Como desde muy pequeña el único lugar donde encontrarla era en alguno de los grandes vagones ferroviarios, los Boxcar Bertha, su nombre fue ese. Nuestra protagonista fue hija de la libertad, criada por una madre libertaria. Bertha sintió la llamada de lo desconocido, como una ductil protagonista de Jack London.
Mi hija es lo bastante mayor para cuidar de su hermana. Sólo me preocupan la brutalidad de la policía, la estupidez de las almas caritativas y la intromisión de los reformistas.
Ahora que se impone una represión generalizada de la pobreza, Boxcar Bertha de Ben Reitman (1879–1943) – el doctor hobo-, publicada por Pepitas de Calabaza, relata estos mismos tiempos en los que, hace 70 años, aún bullían en la Norteamérica de la pre y post depresión las redes solidarias de trabajadores, revolucionarios, migrantes, vagabundos, aventureros. Es la historia de los hobos, errantes clandestinos de los vagones de mercancias. La Hobohemia fue desde 1890 una contracultura dotada de sus contra instituciones, sus redes de apoyo por todo el país, sus lazos con un sindicalismo libertario que abrió colonias por toda la geografía norteamericana. Trabajadores itinerantes, obreros de temporada, parados permanentes y trabajadores contrarios al trabajo. Ninguno está exento de los azares de la dictadura del trabajo, de su oferta y demanda, pero esta masa de dos millones de personas es el reverso del mito del sueño americano de la ascensión social. Para ellos, el trabajo es poco menos que accesorio, permite hacerse con un dinero con el que proseguir el camino. Qué camino. Qué importa. El ferrocarril orada como una inmensa oruga de pies redondos todo el país. No hay mayor falta de libertad que la que cada cual no toma.
Los ferrocarriles roban a los trabajadores ¿Por qué no habíamos nosotros de robarles a los ferrocarriles?
Campamentos Hobos por todo el país. Reinas Hobos, viudas de los mártires obreros masacrados en Chicago en 1887: Lizzie Davis, Lucy Parsons, Nina Van Zandt Spies. Chicago es el epicentro de la contracultura Hobo y el incipiente movimiento obrero anarquista de los IWW.
!Que se vaya al infierno esta sociedad! Si solo por existir tenemos que convertirnos en ladrones, maleantes, en seres débiles, en exclavos ¡Deberíamos encontrar el modo de destruirla! ¿Quién puede quedarse tranquilo y en paz y contentarse solo con votar? Incluso ahora en este siniestro periodo de crisis, la única consecuencia del caos es ver a los ricos hacerse más ricos y a la masa de pobres volverse más sumisa y adaptarse por la fuerza a un nivel de vida más bajo. La única esperanza es que los migrantes se nieguen a tomar lo que se les ofrece.
Fiebre actual, penicilina cotidiana. El relato de Reitman permite vislumbrar que la contracultura norteamericana nace aquí, entre los prostíbulos, las destilerías clandestinas, los tugurios angostos y los cafés donde se fragua la rebelión. Reitman, el amante de Enma Goldman, el reformador, describe un mundo posible en su propio crepúsculo. La hobohemia transmitirá a las generaciones futuras y a las sobrevivientes hoy y ahora un virus libre sin la bacteria libertaria.
Campos de trigo meciendo su melena rubia al viento. Canas de algodón en las llanuras. Desde los vagones, el tiempo roto de una libertad furtiva refugia a los Hobos de la esclavizante vida en las mugrientas factorías donde se hacina la clase trabajadora.
Nuestra protagonista sigue a Malletini, orador libertario migrante que va de ciudad en ciudad arengando la revolución a los trabajadores. ¿En qué momento dejó de ser posible? En Boxcar Bertha hay claves sin duda. Con el crack del sistema en 1929, hay 20 millones de parados. El más extenso tren de mercancía humana de cuyos vagones podría saltar un estallido revolucionario. El new deal es el remedio urgente para frenar tal posibilidad, dotando de subsidios masivos y sometiendo a sus percibidores a controles periódicos para que no pululasen por todo el país. Fue, en definitiva, el propio trabajo y la sombría sombra de un gobierno social de bienestar encabezado por Roosvelt lo que mató la esperanza Hobo libertaria. Desde entonces el trabajador no ha dejado de pedir empleo, bienes de consumo que gastar en su domicilio, consumo vacacional, sedentarismo laboral.
Ahora me meto en el vagón nunca abierto de la traducción. La de Bertha Boxcar ha corrido a cargo de Diego Luis Sanromán. No es un traductor cualquiera. Autor de «Convertiré a los niños en asesinos«, es traductor asiduo de Raoul Vaneigem. En el blog de Sanromán leo:
«Confieso que me cuesta escribir sobre el oficio de traductor porque tengo la impresión de ser un traductor de tipo intuitivo, que traduce de oído, por decirlo de algún modo. No soy filólogo, apenas tengo formación académica en materia de traducción, buena parte de las lenguas que hablo, leo y/o traduzco las he aprendido siguiendo un programa pedagógico propio, caótico y caprichoso, más guiado e impulsado por el deseo que por la disciplina, e impuesto por mis propios ritmos y apetencias. Si la poco esclarecedora distinción entre el mainstream y el underground puede aplicarse también al ámbito de la traducción literaria, yo reivindico mi gozosa condición subterránea. Aún a riesgo de poner en peligro futuros contratos editoriales».
Es por eso que el traductor tenga a mis ojos tanto en común con nuestra protagonista, y la razón última de que esta Boxcar Bertha sea una joya literaria y de libertad.