Cuando nuestro hijo llamó al perrito que le regalamos “Tamagotchi” nos preocupamos un poco, pero supusimos que en algún momento le miraría a los ojos, vería que tenía alma, que era cariñoso.
Cuando preparaba la primera comunión, quedó fascinado por el profeta Isaías: “Y los pueblos de la tierra conocerán tu poder…”. Nos pidió una consola por comulgar, y se pasaba el día demostrando su poder.
Cuando en sexto le suspendieron las matemáticas, la profesora tuvo un percance. Ardió su coche, se incendió su casa, le atacó un pitbull… Mi hijo aprobó con nota hasta la selectividad, pero debo decir que mi marido y yo nos mirábamos todos esos años sin decir nada.
La carrera de Derecho en dos meses, un máster sin ir a clase, 2000 euros al mes por hacer de asesor… Lo normal, o eso dicen, aunque hay vecinos que ni nos miran.
Ahora mi hijo quiere salvar al país de la disgregación, del comunismo, de los inmigrantes. Se le ve sonriente. Pletórico. Lleno de ideas.
Mi marido y yo ya hemos hecho las maletas. A la Luna. Nos vamos a la Luna, porque más lejos no se puede.
Y eso que nos sobra el dinero.