Al igual que Kukutza III, el Centre Social Autogestionat Can Vies no se ha resignado a desaparecer, sin oponer resistencia. Se han levantado barricadas, se han volcado e incendiado contenedores, han volado piedras y ladrillos. La excavadora que llevó a cabo la demolición no se ha salvado de las llamas. Los vecinos del barrio de Sants han apoyado las protestas con una épica cacerolada y, poco a poco, la expresión de malestar se ha extendido por todos los barrios de Barcelona. El Centre Social Autogestionat Can Vies llevaba okupado 17 años y había echado raíces en el barrio de Sants, convirtiéndose en un lugar de referencia para las actividades lúdicas, culturales y alternativas. Al observar la excavadora consumida por el fuego, es imposible no sentir que se ha ajusticiado a un símbolo de la barbarie capitalista. Casi parece un viejo ídolo que ha sucumbido a la ira de un pueblo harto de soportar humillaciones y atropellos.
España no ha conocido un proceso revolucionario, pero la crisis económica, con seis millones de parados, miles de familias desahuciadas y un escandaloso porcentaje de niños malnutridos, ha despertado a una ciudadanía que cada vez se muestra más impaciente e indignada. Immanuel Kant interpretó el asalto a la Bastilla como la evidencia del progreso histórico de la humanidad hacia un mundo más libre y más humano. No invito al vandalismo y, menos aún, a la violencia contra las personas, pero entiendo que no es posible la paz en un país que deja morir a los inmigrantes sin papeles, instala infames concertinas en las vallas fronterizas, reprime las libertades con leyes antidemocráticas, promueve y ampara la brutalidad policial, recorta sin piedad derechos educativos, sanitarios y sociales, indulta a policías condenados por torturas y malos tratos, cuestiona el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo y protege a conocidos violadores de los derechos humanos. En el Estado español, no hay paz. Solo hay orden público, miedo, represión. Hablar de independencia judicial en nuestro país es ofender a la verdad. La burguesía prepara a sus hijos para que memoricen durante años el Código Penal, el Código Civil, la Constitución del 1978 y otros indigestibles mamotretos. Cuando al fin aprueban una oposición ridícula y profundamente irracional, ya están preparados para dictar sentencias farragosas y de implacable dureza. No administran justicia, sino que apuntalan las diferencias sociales, convirtiendo las cárceles en vertederos que incumplen rigurosamente su presunta función rehabilitadora. Al igual que los políticos, los jueces deberían ser elegidos en un proceso democrático. No es un mecanismo perfecto, pero al menos acabaría con la figura del togado que se inviste de una pomposa autoridad, gracias a que puede repetir de memoria infinidad de artículos, si bien su capacidad de razonar es tan endeble como ridícula. Solo hace falta leer una sentencia judicial para comprobar que sus autores mantienen una ardua batalla con la sintaxis, la lógica y el sentido común.
Gamonal encendió nuestra esperanza y Kukutza III nos hizo soñar, pero la valiente oposición de los vecinos de Rekalde no logró frenar la demolición. En Can Vies, tampoco ha sido posible detener la pala de la excavadora. Sin embargo, claudicar nunca es una opción. El miedo nos deshumaniza. En el momento actual, la forma más ética de luchar es la desobediencia y el activismo de calle. Espacios como Can Vies y Kukutza III constituían una importante iniciativa ciudadana, que ofrecía una respuesta pacífica al estado de excepción implantado por las políticas neoliberales del PSOE y el PP. No promovían la violencia, sino la convivencia y la cultura. No desarrollaban actividades subversivas, sino solidarias. No eran el embrión de una guerrilla urbana, sino una muestra del poder de la sociedad, cuando se organiza y responde a la violencia del Estado con imaginación, fraternidad y compromiso. Su trabajo por la paz y la solidaridad no está muy alejado del espíritu de la Parroquia de Entrevías, que ofrece su modesto recinto a inmigrantes sin papeles, presos políticos y presos sociales (repudio la expresión presos comunes), menores pobres, homosexuales, lesbianas, niñas y niños privados de libertad, enfermos de SIDA, toxicómanos. Su labor no es meramente asistencial, sino radicalmente comprometida. Espacio, comunidad o asamblea, la Parroquia de Entrevías ha optado por “la acogida incondicional como seña de identidad comunitaria”. La Parroquia de San Carlos Borromeo no ejerce