
Las organizaciones que se definen como anarquistas en España y que anclan su existencia en la vida sindical, continúan su titánica lucha entre un voluntarismo obcecado y una cerril reticencia a acudir, aunque sea por una vez, a un psicoterapeuta.
La nubosidad variable de la realidad engaña los sentidos. Pero es, las más de las veces, certera en concentrar las debilidades de la percepción. A la izquierda y a los extrarradios antaño ideológicos, como esa heteronomía que mal se llama anarquismo, le sucede lo del perro y la longaniza. Su punto de fuga se ha trasladado a espectros sin más sentido que el de la oportunidad y la línea recta. Fíjense, con la de curvaturas que pliegan nuestro presente.

El canon discursivo del anarquismo español ha perdido la poca brillantez que le quedaba en los albores del siglo XXI. Su eslogociencia es mera bulimia. Este primero de mayo, aparte desfiles versallescos de pocas innovaciones hasta ahora, ha contado con eslóganes como este: “En defensa de los derechos de la clase obrera. No a la Industria militar”. El oxímoron no de la denuncia sino de su mismo enunciado, perpleja. ¿Desde cuándo la industria, por la que pelea el sindicalismo mantener, no tiene un gen militar? ¿Pretende este vaticano anarcosindicalismo demostrar que la clase obrera ha de esforzarse por reindustrializar la industria purgándola de contaminaciones imperialistas? ¿Es el imperialismo solo el que proviene de occidente o excluye la posibilidad de que las conquistas militares de Rusia en Ucrania puedan denominarse como tal?
La sintaxis política del espectro anarcosindicalista atraviesa un desierto de repetidas rémoras. La unión táctica en Pamplona en el uno de mayo entre CNT, CGT, ESK y ESTEE-EILAS parece el paso definitivo a un no se sabe qué desde hace veinte años. Aspiran desde entonces todas estas siglas a capitalizar un mercado, el de las personas que en empresas se afilian a sindicatos de espectro intenso. A excepción de la CNT, y quizá ESK, al resto les han sacudido las consecuencias de la hegemonía que ha ejercido Podemos desde 2015 en todo el espacio más allá de la izquierda. En consecuencia, desinflado el suflé podemita y su populismo ad hoc de identitarismos, el desierto de ideas convierte a estas organizaciones a ser repetitivos peregrinos de sus capciosos discursos.
Las organizaciones que se definen herederas patrimoniales del libertarismo han abandonado Ideas y reivindicaciones fuerza antaño orgullosamente esgrimidas como el federalismo, la necesidad de identificar el campo de opresión en el autoritarismo tecnológico y el mercantilismo totalizante de la vida cotidiana. La transición española con su cambio de régimen sumió al libertarismo es una crisis de la que no deja de salir en los días de hoy. En su discurso fuera de la práctica sindical – también incluso en este – se han integrado a lo largo de los últimos cuarenta años relatos vampiro. Por ejemplo, el de los nacionalismos periféricos que adobando su reivindicación de asamblearista o federalizante no aspiran a otra cosa que ha verticalizar un Estado Nación con bota secular – antaño militar –.
La agenda de la izquierda extrema que aspira a seguir gestionando el Estado – ese, en teoría enemigo del anarquismo, ¿o no? – coincide, causalmente creo yo y no casualmente, con el de la también extrema derecha: su alineamiento justificativo en la inexistencia de 40.000 ucranianos muertos y tullidos por la invasiva bota militar rusa. Por el contrario, los 40.000 palestinos masacrados por el Estado israelí son a juicio de esa extrema y nueva izquierda, y las organizaciones libertarias, un genocidio.
Este último primero de mayo, en vez de pasearse en el desfile de narcisista proyección, bien harían las élites y los abnegados militantes ir planeando una visita al psicoanalista.