
«Leer es como hacer una fiesta y escribir es como lavar los platos que quedaron sucios después del festejo«.
Muchas cosas importantes suceden al mismo tiempo en este imprescindible libro Viaje al Macondo real publicado por Pepitas de calabaza. La primera: que es un viaje como ni siquiera Gabriel García Márquez retrató de los lugares dispersos en sus novelas y de las personas más que reales que pueblan aquellas tierras de conflictos o extravanganzas casi mágicas. La segunda: es el pálpito del periodismo vivo que se encontraba frente al pelotón de fusilamiento; y no es de extrañar que esas corporaciones funerarias de la comunicación obvien este grande entre los grandes libros de la última crónica latinoamericana. La tercera: que su autor, Alberto Salcedo Ramos por fín es editado en los lares ibéricos. La cuarta: que con tal monumental manual, recomiendo a quienes se proponen colaborar en esta humilde revista este libro por si sonara la flauta y a quienes la editamos, y los que vienen, se nos pegue algo, como dijera el otro gran periodista Alex Ayala Ugarte en su igualmente recomendable Los Mercaderes del Ché, publicado por Libros del K.O, del que ya hablaré en otra parte.
El periodismo está atacado de eufemismos. Al buen periodismo ya no se le llama como tal. Porque quienes se han adueñado de él desde hace décadas lo han reducido al informe de oficinista servil. Por eso, se ha debido de buscar fuera de él al propio periodismo. Nació el Nuevo periodismo, luego el Nuevo Nuevo periodismo y a la par la nueva crónica latinoamericana, o Lacrónica que dice Martín Caparrós. Alberto Salcedo Ramos se define como un periodista. Punto. Y no es en modo alguno casual que el buen periodismo resurja en la savia de editoriales del margen.
El paraje macondiano no tiene tonos pobres. Sus realidades resultan mágicas debido a que de sus extremos tiran de ella tantas violencias, y que para adaptarse a ellas, y a la propia magia indómita de la tierra, sus personajes de alma, hueso y poca carne hacen de la vida cotidiana una elegía casi cervantina sin proponérselo en absoluto. Alberto Salcedo Ramos se posa en esos lugares y horas:
Allá va Alberto con Wikdi recorriendo el cañón al alba, en la caminata de ida y vuelta entre su rancho, localizado en el resguardo indígena de Arquía, y su colegio, en el municipio de Unguía; cinco horas diarias.
Y de Juan Sierra:
Este viaje al Macondo real nos acerca el testamento del viejo Mile, a conocer el árbitro que expulsó a Pelé, a saber de los ángeles de Lupe Pintor o las luces de Ana Lizeth, a lamentar escuchar al bufón de los velorios, o conocer al oscuro y bukowskiniano campeón de boxeo que se volvió paramilitar, a hermanos de sangre enfrentados por la guerrilla y la guerrilla paramilitar. Real como ningún escritor pudiera imaginar, mas sí describir. Y al pasar la última página, como en el cañón que Salcedo Ramos recorre en cinco horas con el jovencísimo Wikdi, sabemos felizmente que el periodismo y su literatura aún existen y la literatura y su periodismo.
Viaje al Macondo real
Alberto Salcedo Ramos
Pepitas de calabaza