El doctor Enrique Morales, presidente del Colegio Médico de Chile le explicaba al reportero del New York Times con números la bárbara hora que vive Chile. “Si uno revisa las cifras comparativas [de los heridos por bala o quienes han perdido uno o dos ojos] con las denuncias que ha habido en Francia, Cachemira o Palestina, por ejemplo, [en estos países] tienen números mucho menores”. El reportero comprendió la magnitud de los acontecimientos. Aún sabiendo que debía emplear palabras y conceptos asequibles a la mentalidad de sus lectores a 8.248 kilómetros exactos de distancia. Así que utilizó la palabra tragedia.
Los 28 caídos por las balas del ejército y los carabineros aún no han dicho la última palabra en Chile. Eso lo sabe el presidente Piñera, sus ministros y el cuerpo diplomático de Estados Unidos. Chile es un país donde los ausentes se presentan de repente, en cada esquina de la historia, en cada recodo de las barriadas humildes, en cada cuadra, cada dos paradas de cualquier colectivo. Así que el tremendo error del presidente Piñera ha sido insistir en vez escarmentarse de la historia.
El país, es decir los desamparados y los detentadores del poder, está al menos de acuerdo en algo. En las cifras. Son 11.500 heridos, y 20.000 detenidos. En lo que nadie sabe acertar es al próximo número de muertos a manos de los cuerpos armados. O lo que es lo mismo: si al país hay que pasarlo por la bautismal purga de las armas para exorcizar la sedición popular. Y ahí Chile se mira en un Dejá Vú histórico que dicen los acomodados teóricos sociales. Pero se trata de un ahogo donde los muertos parecen ser siempre los mismos.
Antes de cebar otro mate Armand aparta los lotes de apuntes de su improvisado escritorio, dos bajo caballetes que sostienen una tabla de metro por metro y medio. Aparta el ordenador y las gasas ensangrentadas. Se mece el pelo alborotado y la luz cromiza del salón alumbra su piel de bronce, arrugas bajos los ojos y una hendiduras bajo los ojos que revelan noches sin dormir, sueños cumpliéndose. Sus largos brazos como espaguetis alcanzan un paquete de tabaco.
– No estamos repitiendo la historia. Pretendemos salir de ella de una vez por todas.
Un silencio se ha hecho entre todos. No es un silencio de solemnidad, sino de resignación. Para salir de este agujero en el que ya se encontraron generaciones y generaciones. Ese rostro como de dromedario de Armand no adopta gesto alguno para la posteridad. Parece que se trata de boicotear esa posible posteridad. Si Chile sobrevive tal como es hoy en día, todo se habrá perdido una vez más.
Aunque no en The New York Times pero sí en algunos otros medios, se han publicado historias de otros jóvenes como Armand abatidos bajo las balas. Son trabajadores con hijos, campesinos inmigrantes, nativos, comerciantes perseguidos por mafias de cobradores y usureros, estudiantes, transportistas sin medio de pagar siquiera la nafta del mes. Son una juventud desafectada, como Armand, exiliada en la vida cotidiana de un país encallado en la marisma del cinismo patrio.
Partidos, sindicatos, organizaciones más o menos ligadas a la iglesia chilena intentaron por todos los medios evitar las manifestaciones que dieron lugar a la gigantesca protesta que ahora ruge en todo el país. Ahora pretenden dirigirla entrando en su difusa masa, de momento con escaso éxito. El gobierno de Piñera confía en que ese pueblo en pie se canse de los golpes, de las heridas, de morirse a balazos. No sabe que está cansado de morirse de hastío, de malvivir.
Mariela tiene una mirada esmeralda. Estudia medicina y hace de forense
– Pretenden reconducir la protesta elaborando una nueva constitución. Eso vá al carajo no más. Nacerá cadáver. Los que controlan el país quieren seguir con un decreto más limpio. No puede ser.
Lo cierto es que todas las burocracias, desde las que detentan el poder hasta las que no se han puesto manos a la obra con la nueva constitución. Reforma, lo llaman unos; proceso constituyente los otros. Aún así, como bien dice Mariela, el país sigue rumiando por el día y en pie por la noche. Celulares de carabineros y blindados militares se extenúan de calle en calle las 24 horas. Los hospitales continúan recibiendo heridos. En los juzgados prosiguen las denuncias y cientos de abogados firman peticiones de habeas corpus. Las cárceles continúan engordándose se llenan de presos. En las morgues continúan llegando cadáveres. Armand y Mariela no están aún entre ellos.