La noche estaba ya envuelta en preámbulas escamas de invierno. Fuera del Teatro Campos Elíseos, me asaltó un asombro indómito. Las doscientas y nueve personas que como yo salíamos del iridiscente show radiofónico de Juan Carlos Ortega, adoptábamos de nuevo nuestra forma de minúscula etnia disolviéndonos de uno en uno en la oscura masa de