No sé qué extrañas pesadillas han corrompido mi entendimiento esta madrugada pero el hecho es que me he levantado como un resorte al grito de ¡quiero ser español! Quiero ser español por un día para saber lo que les nace a mis vecinos de las entrañas. No recuerdo haber sido español en ningún momento de mi vida, ni tan si quiera por un leve instante, ni tan si quiera cuando “la roja” consiguió conquistar los reflejos incontrolables que yacen en lo más profundo del inconsciente de los amantes del fútbol, doblegando sus mas arraigados deseos.
Ya se que el ejercicio es difícil pero estoy seguro de poder llevarlo a cabo, no en balde convivo con ellos desde que nací. He mamado de su sistema educativo, de su idioma que se ha hecho el mío, de sus medios de propaganda y hasta de las hostias de su policía (en esto no noto diferencia con las hostias autóctonas).
Además quiero ser un español de carácter patrio, de pelo en pecho, de derechas, conservador, monárquico, futbolero, machistón, racista, de franja rojigualda en el cuello de mi polo azul, católico, apostólico y romano.
Con este firme propósito, lo primero que he hecho es encender la radio y buscar en el dial la voz cordial de mi inestimable amigo Federico. Qué reconfortante experiencia comenzar la mañana con su arenga, con su verbo fluido, con su discurso de izquierdas; de esa curiosa izquierda española que durante décadas ha ido pariendo a los más despreciables monstruos de esa ultraderecha “Semper Vivens” que continua marcando los designios de la política, la economía y la sociedad a lo largo y ancho de esta piel de toro.
Cuando finalice mi ensayo, os contaré los resultados. Si la experiencia resulta positiva, ampliaré el estudio. Quién sabe, quizás otra mañana me levante con el firme propósito de ser vasco por un día.