
A la hora del té, el vinagre sustituye al azúcar. Es un vinagre flemático, sin duda, querido. En el terroso mostrador de los tabloides y las cadenas british desde hace años resuena una bocina de Titanic. Tu casera fotofóbica, el agente de policía para el que España está más debajo de Kenia, la inspectora de los cientos de departamentos de Ayuntamiento tocando la puerta recordándote el pago del nuevo impuesto indirecto transitorial. Las lenguas celestes y ambarinas de cada amanecer estos días retratan en este cielo inglés el funeral vital al que asiste la nación y su enjambre de naciones. El aspecto de los supermercados, las estaciones de tren, las oficinas de oscuros cristales de atención y ayuda pública, las bibliotecas, las salas verdes sin fotosíntesis de los ambulatorios, despiden una resignación de responso tanatorio. Los hijos de esta nación se embarcan en la procaz picaresca. Cualquier apaño para una ayuda, cuando las hay: un trabajo en negro, la venta de patrimonio familiar en el mercado negro. Hay un socialismo de la penuria tras décadas de una militancia exacerbada en un liberalismo sin condescendencia.
Las élites, querido, también hemos sufrido lo nuestro. Si no, mírese usted y yo. En otros tiempos sería imposible. Así que ya lo dijo ese Bob Dylan: son los tiempos. Pero los tiempos necesitan nuevas manivelas y bielas. Esta noche pretendidamente de cambios en el Reino Unido, es lo más parecido al cambio de una junta, un radiador, una rueda y un chófer nuevo y moño en un Jaguar cuyo motor y transmisión han gripado desde hace años.
Si usted lo dice, será verdad. ¿Quién puede sentarse en ese Jaguar? ¿Para ir a dónde? ¿Con qué esfuerzo? La supervivencia, estúpido. Es a lo que se dedica el país. Aquí inventamos el sistema que domina el mundo, no lo olvides, querido. Y seguirá siendo así. Marx y los otros están bien enterrados. Por supuesto, he de reconocer. Quien va a ganar las elecciones no es ni de Marx ni aún menos de los otros.
El sistema le necesita. Como necesitó a Felipe González en España en 1982 para la drástica reconversión industrial y el paso a una economía de irredento liberalismo promiscuo. Necesitó a Tsipras para llevar a cabo los latigazos sociales en Grecia. Como necesitó a Pablo Iglesias para una segunda Transición y Regeneración monárquico institucional en España. Esta noche ocurrirá algo similar con el candidato laborista Keir Starmer. El mercado electoral va a coronarle cuando lo han hecho antes el mercado financiero, el empresarial y el menguante de las clases sociales: una burguesía media y baja que se han hundido con el populismo brexit de ese delicado liberalismo british. Lo que este complejo nuevo presidente de aspecto mormón y de barrio pijo de Londres no dice es quién va a pagar la flotadura del Titanic británico.
Por supuesto, querido, eso nunca se pregunta. ¿Una taza más antes de los resultados?