Frente a la flor llamada yugado, «flor de luna», que abre sus pétalos al final del día, Basho se queda fascinado toda la tarde. Lágrimas rojas sobre las azaleas. El cuco triste. Voz de los juncos cantando como el viento de boca en boca.
Mis ojos brillan
de tanto contemplarte,
flor de cerezo.
Matsuo Basho huyó del reconocimiento social y literario para adentrarse en los bosques y contemplar lo que en realidad ocurría. La riquísima colección de su poesía traducida por Beñat Arginzoniz ha sido publicada por Gallo de oro.
«Mañana seré un criprés», dijo el arbol viejo en el
valle. «El ayer se fue, el mañana no ha llegado todavía.
Mientras vivimos, no hacemos otra cosa
que disfrutar de la bebida y repetir la excusa: ¡Mañana!
¡Mañana!, hasta que al final los sabios nos reprenden»
Matsuo Basho nació en la aldea de Ueno, situada en la isla de Honshū. Era el año 1644. En sus cincuenta años de vida fue reconocido como el mayor poeta del periodo Edo en Japón. Pero Basho trascendió su época y lugar a pesar de que su obra poética está adherida a la contemplación de su tierra.
Basho fue primero un caminante; más adelante un eremita. Recorrió bosques y montañas con sus sandalias de paja, sostenido a un rama que hacía de bastón y un sombrero hecho por él mismo. De Goyu a Akasaka, «Bajo estos cielos/caminé muchos días./Valió la pena/». Atraviesa la bruma en las faldas del monte Hiei. Parece un haz de figuras que se asemejan a letras que Basho lee y traduce.
Parecen lenguas,
hojas de otoño
por todas partes.
Basho rechazó la urbanidad de su siglo. La suya es una impugnación conservadora. Frente al reconocimiento y una vida estilizada pero encorsetada, elije el peregrinaje como modo de estar en el mundo. Más que un asceta, convive con una pobreza que celebra, como Epicuro, como banquete un trozo de queso:
Mi discípulo Rika me dido un platanero
El bananero
rodeado de juncos
que ahora odio.
«Debería sentirme rico a pesar de mi pobreza», escribe. El conservadurismo liberador de Basho acepta el mundo sin enjuiciarlo. Y en la pertenencia a la naturaleza los estamentos sociales se ven reducidos a todo lo que les rodea:
Flores por todas partes,
se anima la prostituta
y el sacerdote
El trabajo de Beñar Arginzoriz con esta antología es inconmesurable. Es también un camino que nos permite con sus anotaciones y exégesis conocer todas las sutiles referencias a lugares, convenciones y acontecimientos que Basho deja en sus haikus. Arginzoniz asegura que Basho nos engrandece. Kenneth Rexroth dijo del poeta To Fu que le ayudaba a ser mejor persona.
Basho ve el mundo ulterior en este. El paraíso tras la muerte lo encuentra en su mirada haciendo suyo un carpe diem de la contemplación:
Seguramente
será como esta tarde
el otro mundo.
y la realidad como un constante cambio heraclitiano:
Lluvia de estío.
No me acostumbro a verte,
río Minare.
Esta monumental antología puede igualarse a la cuidada edición del diario de viaje De camino a Oku que preparó el poeta Jesús Aguado y publicada por Olañeta.
Basho nos permite interrogarnos acerca de nosotros mismos: dónde está el sentido de nuestra existencia y cuál es nuestro lugar en ella. El dilema que le aventuró a errar por aldeas, montes y rios, viviendo una pobreza azarosa sigue siendo el dilema que seguimos sin resolver en nosotros mismos. Se trata de una guerra entre eros y tanathos, entre el vínculo con la naturaleza y el apego civilizatorio. Basho tomó partido y emprendió el camino y por eso su poesía es imperecedera. No es la labor del poeta lo que está en juego en Basho, sino la del ser vivo que decide ponerse en contacto con el resto de la vida, que es lo que escasea a marchas forzadas en la civilización.
La gente pobre
a veces os ve el alma,
flores del cardo.