la caridad, sino “la denuncia como revulsivo frente a la generación de injusticias que nuestra sociedad vomita sin cesar”. Los protagonistas de esta vivencia comunitaria son los marginados, los excluidos y los represaliados. Copio su declaración de intenciones, que puede leerse en su sitio web: “[Una] compañera nos decía: Estos años en la parroquia de San Carlos Borromeo hemos aprendido a afrontar el riesgo de nuestra propia vida hasta el final, intentando no tener miedo, porque se puede; y sólo el miedo es lo que se opone a la fe. Pues eso, construir espacios de fe, de no-miedo a ningún poder es lo que constituye en la concreción del día a día nuestro quehacer cotidiano”. Algunos se sorprenderán que cite una parroquia y asocie su trabajo al de Can Vies y Kukutza, pero ya Ernst Bloch, filósofo judío, marxista y vinculado a la Escuela de Frankfurt, advirtió: “Las Escrituras están recorridas por un hilo rojo que invita a la rebeldía”. Jesús procedía de Galilea, el principal bastión de los zelotes (guerrilleros que luchaban contra Roma para crear una Judea independiente). Ser de Nazaret implicaba ser sospechoso de sedición. El perfil de Jesús no está muy lejos de esa insurgencia que tanto odiaba Roma. De hecho, expulsó a los mercaderes del Templo con un látigo de varias cuerdas, afirmando que “era un lugar de oración y no una cueva de ladrones”. No hay que forzar demasiado la imaginación para entender la oración como la expectativa de un “mañana ético”, con justicia para las víctimas del poder imperial y las oligarquías locales. En cuanto a la “cueva de ladrones”, se puede interpretar como una metáfora del afán individual de lucro (o capitalismo), que transforma al ser humano en simple mercancía. El “mañana ético” no es la promesa de un reino sobrenatural, sino la utopía de un futuro donde la última palabra corresponda a las víctimas.
“Los pobres que tienen esperanzas inquietan a los poderosos”, escribe Jon Sobrino, teólogo de la liberación. Los teólogos de la liberación inquietaron a los poderosos y muchos fueron asesinados en América Latina por grupos paramilitares, cumpliendo órdenes de Estados Unidos: Ignacio Ellacuría, Rutilio Grande, Juan Gerardi, Ignacio Martín-Baró, Camilo Torres Restrepo, Gaspar García Laviana. Kukutza III y Can Vies también inquietan a los poderosos, pues son la cristalización de un modelo de sociedad alternativo, opuesto a la lógica del capitalismo. Para la economía de mercado, el ser humano es una mera variable, que puede ser cuantificada, explotada, descartada o inmolada. Para los que no aceptan este planteamiento, el ser humano es un individuo que se realiza en una comunidad abierta, solidaria y plural. Los espacios alternativos son –de acuerdo con las palabras de Jon Sobrino- “la utopía frente al desencanto, el espíritu de comunidad frente al individualismo aislacionista, la apertura al otro frente al etnocentrismo, la creatividad frente al mimetismo, el compromiso frente a la mera tolerancia, la justicia frente a la caridad, el espíritu de verdad frente a la mentira, la memoria histórica frente al olvido”. Me atrevo a añadir: el sentido de la vida frente al nihilismo.
El capitalismo es un sistema con un efecto muy negativo sobre la convivencia y el medio ambiente. Su desembocadura natural es la guerra y la devastación de la naturaleza. Kukutza III, Can Vies y la Parroquia de Entrevías infunden esperanza y sentido a la vida. Por eso sufren el acoso de las instituciones. Kukutza III y Can Vives ya son ruinas. La Parroquia de Entrevías resiste. En Barcelona, ha ardido una excavadora. Algunos dirán que es un acto de vandalismo. Yo creo que es un gesto de impotencia, que revela la frustración de una ciudadanía hambrienta de solidaridad y justicia. No habrá un “mañana ético” mientras nos gobiernen políticos corruptos, banqueros desalmados y jueces venales. La presencia de David Fernández, diputado de la CUP, encarándose con los Mossos, nos devuelve la esperanza, mostrando que aún hay políticos honestos y valientes, sin miedo a bajar a la calle para defender a la ciudadanía. Apuntó Ernst Bloch: “La esperanza es el más humano de los afectos. Solo es asequible al hombre y le remite a su horizonte más ancho y luminoso”. Después del derribo de Can Vives, nuestra esperanza se ha encogido, pero estoy seguro de que se expandirá de nuevo, cuando surjan nuevos espacios de convivencia y fraternidad. No será en el áspero seno del poder, sino en un lugar humilde y pequeño. Como Rekalde. Como Entrevías. Como Galilea.