Alicia vive en el país de las alturas, a cuatro mil metros de altura sobre el mar, pero trabaja en las más profundas entrañas de la tierra. A sus trece años saca mineral en los cerros de Potosí. En la Bolivia de hoy los niños y niñas como Alicia mantienen con el gobierno un tenaz pulso como el de sus picos y palas para permitir el trabajo de los menores en las minas. Solo con eso pueden ayudar a sobrevivir a sus millares de familias. Alicia tiene 12 años y es representante de los de Potosí. Jamás hasta ahora una crónica se había adentrado al día y la noche de los cerca de 10.000 infantes que trabajan en las minas de Bolivia. Lo ha hecho Ander Izagirre en la crónica que lleva por título Postosí, publicada por la editorial Libros del KO.
Le llaman el Cerro rico de Potosí. Lo llamaron así los conquistadores españoles. Pero esa riqueza que ha supuesto la muerte por cientos de millares, hoy solo ofrece mineral en muy bajas proporciones. Por eso es preciso recurrir a las rocas que amontonadas en escombreras contenían poco mineral. Entonces era muy cara su extracción. Ahora, ante la escasez en el interior del cerro, es preciso picar a mano los escombros de mineral. Como en el siglo XV. Y las manos de infantes como Alicia sirven como las que más. Pero a Alicia apenas la pagan. Es la paradoja de altura de Bolivia. El país vive en buena parte de la plata y el estaño que queda en sus entrañas. Y el trabajo mortífero de los miles de adultos y adolescentes mineros apenas les llega para mal sobrevivir.
Ander Izagirre se adentra en las minas del Cerro rico de Potosí donde trabaja Alicia por el día. Y acude con ella a la escuela de menores por las noches.Si Alicia no trabajara en la mina no podría sobrevivir su familia instalada en una chabola de hojalata junto a la mina. Potosí es una crónica que por momentos duele leer. Vivir en el Cerro rico es morir un poco más cada día. La madre de Alicia a sus cuarenta y cinco años es ya una anciana en el umbral de vida que aquí está en los 50 años de vida. El agua con el que lavan, hacen la comida quienes viven alrededor del Cerro contiene metales pesados. Especialemnte plomo con el que se lava el mineral. Traer agua potable a cuatro mil metros de altura es muy costoso para quienes vive en el cerro rico. La mina se come a quienes pretenden vivir de ella. El progreso económico engulló a tantas generaciones y la realidad no puede ser más oscura.
En Occidente se abre de un tiempo a esta parte un debate sobre el trabajo. Cada cual lo enfoca desde un ángulo distinto: los liberales defendiendo el autoempleo en una época de clara decadencia industrial; cierto radicalismo cuestiona el propio trabajo sumido en el fetiche y la alienación; la socialdemocracia parece decantarse por una renta universal que supla la futura ausencia de salarios. En la otra parte del hemisferio, los niños entre 12 y 14 años pelean con el gobierno de Evo Morales para poder trabajar a destajo en las minas.
Ander Izagirre arma en Potosí un relato aéreo. Se eleva a la propia historia cotidiana de Alicia y los 10.000 mineros del cerro. Ofrece un país lacerado por el látigo de quienes en los últimos siglos han tenido a su mando las minas y el ejército. Las insurrecciones con sus héroes heterodoxos hasta el paroxismo son un cuentagotas constante que relata Izagirre con singular simpleza. Cuando Bolivia tuvo gobiernos de izquierda, no tuvo ni el poder ni el mando. Hoy tiene a un presidente que también fue un niño trabajdor. Pero las minas, privatizadas y extintas, ya solo gestionan su decadencia. ¿Sería diferente si sacaran los niveles de material de hace 30 años?
Las Alicias en el país de Bolivia son a su vez muchas Alicias en todo el mundo. Si la mirada de Izagirre tiene brillantes logros es porque permite ver a Alicia sin el prisma de un occidental medio abrumado. Es uno de los últimos grandes trabajos de la crónica latinoamericana. Así, en simple titular. La editorial Libros del KO viene extrayendo de su particular Potosí trabajos entre los que podíamos destacar el gran recopilatorio de crónicas de Alex Ayala Ugalde, Los mercaderes del Che.