos y ahora están los demócratas.
Después de la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la “competencia” ejercida hasta entonces por el ejército soviético, cuya incapacidad por sobreponerse a su debacle afgana todavía hoy persiste, llegó la primera Guerra del Golfo. Indiscutible victoria norteamericana contra el propagandizado “quinto ejercito del mundo”. Consiguieron expulsar a Sadam Husein de Kuwait, el rico e inquebrantable aliado petrolero al que Estados Unidos no podía dejar caer. De nuevo se revitaliza la confianza de los USA en su propio poderío como imperio global. Volvían los Estados Unidos a subirse al podio, se coronaban de nuevo como los más fuertes del barrio global y a la mayoría de los países les asustaba la posibilidad de caerle mal a los gringos y que eso conllevara enfrentarse a su poderoso y tecnologizado ejército.
En medio de este envalentonamiento llegaron otra vez los republicanos a la Casa Blanca con su recua de neocons. Después la ignominia del 11-S. Las inconsecuentes invasiones de Afganistán e Irak pretendían enseñar su poderío militar al mundo para que tuvieran claro cómo se las gastaba el imperio con los que osaban cuestionarle. Todo les salió mal. De Irak los USA salieron humillados y por patas. Del enfangamiento afgano todavía no han logrado zafarse.
Si la derrota en Vietnam les dejó maltrechos, Irak y Afganistán marcan con claridad que el imperio de los Estados Unidos parece tocar a su fin. Su ejército ya no solamente no es invencible y amenazar con él ya casi ni asusta. Y aquí nos encontramos de nuevo con que los Estados Unidos, conscientes de las limitaciones de sus fuerzas armadas sobre el terreno bélico, tienen que reinventar la forma de invadir estados. En Libia los Estados Unidos llevaron a cabo su nueva forma de hacer la guerra. Básicamente consiste en contratar indignados locales, armarles, darles cobertura mediática y aérea y pasarles la factura cuando destituyan al enemigo de los USA y tomen al poder. Este nuevo modelo de vietnamización perfeccionado, para sustituir las piezas indeseadas usando solamente combatientes locales les salió relativamente bien en Líbia, pero va camino del desastre en Siria.
Israel por su parte lamenta que en la Casa Blanca no habite un presidente republicano. Las cosas les habrían marchado mejor. Para los israelíes no fue difícil convencer al presidente Bush hijo de la necesidad de invadir Irak. Lograron que los norteamericanos pagaran con su sangre y su dinero la invasión que costó la vida a su odiado Sadam Husein. Israel trata de repetir esa jugada que tan bien le funcionó, que los Estados Unidos invadan Siria a su cargo y para beneficio de Israel. Pero Barak Husein Obama no es un Bush. Lo más que ha permitido el presidente de los Estados Unidos a Israel es que sus aviones Made in USA entren a bombardear Siria. Por el momento eso es todo, permitirles provocar a Hizbulá para ver si se vienen arriba y utilizan sus cohetes contra Tel Aviv para de esa manera probar la efectividad de su nuevo juguete: el escudo anti misiles, un artilugio que de funcionar bien puede generar millones de dólares al vendérselo a todos los países del mundo, pero ese ya es otro cantar.