Mientras los primeros pasos cargan los hombros, hago migas con las palabras para que se las coman las palomas
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En ocasiones busco plaabras y no las encuentro. Zigzageo con mi ignorancia como una golondrina.
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Al Atardecer se ha calmado el viento. Empiezan a sonar las palabras por dentro.
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Al amanecer las palabras de luz están en los picos de los pájaros.
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Esta mosca que circunvala mi cabeza, ¿se cree el ombligo del mundo?
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Un pájaro se posa en el indicador de madera que explica la ruina. Lee. Entiende.
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Anatomía del vuelo: oxígeno, huesos porosos. Razona el caminante.
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Anochece. En el estanque los patos beben el cielo que queda.
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Y pesa el pensamiento que se arrastra.
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Un pueblo abandonado es como las palabras que dejas caer y nadie las recoge.
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Alegres, revoltosas, saltan y brincan las palabras como niños en un parque.
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Galopó con pezuñas refulgentes el camión hacia la plaza del pueblo donde le esperaba un gigate pesebre de basuras.
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En las fiestas del pueblo se metió un cohete en el cielo y le abríó el ano con engaladas chispas ependiente abajo sobre el primer azul del día.
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Con su grafía los buitres escriben vocales en el cielo.
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En el árbol las hojas son pestañas defensoras del ojo sol.
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Pequeñas ojas secas. Las horas caídas serradas por el tiempo.
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La atracción del vuelo de las hojas en la sombra del suelo. Yo una parte que tiende a aproximarse. Connivente.
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Hay sitios donde la palabra y el aire son los vasos nutritivos de la semilla.
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Bene Lador