Dice Alma Guillermoprieto que la ciudad colombiana de Cali presume de ser la capital de la salsa. Los casi dos millones de caleños bailan desde tiempos inmemoriables, exorcizando el mal aura que las crónicas les han adjudicado. Recién entrada la mañana del 28 de mayo, un funcionario de bajo rango del gobierno colombiano no dio crédito al tener que parar su vehículo ante una barricada levantada por una decena de adolescentes. Cali, como si fuera una espora del país, llevaba un mes danzando una cumbia de rabia portentosa.
El 28 de abril, el hasta entonces contenido presidente del país Iván Duque, pasó a tener algo de terrible. Su voz cobró un tono extrañamente metálico, salido de algún lugar inaudito. Simulando un tono de necesidad mayor avanzó el proyecto de ley por el que subir el impuesto por bienes y servicios un 19%. A continuación informó que en el 2023, las personas que cobren tan solo 715 dólares al mes deberán pagar un impuesto de la renta.
Tras un mes de algaradas enfurecidas cuyas primeras columnas de humo cubrieron el cielo misterioso de Cali, el país era una confederación de batallas. Aquel 28 de mayo el funcionario de inferior rango del gobierno se apeó de su vehículo con un arma y mató a dos de los adolescentes que custodiaban la barricada. Cuando se le acabaron las balas, el resto de los adolescentes le golpeó hasta matarlo. Sería el muerto número 39. Hoy son más de 80 muertos por disparos de la policía y el ejército.
El presidente Iván Duque hizo frente al desafio del país llevando el ejército a los trece focos de rebelión, y sometiendo Cali y su región a un estado de sitio latente. Un halo de ficción separa al presidente de la realidad sombría del país. La pandemia del Covid ha dejado más de tres millones y medio de personas afectadas y 95.000 fallecidos. Miles de colombianos no pudieron siquiera sufragar los funerales de sus familiares. Alma Guillermoprieto rescata el comentario irónico del escritor Juan Gabriel Vásquez para quien hay un halo obsceno en subir un 19% el impuesto de los funerales en un país con una de las tasas de mortalidad por la pandemia más altas del mundo.
La rudimentaria y obtusa presencia de la policia con su reguero de violencias no es novedad en el país. Las balas de goma parecen el pulso diastólico del propio presidente, las de verdad el sistólico. La pobreza apremiante del país llano lo convierte en un animal herido y acorralado pero orgulloso. En Cali, un aire de tregua se apodera de las noches. Los cánticos salidos de todas las cuadras son una constelación nueva de sueños: no es tanto oponerse a las raquíticas medidas del gobierno, sino vivir otro presente. Nada más peligroso para el presidente que piensa en su palacio en Bogotá el abyecto futuro de un país que no deja de cantar.