Antonio Tejero Molina no es un hombre de proezas a las ocho de la tarde de aquel 20 de febrero. Pero sí de palabra, obediente, y presto al cumplimiento. Dentro de veintidós horas va a entrar en la historia, más bien trémula, de España. Va a dar un golpe de Estado. Pero a las ocho de la fría tarde en la calle Pintor Juan Gris de Madrid, Antonio Tejero Molina va a saber, con cierto sobresalto, que hay muchos protagonistas tapados en el golpe que no llegará a conocer. Ni siquiera serán juzgados. Son civiles, miembros de la comunidad de inteligencia, y por supuesto, políticos con la vitola de “demócratas para siempre”. Hay hasta un Rey.
El teniente Antonio Tejero Molina ha dormido muy poco en los dos últimos días. En la madrugada de este 20 de febrero de 1981 ha mantenido una reunión con el comandante José Luis Cortina en la casa de este. Cortina es jefe de la Agrupación Operativa de Misiones Especiales del Cesid. Para sorpresa de Tejero, allí recibe la noticia de que la autoridad militar suprema del golpe no es el general Milans del Bosch, a cuyas órdenes está él, sino también el general Alfonso Armada. Cortina emplaza a Tejero a reunirse con él en el hotel Cuzco. Le pide que vaya solo.
Envueltos en el trajín de la calle a las ocho de tarde Tejero y Cortina emprenden camino número 5 de la calle Pintor Juan Gris de la capital madrileña. En la puerta de la vivienda hay un óvolo de porcelana. La entrada es amplia, con dos puertas. Tras la puerta de la derecha, Tejero oye el traqueteo de máquinas de escribir y el intercambio de diálogos de varias personas. De esa puerta sale el general Alfonso Armada e invita a Antonio tejero y al comandante Cortina a entrar a una salita con una mesita en el centro y un sofá. Armada pregunta a Tejero si la operación está a punto, si la tiene estudiada, y le recalca que no debe haber derramamiento de sangre. Tejero responde afirmativamente. El general instruye a tejero: una vez que haya entrado en el Congreso de los diputados, debe gritar “¡Viva el rey! ¡Viva España!” y hacer saber a todos los diputados que Tejero y sus hombres se hayan al servicio y a las órdenes del monarca. El Rey, añade Armada, está plenamente convencido de la necesidad de esta acción y la apoya, pero que, como es algo voluble, su puesto de mando estaría a partir de la toma del Congreso en La Zarzuela. La entrada, recalca, es en favor de la democracia. Tejero le pide un teléfono para poder comunicarle lo que fuera necesario. Armada responde que, para cuestiones tácticas, Tejero enlace con Milans del Bosch.
Este es el testimonio de Antonio Tejero Molina incluido en el tomo 10 de la causa 2/81, en sus folios 2448 y siguientes. ¿qué ha sucedido realmente en el número 5 de Pintor Juan gris? ¿Qué importancia tiene? ¿quiénes están en la oficina donde se oye el traqueteo de las máquinas de escribir? Según un informe del a Policía Nacional, el piso es propiedad del notario de Madrid Félix Pastor Ridruejo, de cincuenta años, ex presidente de Alianza Popular hasta 1979 año en que lo sustituye Manuel Fraga. En el despacho trabajan varias personas, entre ellas Nicolás Rodríguez González y Carlos Argos García. Este forma parte del consejo de administración de la empresa Asesoramiento Seguridad y protección S.A. (ASEPROSA), constituida el 16 de junio de 1978, con un capital social de cinco millones de pesetas. Un año más tarde, en 1979, entraron a formar parte Nicolás Rodríguez y Antonio Cortina prieto, hermano del comandante Cortina, y desde 1979, presidente de la misma.
Según el informe policial, en ASEPROSA ha trabajado también el capitán de la Guardia Civil Gil Sánchez-Valiente, implicado en el golpe de estado y en paradero desconocido, y Margarita Aracil Pizarro, novia del comandante Cortina.
Estos y otros muchos detalles y protagonistas de la trama civil del golpe de Estado, ni investigados ni juzgados, están citados en el mayúsculo sumario instruido por el Consejo Supremo de Justicia Militar. Son 17 legajos, es decir, 45 tomos, con 12.854 folios. El periodista Carlos Fonseca ha revisado todo el sumario. El golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 vive en el recuerdo bajo un relato oficial mitificado e inexacto. El sumario muestra la decisión de no investigar a militares al tanto. Aquí se revela que solo dos regiones militares eran leales a la Constitución; el resto lo sería una vez que la división acorazada Brunete no alcanzara a llegar entera a tomar el centro de Madrid. Los instructores tampoco investigaron el rastro de la implicación de una parte importante del mismísimo Cesid. Tampoco a los políticos y periodistas al tanto de la operación, algunos de los cuales estaban en la lista de Armada para formar un gobierno. Tampoco quedó investigada la tupida red civil que merodeaba el golpe. Y mucho menos, el papel del rey Juan Carlos I, en cuyo nombre y bajo su permiso Armada se presenta en el Congreso ya tomado por Tejero para hacerse valedor y presidente de un gobierno de concentración nacional con ministros militares y de todo el arco político. Todos los protagonistas de esta otra historia oculta del 23-F pasean y conspiran por las páginas del libro de Carlos Fonseca 23-F. La Farsa, publicado por Plaza y Janés.
El objetivo político del ejército, una parte de la derecha moderada y la añorosa, y una intelligentsia desplazada del régimen era cargarse el símbolo de la España moderna, Adolfo Suárez. El divorcio, el derecho de huelga y la representación sindical, la legalización de los comunistas, las autonomías y el terrorismo, socavaban la España unitaria y creyente, pilares del desaparecido Régimen del que vivieron los sectores implicados en el golpe de Estado del 23-F. Pero, como desgrana Fonseca, Adolfo Suárez, salido del tuétano del mismo régimen franquista, se había convertido en un “traidor” para los suyos y en un muñeco político amortizado para quien lo eligió, el propio monarca, y las clases dirigentes en España. No hubo medio que no se explorara, desde todas esas trincheras, y las del resto de partidos políticos, para acabar por las buenas o por las malas con Adolfo Suárez. Todo se precipitó cuando Adolfo Suárez dimitió por sorpresa.
El silencio sustrae el conocimiento a los pueblos. Todos los partidos políticos prefieren dejar pasar el mal recuerdo del 23-F. y no destapar los hechos que sucedieron, y que Fonseca describe extraídos del sumario, ni sus oscuros protagonistas. El relato oficial del 23-F – la lealtad militar al Rey, la decidida defensa de este frente al golpe, y una trama golpista ceñida a Armada, Milans, Tejero y un par de docenas más –, es esotérico. Una sociedad, temerosa aún, que se negó a exigir conocer su presente, solo puede derivar en una sociedad complaciente con su actual ignorancia y presta a repetir el ignominioso pasado. El desprecio a la verdad solo trae tiranía. 23-F. La farsa no es un libro más sobre el suceso más grave en España después del golpe de Estado de 1936.
Es un libro sobre cómo no se quiso saber la verdad del 23-F. También desvela los movimientos y pugnas en los estamentos del Estado: la deslealtad de los partidos políticos, en especial el cainismo en la derecha y el aventurismo en el PSOE – léase Múgica Herzog – que propició el mesianismo patriótico de Armada.
La memoria está clausura por la ley de secretos oficiales y la ignominiosa seguridad del Estado. Todos los partidos del espectro político, desde el PP y PSOE hasta Bildu. Contra ese candado político, trabajos como el de Carlos Fonseca y este 23F. La farsa, son más necesarios que nunca. La verdad aún está en oscuros arcones de Estado.
23F. La farsa. Historia de una investigación amañada. Carlos Fonseca. Plaza y Janés, 2024. 398 páginas. 22,90 euros